Julian cambió de estrategia. Dejó de analizar sus movimientos financieros y comenzó a estudiar sus relaciones. Quién la llamaba. A quién ella devolvía la llamada. Cuándo callaba, y más importante aún, delante de quién.
Descubrió un nombre. Eduard Mičev, ex agregado cultural búlgaro, actualmente consultor de inteligencia privada. Vió que había coincidido con Lady Vólkova en un evento cerrado en Viena semanas atrás. Un evento del que no existían fotografías.
Julian mandó una solicitud encubierta para investigar a Mičev. Lo que recibió de vuelta no lo tranquilizó: antecedentes en desinformación, vínculos con operaciones híbridas en el Báltico… y una mujer que aparecía varias veces en los informes, bajo distintos nombres, siempre con los mismos ojos fríos.
Esa mujer era ella.
Por su parte, Anastasia ya sabía que Julian investigaba. Lo observaba desde el cristal opaco de su propia red. Había algo en él que no se podía subestimar. No tenía el poder de su abuelo, pero poseía una cualidad peligrosa: voluntad de actuar sin pedir permiso.
Decidió probarlo.
Dejó un documento en el escritorio de Julian. No físicamente. Lo filtró, sabiendo que él lo encontraría: un memorándum falso, redactado con precisión quirúrgica, que implicaba una traición interna dentro del grupo Vanderleigh, y que apuntaba —indirectamente— a uno de los hombres de confianza de Alexander.
Julian cayó en la trampa. Confrontó al hombre. Provocó una grieta. Nada se rompió, pero la vibración sí se sintió.
Esa noche, Anastasia brindó sola en su ático.
—Bien hecho, Julian —susurró al cristal de whisky—. Veamos cuánto puedes soportar antes de romperte.
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thriller de espionaje elegante, drama político internacional, suspenso psicológico refinado
Editado: 05.05.2025