La relación entre los cuatro amigos había tomado un rumbo inesperado, especialmente después de la reciente transformación de Sara. Sus dinámicas se sentían distintas, llenas de tensión y curiosidad mutua. Alejandro, el chico duro, estaba cada vez más interesado en comprender qué había desencadenado aquel cambio en ella, mientras que ella, decidida a mantenerse firme, no le facilitaba las cosas.
Por otro lado, Natalia seguía firme en su postura de no dejar que Daniel traspasara sus barreras, aunque una parte de ella comenzaba a disfrutar de su atención.
Una excursión organizada por la universidad ofreció el escenario perfecto para que estos lazos complicados se pusieran a prueba.
La excursión había llevado a los estudiantes a un sendero de montaña a las afueras de la ciudad. Era una caminata desafiante, y aunque la mayoría iba equipada para la aventura, algunos se enfrentaban a un reto mayor de lo que habían anticipado.
Sara caminaba delante para mantenerse algo distante del grupo y perdida en sus pensamientos. Alejandro la observaba de cerca, sin poder evitar notar que cada vez que alguien intentaba acercarse, ella parecía encerrarse aún más en su coraza. Sin embargo, mientras avanzaban, ella tropezó con una piedra y perdió ligeramente el equilibrio. Sin dudarlo, él se acercó con rapidez y la sujetó del brazo para ayudarla a recuperar la estabilidad.
—¿Estás bien? —le preguntó con genuina preocupación.
La chica, con una expresión fría, retiró el brazo con suavidad y asintió con brevedad para agradecerle su gesto sin darle mucha importancia.
Sin embargo, él no se movió de su lado. Permaneció cerca, casi como un guardián silencioso, observando cada paso que ella daba, preparado para actuar si volvía a necesitarlo. A pesar de su indiferencia aparente, ella no podía evitar notar la forma en que él se mantenía cerca, cuidándola sin que nadie se lo pidiera. Le parecía extraño que aquel chico, que siempre había mantenido una actitud reservada, ahora pareciera tan protector.
Al cruzar un tramo especialmente empinado, Sara volvió a tropezar y, esta vez, Alejandro estiró la mano para sostenerla antes de que pudiera siquiera tambalearse.
—Deberías concentrarte un poco más en el camino, ¿no crees? —comentó con un tono irónico, pero sin apartar su mano.
Ella le lanzó una mirada desafiante y le dedicó una sonrisa sarcástica.
—Y tú,deberías dejar de actuar como si fuera a caerme en cualquier momento. Puedo cuidarme sola —replicó con su actitud fuerte y firme.
Él la miró fijamente, en silencio. Sus ojos grises destellaron con una mezcla de diversión y frustración, aunque también podía ver un atisbo de admiración por aquella tenacidad. Sin responder, solo se encogió de hombros y continuó caminando junto a ella, respetando su espacio, pero sin alejarse demasiado.
Aunque ella no lo admitía, parte de su ser estaba probándolo, esperando ver cuánto tiempo estaría dispuesto a permanecer allí, sin ser aceptado o incluso agradecido. Sentía que su indiferencia era un arma, una forma de protegerse, y él comenzaba a comprenderlo.
Mientras tanto, más atrás en el grupo, Daniel caminaba junto a Natalia, intentando no parecer demasiado ansioso. Sabía que ella era una persona difícil de impresionar y que, aunque él se esforzaba, ella mantenía su distancia. Sin embargo, ese día se había propuesto romper el hielo y acercarse a ella de una forma que no pareciera invasiva.
—Natalia —la llamó con un tono casual—, estaba pensando… ya que esta excursión va a terminar pronto y todos estaremos exhaustos, quizás podríamos ir a cenar después. Conozco un lugar que tiene una comida increíble y… bueno, sería genial que me acompañaras.
Ella lo miró con una mezcla de sorpresa y diversión, aunque mantuvo su expresión serena.
—¿Cenar? —repitió, con un leve tono de burla en su voz—. ¿Eso es lo mejor que tienes para ofrecer? ¿Una cena después de un día agotador?
Él sonrió, nervioso, mas decidido a no rendirse.
—No será una cena cualquiera —aseguró—. Prometo que será algo especial. Además, podría ser una buena oportunidad para relajarnos después de esta aventura… y conocernos un poco mejor.
La chica hizo una pausa, fingiendo pensar en la propuesta, aunque en realidad disfrutaba del esfuerzo de Daniel. Sabía que él no era el tipo de chico que solía interesarle, pero algo en su persistencia lograba hacerla sonreír, aunque no lo mostrara.
—No sé —respondió—. No suelo aceptar invitaciones de gente que apenas conozco.
Él asintió, intentando disimular su decepción. Sabía que ella no sería fácil de convencer, mas no esperaba que lo rechazara de forma tan categórica. Sin embargo, no podía permitirse darse por vencido.
—Está bien, lo entiendo —comentó con una sonrisa—. Quizás en otra ocasión.
La joven observó cómo el muchacho aceptaba su rechazo con naturalidad y sintió una pequeña punzada de culpa. Estaba segura de que no era fácil persistir cuando alguien parecía inalcanzable, y, aunque no se lo admitiría, aquella actitud le causaba una pequeña ternura.
A medida que avanzaba la excursión, Daniel se mantuvo junto a Natalia, aunque en silencio, intentando no incomodarla más de lo necesario. A pesar de su negativa, él se sentía feliz de poder pasar tiempo con ella, ya sea solo en aquella caminata.