Sombras y lealtades

Capítulo 9

El despacho del comisario de policía estaba más concurrido que de costumbre. Natalia, con su porte frío y calculador, observaba a los presentes mientras evaluaba cada palabra y gesto. No estaba acostumbrada a trabajar en equipo, mucho menos con alguien como el padre de Daniel, el comisario Fernández, cuya reputación impecable como defensor de la ley contrastaba drásticamente con el mundo que ella representaba.

La chica cruzó los brazos mientras escuchaba al comisario explicar la estrategia inicial para abordar la creciente amenaza. Aunque su tono era profesional, sus palabras eran contundentes.

—Nuestra prioridad es desmantelar esta organización con el menor daño colateral posible —afirmó el comisario, mirando a la joven directamente—. Sé que sus métodos pueden diferir de los nuestros, pero debemos encontrar un equilibrio.

Ella alzó una ceja, un gesto que en su lenguaje significaba desafío.

—¿Equilibrio? —repitió con voz pausada—. El equilibrio no existe en situaciones como esta. A veces, hay que tomar decisiones rápidas y eficaces, incluso si no son… ortodoxas.

El hombre mantuvo la calma, aunque su mandíbula se tensó ligeramente, y contestó:

—Y es precisamente por eso que estoy aquí, señorita Santamaría. Para asegurarme de que esas “decisiones” no crucen ciertos límites.

Alejandro, que estaba sentado junto a ella, observaba en silencio. Sabía que su amiga no estaba acostumbrada a que cuestionaran su liderazgo, pero también entendía la importancia de esta alianza.

—Natalia —intervino con su tono grave—, esto no es una competencia. Si queremos lograr algo, necesitamos su cooperación.

Ella respiró hondo y asintió, aunque no pudo evitar sentir que trabajaban bajo constante vigilancia. Era una sensación incómoda, especialmente cuando sus instintos le decían que debía desconfiar de todos, incluido el comisario.

Días después, las tensiones continuaban siendo palpables. Parte del plan requería que Natalia y Daniel trabajaran juntos para investigar las conexiones de la nueva banda. Era una situación que ninguno de los dos disfrutaba. El chico, con su actitud despreocupada y optimismo inquebrantable, chocaba con la seriedad implacable de ella.

—¿Siempre tienes que ser tan rígida? —preguntó él mientras caminaban hacia un edificio donde se llevaría a cabo una reunión con informantes.

—¿Siempre tienes que ser tan infantil? —contraatacó ella sin siquiera mirarlo.

El joven soltó una carcajada y contestó:

—Eso no ha sido un no. Me estás confirmando que soy divertido.

La muchacha lo detuvo y lo miró con una mezcla de irritación y desconcierto. Era difícil entender cómo alguien podía estar tan relajado en medio de una situación tan crítica.

—¿Puedes concentrarte? Esto es serio.

—Lo sé, lo sé —respondió al levantar las manos en un gesto de rendición—. Pero es que si todos actuamos como si el mundo estuviera a punto de explotar, nos volveremos locos. Una sonrisa no te matará, Natalia.

Ella bufó y siguió caminando, mas no pudo evitar sentir que, de alguna manera, él estaba logrando colarse en su muro de defensa.

Más tarde, durante la reunión, las tensiones volvieron a surgir. Uno de los informantes comenzó a hablar sobre movimientos sospechosos cerca de una zona industrial, no obstante, su relato era confuso. La chica, con su paciencia al límite, presionó al hombre para que fuera más claro, mientras Daniel trataba de mediar.

—Tranquila, Natalia —dijo en tono calmado—. No todos tienen tu… capacidad intimidante.

Ella le dirigió una mirada helada, pero el chico simplemente sonrió. Era su forma de demostrar que no le tenía miedo, y aunque le irritaba, en el fondo lo admiraba.

De regreso en la base de operaciones, los ánimos seguían tensos. Daniel, decidido a relajar el ambiente, decidió tomar un pequeño riesgo. Mientras revisaban los mapas y discutían las posibles rutas que la nueva banda utilizaba para mover mercancías, se le ocurrió una idea.

—¿Sabes, Natalia? —dijo de repente para romper el silencio—. Creo que deberías ser la nueva imagen de una campaña contra el crimen.

Ella levantó la mirada de los papeles, confundida y preguntó:

—¿Qué?

—Piensa en ello —Daniel esbozó una sonrisa traviesa—. “No cometas crímenes o Natalia Santamaría te encontrará”. Podrías asustar a cualquier delincuente con solo una mirada. Podríamos incluso imprimir camisetas.

Alejandro, que estaba al otro lado de la sala, dejó escapar una risa contenida, mientras Sara, que acababa de llegar, soltaba una carcajada abierta e inquiría:

—¿Qué me he perdido?

Su amiga rodó los ojos, pero había algo en la broma que, a pesar de todo, le resultaba gracioso. No pudo evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en sus labios antes de volver a concentrarse en el mapa.

Daniel, al darse cuenta, señaló su rostro con entusiasmo e informó:

—¡Lo he visto! ¡Has sonreído! Sabía que era posible.

Natalia lo ignoró, pero el ambiente ya se sentía más ligero. Aunque no lo admitiría, el optimismo de él tenía un efecto inesperado en ella. Por primera vez, comenzó a considerar que tal vez trabajar juntos no sería tan insoportable como habían imaginado.




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