Sombras y lealtades

Capítulo 8

El día de la graduación marcaba el fin de una etapa y el inicio de otra para los cuatro amigos. En el escenario universitario, rodeados de aplausos y felicitaciones, todo parecía normal. Pero detrás de las sonrisas y los abrazos se ocultaban verdades que apenas empezaban a revelarse.

La ceremonia se llevó a cabo en un amplio auditorio decorado con flores y banderas de la universidad. Sara, Daniel, Natalia y Alejandro estaban en primera fila, vestidos con sus togas negras y los birretes que simbolizaban su éxito académico. Para los dos primeros, era un logro esperado por sus familias, mientras que para los dos últimos, era un paso más hacia sus responsabilidades ineludibles.

Al terminar la ceremonia, Natalia y Alejandro se separaron discretamente del grupo. Ambos tenían asuntos urgentes que atender, y la fiesta no era una prioridad. Sara observó cómo Natalia, con su impecable cabello negro lacio y su expresión seria, se alejaba junto a Alejandro, que lucía más tenso de lo habitual.

Horas más tarde, en un lujoso despacho iluminado por la tenue luz de la tarde, Natalia se encontraba frente a su padre. Él, un hombre imponente con canas bien cuidadas, le entregó un conjunto de documentos en el que, oficialmente, el patriarca cedía el poder a su hija.

—Es tu momento, cielo —dijo con voz grave—. Esta organización necesita una líder fuerte, y no tengo dudas de que estás lista para este desafío.

Ella asintió, con su rostro inmutable. Había esperado ese día desde que tenía memoria. Había estudiado cada movimiento de su padre, cada decisión estratégica, y ahora todo recaía sobre sus hombros.

Por su parte, Alejandro se encontraba en un almacén subterráneo rodeado de hombres que habían sido leales a su familia durante décadas. Su padre, sentado en una silla de madera desgastada, le dio la última charla antes de cederle el control.

—Tienes mi confianza, hijo —comentó mientras encendía un cigarro—. Pero el poder no es un derecho, es una responsabilidad. La ciudad está cambiando, y necesitarás algo más que fuerza para mantenernos en pie.

El chico, siempre parco en palabras, simplemente asintió. Aunque el peso de la responsabilidad era abrumador, no podía mostrar debilidad.

La transición estaba completa: Natalia y Alejandro ahora estaban al mando de sus respectivas organizaciones.

Días después, los rumores comenzaron a extenderse. Una nueva banda había empezado a hacer movimientos significativos en la ciudad. A diferencia de las organizaciones tradicionales, esta banda no tenía códigos ni lealtades. Su único objetivo era el caos y el poder absoluto, y su método principal era el uso de sustancias extremadamente peligrosas que ya inundaban las calles.

En una reunión clandestina, Natalia y Alejandro discutían la situación. Sus contactos habían confirmado que esta nueva amenaza estaba ganando terreno con rapidez y afectaba no solo a las familias criminales, sino también a los ciudadanos comunes.

—Esta gente no respeta nada —dijo Natalia con un tono más frío de lo habitual—. No buscan control; buscan destrucción.

Alejandro, sentado frente a ella con los brazos cruzados, miraba fijamente un mapa de la ciudad con marcadores rojos que indicaban los territorios que la banda ya había conquistado.

—Si no los detenemos pronto, todo lo que hemos construido estará en peligro —respondió con su voz grave resonando en la habitación.

Mientras tanto, Sara y Daniel empezaban a notar los cambios en el ambiente. Ambos, ajenos al mundo oscuro que sus amigos enfrentaban, no podían ignorar las noticias que hablaban de un aumento en los delitos y de una peligrosa sustancia que estaba afectando a la juventud de la ciudad.

La chica, con su habitual amabilidad, trataba de mantener la calma, pero no podía evitar sentirse inquieta. El chico, por su parte, intentaba buscar soluciones desde su posición, pensando que todo podía resolverse de manera más sencilla de lo que realmente era.

Una noche, el padre de Sara, un alto mando del ejército conocido por su impecable estrategia, convocó una reunión con el padre de Daniel, un comisario de policía reconocido por su integridad. Ambos hombres estaban preocupados por la situación de la ciudad y, aunque venían de mundos distintos, compartían el mismo objetivo: erradicar la nueva amenaza.

En un despacho elegante y sobrio, los dos hombres esperaban la llegada de Natalia y Alejandro. La chica llegó primero, acompañada de dos hombres de confianza, seguida por el chico, que mantenía su habitual semblante serio.

—Gracias por venir —los saludó el padre de Sara para romper el silencio—. Sabemos que esta situación no solo afecta a nuestras instituciones, sino también a vuestras familias. Si queremos frenar a esta banda, debemos trabajar juntos.

La joven cruzó los brazos para evaluar la propuesta. Su experiencia le decía que las alianzas podían ser tanto una fortaleza como una debilidad, pero en este caso, parecía una necesidad.

—¿Qué tipo de colaboración tienen en mente? —preguntó la muchacha con frialdad, sin apartar la mirada de los dos hombres.

—Tenemos información de que tu organización y la de Alejandro tienen los recursos necesarios para enfrentarlos desde dentro, mientras que nosotros podemos ofreceros protección y apoyo logístico. Es una oportunidad de unir fuerzas por el bien de la ciudad —tomó la palabra el comisario.




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