Sombras y lealtades

Capítulo 5

La traición de Tomás había marcado un antes y un después para Sara. La decepción y el enfado bullían en su interior para empujarla a desprenderse de su dulzura habitual. Se sentía vulnerable por haber confiado en alguien que resultó ser un infiltrado, y ahora, más que nunca, estaba decidida a protegerse y proteger a los suyos. No era momento para la fragilidad, sino para la fortaleza.

Al día siguiente, Sara se movió por el campus con una actitud diferente. Su andar, antes suave y despreocupado, era ahora firme y determinado. Ya no sonreía a cualquiera que se le acercaba, ni iniciaba conversaciones espontáneas. En su mirada había algo nuevo, una intensidad que la hacía ver decidida y segura. La dulce Sara estaba dando paso a una versión más cautelosa y calculadora de sí misma.

Sabía que, si quería estar segura, tendría que controlar la información que daba y decidir cuidadosamente en quién confiar. A partir de ahora, su misión era proteger a sus amigos, quienes quizás no tenían idea de los peligros que los rodeaban. Si ella había sido un blanco para obtener información sobre Alejandro, era posible que los demás también estuvieran en riesgo.

Esa tarde, se reunió con Emilia, su mejor amiga, en la biblioteca.

—Sara, ¿estás bien? —le preguntó la chica, preocupada por la actitud distante que había percibido en ella los últimos días.

—Perfectamente. Simplemente he decidido enfocarme en cosas importantes —respondió con frialdad, sin dar pie a más preguntas.

Sin embargo, por dentro sabía que mantener la distancia era lo mejor. Si alguien más intentaba acercarse para aprovecharse, no les daría el gusto de conocerla en profundidad. Tenía presente lo que estaba en juego y no quería que nadie más resultara herido o engañado. Se prometió a sí misma que no volvería a ser una pieza débil en el tablero.

La nueva actitud de Sara no pasó desapercibida para Alejandro. En la clase de economía, ambos estaban sentados en la misma fila. Él notó que ella, usualmente dispuesta a ayudar a cualquiera que necesitara apoyo, ahora trabajaba en silencio, sin siquiera levantar la vista de sus apuntes.

En un descanso, el chico decidió acercarse a ella. Era extraño ver a alguien que siempre había considerado tan dulce y accesible comportarse de manera tan distante.

—Vaya, parece que alguien se ha tomado muy en serio esto de la concentración —comentó él al apoyarse en el borde de la mesa junto a ella, con una sonrisa irónica.

La muchacha levantó la mirada, y él notó la seriedad en sus ojos verdes, una expresión de dureza que le resultaba extraña. Ella apenas le dedicó un asentimiento breve y volvió a lo suyo, ignorando su intento de conversación.

Eso lo sorprendió aún más. A pesar de su habitual indiferencia hacia ella, siempre la había visto como alguien amable, incluso demasiado confiada, pero ahora la sentía impenetrable. Aquella dulzura que a veces lo había desconcertado parecía haberse desvanecido, y en su lugar había surgido una faceta que la hacía ver… intrigante. Sin saber por qué, la observó con más atención mientras se preguntaba qué habría provocado aquel cambio.

Al finalizar la clase, mientras recogían sus cosas, intentó hacer un nuevo intento para acercarse a ella.

—Sara, no es común verte tan callada. ¿Estás bien?

Ella lo miró y por un segundo sus labios esbozaron una leve sonrisa, pero pronto su expresión recuperó esa dureza reciente.

—Todo bien. Solo me estoy ocupando de algunas cosas —respondió con voz firme.

Alejandro asintió, sin insistir más, pero en su interior comenzaba a sentirse intrigado por aquel cambio en ella. La chica dulce parecía tener algo más que ofrecer, algo que no había alcanzado a ver en los años que llevaban como compañeros. La curiosidad por descubrir esa nueva Sara se instaló en él, y aunque no lo reconocería, esa determinación que ahora veía en ella lo impresionaba.

Por otro lado, Daniel también percibía el cambio de la chica con una preocupación más profunda. La había notado más distante y fría en las últimas semanas, y la verdad es que no le gustaba. Quería saber qué le ocurría y, sobre todo, ayudarla si algo la estaba atormentando. La muchacha siempre había sido una fuente de apoyo y optimismo en su vida, y verla de esa manera, retraída y seria, lo inquietaba.

Decidió invitarla a tomar algo después de clases. Al principio, ella dudó, pero aceptó. Se encontraron en un pequeño café cerca de la universidad, donde habían ido en otras ocasiones.

—Sara, ¿qué te ocurre? No puedo evitar notar tu cambio tan drástico —dijo después de varios minutos de silencio.

Ella suspiró, visiblemente incómoda, sin saber cómo abordar la situación. Aunque Daniel era su amigo y confiaba en él, prefería mantener en secreto lo que había descubierto sobre Tomás. No lo quería poner en riesgo, ni implicarlo en sus propios problemas.

—Agradezco que te preocupes, de verdad —contestó ella mientras elegía las palabras con cuidado—. Solo estoy… pasando por algunos cosas que necesito resolver por mi cuenta.

Él le sonrió de manera comprensiva, aunque en sus ojos se reflejaba la preocupación.

—Puedes contar conmigo para lo que necesites, lo sabes, ¿verdad? —le aseguró—. Si necesitas hablar o, simplemente, alguien que te escuche, estaré aquí.




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