Sombras y lealtades

Capítulo 12

La noche era fría y silenciosa cuando Daniel salió del restaurante después de una larga reunión con unos clientes. Las calles estaban desiertas y el eco de sus pasos resonaban en las paredes de los edificios cercanos. Mientras revisaba su teléfono, un escalofrío recorrió su espalda, pero lo ignoró al atribuirlo al viento que se había levantado.

No tuvo tiempo de reaccionar cuando una furgoneta negra frenó en seco a pocos metros de él. Tres hombres enmascarados descendieron con rapidez y lo rodearon.

—Daniel, ¿verdad? —preguntó uno de ellos con una voz ronca y burlona.

—¿Qué quieren? —intentó mantener la calma.

—Un mensaje. Nada personal, chico.

Antes de que pudiera defenderse, recibió un golpe en el estómago que lo hizo doblarse. Los otros dos hombres lo inmovilizaron mientras el primero le seguía golpeando, dejándolo en el suelo con la respiración entrecortada.

—Dile a tu amiguita Natalia que se mantenga lejos, o el próximo aviso será peor —el hombre arrojó una tarjeta con un símbolo que el chico reconoció de inmediato: el emblema de una banda rival.

El vehículo se alejó con rapidez, dejando al joven tirado en el pavimento, sangrando y apenas consciente.

Natalia estaba en su apartamento cuando recibió la llamada. Una mezcla de miedo y furia la invadió al escuchar que Daniel había sido atacado. Sin dudarlo, se dirigió al hospital donde lo habían llevado.

Al entrar en la habitación, su corazón se detuvo al verlo con el rostro lleno de moratones, un brazo en cabestrillo y varias vendas alrededor de su torso. Sus ojos azules, aunque cansados, se iluminaron al verla.

—Natalia —murmuró con voz ronca.

Ella se acercó con rapidez, con su rostro mostrando una mezcla de preocupación y culpa.

—Esto es por mi culpa —susurró mientras tomaba su mano—. Si no te hubieras acercado a mí, esto no habría pasado.

—No digas eso —replicó Daniel, intentando incorporarse, mas una punzada de dolor lo detuvo—. Sabía que acercarme a ti podría ser complicado, pero no me arrepiento.

Ella apartó la mirada, luchando contra las lágrimas.

—Daniel, no lo entiendes. Mi vida no es sencilla. Estar cerca de mí solo te pondrá en constante peligro.

—¿Crees que no lo sé? —respondió él con un tono más firme—. Y no me importa. Lo que siento por ti vale la pena.

La chica lo miró sorprendida.

—¿Qué estás diciendo? —la chica lo miró sorprendida.

—Que me importas más de lo que debería. Desde el primer día que hablamos, supe que había algo especial en ti —él apretó su mano, ignorando el dolor en su pecho—. Y no voy a mentir, lo que pasó me asustó, pero no voy a dejar que el miedo me aleje de ti.

La muchacha sintió que su corazón se quebraba ante sus palabras. Sabía que lo que decía era genuino, no obstante, también sabía que su mundo era demasiado oscuro para él.

—Daniel, no soy buena para ti. No puedo darte lo que mereces.

Él sonrió tristemente, como si ya esperara esa respuesta.

—Tal vez no puedes verlo ahora, pero sé que no eres tan fría como intentas aparentar.

Los días siguientes, Natalia se dedicó a cuidar a Daniel mientras se recuperaba. Cada vez que lo veía intentar sonreír a pesar de sus heridas, sentía un nudo en el estómago. Sabía que mantenerlo cerca solo lo pondría en más peligro, mas la idea de alejarse le resultaba insoportablemente dolorosa.

Una noche, mientras él dormía, la chica se quedó sentada junto a su cama, mirándolo en silencio. Su cabello caía sobre su frente y su expresión era tranquila, incluso con las marcas del ataque aún visibles.

—No puedo hacerte esto —susurró para sí misma al sentir las lágrimas deslizarse por sus mejillas—. No puedo arriesgarte.

Al día siguiente, cuando él despertó, Natalia estaba junto a la ventana, mirando hacia fuera con el rostro tenso.

—¿Estás bien? —preguntó él, notando la rigidez en su postura.

—Tenemos que hablar —dijo ella, sin girarse.

El chico supo de inmediato que algo andaba mal.

—Natalia, si esto es por lo que pasó, ya te dije que…

—No puedo hacer esto, Daniel —lo interrumpió para enfrentarlo. Sus ojos oscuros estaban llenos de tristeza—. Esto no va a funcionar.

—¿A qué te refieres?

—Estoy diciendo que no puedo estar contigo —se acercó a él, con su voz temblando—. Es demasiado peligroso para ti, y no puedo vivir con la culpa de que algo te pase por mi culpa.

Él la miró, herido y confundido, y le preguntó:

—¿Eso es lo que realmente quieres?

—No —admitió, bajando la mirada—. Pero es lo que debo hacer.

La habitación se llenó de un silencio pesado. Daniel cerró los ojos, tratando de controlar la mezcla de dolor y frustración que lo invadía.

—Entonces, supongo que no tengo otra opción —su voz era baja, casi un susurro—. Sin embargo, quiero que sepas algo, Natalia. Nunca me arrepentiré de haberme acercado a ti.




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