Sombras sobre Mayfair

Capítulo 4 – Los hilos ocultos

San Petersburgo, años atrás

El edificio no tenía nombre. Se alzaba como una cicatriz de hormigón en un barrio donde la primavera parecía prohibida. Allí, Anastasia aprendió a caminar sin ser oída, a mentir sin temblor y a mirar sin parpadear.

La llamaban Nightingale, por la frialdad con la que cantaba su lealtad. No gritaba. No lloraba. Solo cumplía.

—Cada objetivo tiene un punto de ruptura —decía su instructora, una mujer sin nombre que olía a tabaco y a libros viejos—. Encuentra el suyo antes de que encuentren el tuyo.

En esas aulas sin ventanas, Anastasia aprendió que las personas no eran personas. Eran mapas. Había que leerlas. Interpretarlas. Redibujarlas si era necesario.

***

Londres, presente

En una sala de juntas a sesenta metros de altura, Lady Vólkova escuchaba con atención mientras dos directores financieros discutían una adquisición fallida en Varsovia. Ella no dijo nada, pero observó. Uno de ellos mentía. No por ambición, sino por miedo.

Después de la reunión, Anastasia lo abordó en el ascensor.

—A veces, decir la verdad es menos costoso que sostener una mentira —susurró, sin mirarlo.

Él palideció. A las 24 horas presentó su renuncia. El puesto fue cubierto por una mujer de confianza de Vólkova, supuestamente enviada desde Ginebra.

Nadie hizo preguntas.

Esa misma noche, Anastasia quemó una foto antigua: ella con otras cinco jóvenes, todas con uniforme rojo. Las llamaban “la orquesta carmesí”. Cada una había sido entrenada para infiltrarse, seducir, manipular o destruir.

Cinco habían desaparecido. Solo quedaba ella. O eso creía.




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