Sombras sobre Mayfair

Capítulo 8 – Las máscaras caen

Londres, presente

La cena en el Club Apollinaire era, como siempre, un evento de alta sociedad: copas de champán, luces tenues, risas que llenaban el aire con el murmullo suave de los secretos. Y entre las caras conocidas, la presencia de Lady Vólkova se destacaba por su inexplicable serenidad. La mujer que, en cuestión de semanas, había tejido una red tan compleja que muchos ni siquiera se daban cuenta de que ya formaban parte de ella.

Anastasia, con su porte elegante y su cálida sonrisa calculada, comenzó a mover las piezas con precisión. Esta vez, la reunión no era con simples hombres de negocios ni aristócratas cansados de su poder. Estaba allí para hacer su movimiento más grande: asegurarse el apoyo de Geneviève Vanderleigh, la matriarca, la mujer con el mayor control silencioso sobre las decisiones familiares.

Pero para ganarse a Geneviève, debía primero quitarle el miedo. La lealtad de Geneviève hacia su esposo, Lord Alexander, era inquebrantable. Sin embargo, Anastasia conocía bien las grietas del corazón humano. La esposa de Alexander no era ajena a los secretos del matrimonio, a las decisiones tomadas en solitario, a la constante presión por mantener la fachada perfecta.

Anastasia se sentó cerca de ella, y con una conversación aparentemente trivial sobre moda francesa, comenzó a sembrar dudas. Una palabra aquí, una insinuación allá. Habló de la dificultad de mantenerse al margen de la familia, de la desconexión entre Alexander y su legado, de las pequeñas traiciones que se escurrían entre las sombras.

Geneviève la miró con cautela, pero algo en sus ojos delató la verdad: el miedo a perder el control sobre algo mucho más grande que su propio marido. Anastasia supo que había dado en el blanco.

Mientras tanto, Julian observaba desde su mesa, notando los pequeños gestos, la manera en que Lady Vólkova se movía en el salón como si fuera parte de un cuadro vivo. Pero lo que más le desconcertaba era la conversación que había tenido con su abuelo poco antes de la cena. Alexander había hablado de "nuestro próximo paso" con una sonrisa que no llegaba a sus ojos. Una sonrisa de complicidad, pero no de lealtad.

La pieza más grande del tablero ya estaba en juego, y Julian no tenía claro quién era su aliado.




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