Sombras y lealtades

Capítulo 2

La universidad, en su segundo mes de clases, se tornaba cada vez más familiar para los cuatro amigos. Sara y Daniel, con sus naturalezas amables y extrovertidas, notaban que los días se volvían monótonos al ver que Natalia y Alejandro seguían actuando con la misma distancia de siempre. Los cuatro convivían en clases, compartían pasillos y risas fugaces, pero la barrera invisible que los segundos mantenían era como un desafío constante.

Sara decidió que, para lograr que los cuatro se acercaran más, sería buena idea organizar una actividad de integración entre ellos y otros estudiantes. Con el respaldo y entusiasmo de Daniel, empezaron a planificar una pequeña excursión al parque local. La idea era simple: pasar una tarde juntos al aire libre, jugando y compartiendo un picnic para que, tal vez, Natalia y Alejandro se sintieran un poco más en confianza.

Esa mañana, Sara y Daniel abordaron a Alejandro en el pasillo entre clases. Él estaba revisando un mensaje en su teléfono, con su habitual expresión impasible.

—Alex —lo llamó la chica, intentando sonar casual—, Daniel y yo vamos a organizar una actividad este sábado, algo ligero. Será en el parque, un picnic con algunos juegos para divertirnos. ¿Te gustaría unirte a nosotros?

El chico levantó la vista, sin demostrar mucho interés, pero no fue descortés. Sus ojos grises observaban a la joven con calma, evaluándola como si tratara de entender por qué se tomaba tantas molestias para integrarlo.

—No estoy seguro —respondió con tono neutral mientras metía el teléfono en su bolsillo—. No soy de esas cosas.

Ella sonrió, tratando de hacer caso omiso a su falta de entusiasmo. Estaba decidida a no rendirse tan fácilmente.

—Solo será un rato, nada muy formal. Además, nos ayudará a conocernos mejor. No tienes que participar en los juegos si no quieres —insistió con un tono cálido.

Él observó el entusiasmo en su mirada, y aunque su expresión se mantuvo igual de seria, después de unos segundos de silencio, asintió ligeramente y contestó:

—Está bien.

Para ella, ese “está bien” significaba mucho. Aunque él lo había dicho con indiferencia, en su mundo cerrado, eso era prácticamente una victoria.

El sábado llegó y los cuatro amigos se encontraron en el parque como habían acordado. Sara y Daniel habían llevado una manta grande, algunos aperitivos y una pelota para jugar. Otros estudiantes también estaban presentes, mas los cuatro se mantuvieron en su propio espacio, formando un pequeño círculo en la manta.

La chica, en un intento por crear un ambiente relajado, empezó a conversar sobre temas triviales, mientras el chico, al ver a Natalia sentada a su lado, aprovechó la oportunidad para acercarse un poco más. Él sabía que ella era fría y reservada, pero quería intentar romper esa barrera con un toque de humor. Por eso, cuando vio una pequeña hormiga caminando sobre su brazo, pensó en improvisar una historia para captar su atención.

—¿Sabías que las hormigas son en realidad agentes secretos de la naturaleza? —empezó a decir con una sonrisa traviesa—. Son como pequeños espías que trabajan para la reina madre, recolectando información sobre lo que hacemos los humanos para decidir si van a invadirnos.

La muchacha le lanzó una mirada breve, apenas arqueando una ceja sin creer en su historia.

—¿Así que las hormigas planean invadirnos? —preguntó ella, sin ninguna emoción aparente.

—Por supuesto, no me sorprendería que uno de estos días llegara un ejército de hormigas armadas con minúsculas lanzas —continuó él, bromeando y riendo.

Natalia solo soltó una leve exhalación que podría haber sido un intento de risa o simplemente impaciencia. Su rostro no mostraba signos de que estuviera disfrutando del chiste. Daniel, desconcertado, notó la frialdad en su reacción y trató de no tomarlo como algo personal, aunque no pudo evitar sentir una punzada de desilusión.

Para evitar que el ambiente se volviera incómodo, Sara intervino, sonriendo con simpatía:

—A mí me ha parecido gracioso. Me imagino a esas hormigas con cascos y pequeños escudos, marchando por el parque.

La chica rio con suavidad para aliviar la tensión y él le devolvió la sonrisa, agradecido por su apoyo, aunque aún no podía comprender cómo alguien podía permanecer tan imperturbable como Natalia ante un chiste tan absurdo. Era como si ella tuviera una barrera emocional inquebrantable.

Después de un rato de juegos, durante los cuales Natalia y Alejandro prefirieron simplemente observar, los cuatro decidieron sentarse a comer. Sara, decidida a acercarse más a Alejandro, aprovechó el momento para entablar conversación con él. Se sentó a su lado, dispuesta a hacerle preguntas casuales sobre sus intereses.

—Alex, ¿tienes algún pasatiempo? —preguntó con voz suave, esperando no incomodarlo.

Él la miró de reojo, como si la pregunta fuera innecesaria, y por fin respondió sin mucho entusiasmo:

—Supongo que hacer ejercicio.

Ella asintió, tratando de seguir la conversación.

—Eso es genial. Yo intento correr de vez en cuando, pero siempre termino distraída con el paisaje. Tal vez tú puedas darme algunos consejos —dijo con una sonrisa para hacer el momento más ligero.




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