Sombras y lealtades

Capítulo 13

Las semanas transcurrieron con un aire de cambio en la ciudad. Sara, después del secuestro, había encontrado en Gabriel un refugio inesperado. Su amabilidad y disposición para estar a su lado sin presiones comenzaron a romper las barreras que ella había levantado tras la traición de su antiguo pretendiente.

Una tarde, mientras caminaban juntos por el parque, Gabriel le ofreció una pequeña flor que había recogido del césped.

—No es mucho, pero me recordó a ti —le sonrió con timidez, algo que ella no pudo evitar encontrar encantador.

Ella tomó la flor para estudiarla con cuidado antes de devolverle una sonrisa.

—Gracias. Es linda… como tú.

Él se sonrojó, pero trató de ocultarlo tras una risa nerviosa.

—No esperaba eso de ti.

—¿Que te lo agradecería? —preguntó ella con una ceja arqueada.

—Que me llamaras lindo —Gabriel la miró con sus ojos brillantes, llenos de esperanza.

La chica soltó una pequeña risa al sentirse más ligera de lo que se había sentido en semanas. Por primera vez, consideró la posibilidad de que estar con él no fuera solo una manera de escapar de su dolor, sino también algo real, algo que podía crecer.

Sin embargo, ese pensamiento también la llenó de culpa. Aunque sus interacciones con Alejandro habían disminuido, no podía negar lo que una vez había sentido por él. Aun así, la joven decidió darse una oportunidad con Gabriel, pensando que quizás un nuevo comienzo era lo que necesitaba.

Alejandro observaba desde la distancia cómo Sara se reía con Gabriel, con su corazón apretado con cada mirada que compartían. Había intentado darle espacio después de su confesión, pero verla acercarse a otro era un golpe que no había anticipado.

Esa noche, en su casa, el chico se sentó en su escritorio, revisando los informes de su organización. A pesar de su aparente concentración, su mente continuaba regresando a la chica. La idea de que ella lo olvidara lo carcomía, pero también sabía que no podía obligarla a quedarse a su lado.

—¿Por qué estoy tan afectado por esto? —murmuró para sí mismo, dejando caer el bolígrafo con frustración.

Su mejor amigo y mano derecha, Marcos, entró en la habitación con una expresión seria.

—Alejandro, hay algo que necesitas ver.

El hombre colocó un informe frente a él, detallando movimientos recientes de la banda rival. El joven lo estudió con detenimiento, mas su mente seguía dividida.

—Parece que están ganando territorio en el sur de la ciudad —comentó el hombre—. Si no hacemos algo, será una amenaza directa.

Su jefe asintió mientras se enderezaba en su silla y respondió:

—Tienes razón. No podemos permitir que sigan avanzando.

Aunque sus palabras eran firmes, Marcos notó la tensión en su voz.

—¿Estás bien?

—Estoy bien —Alejandro levantó la mirada, decidido—. Es hora de que me concentre en lo que realmente importa. Si Sara quiere a Gabriel, no puedo detenerla. Mi deber es fortalecer nuestra posición.

Su hombre asintió, aunque no pudo evitar sentir que su jefe estaba usando su trabajo como una distracción.

Natalia había vuelto a sumergirse en su rutina después de alejarse de Daniel. Había tomado decisiones difíciles para protegerlo, mas eso no significaba que no le doliera.

Una tarde, mientras caminaba por los pasillos de la universidad, lo vio sentado en una mesa de la cafetería. Estaba con Sara, riendo por algo que ella había dicho. Natalia sintió un nudo en el estómago que no pudo ignorar.

—No es asunto tuyo —se dijo a sí misma, desviando la mirada y acelerando el paso.

Sin embargo, sus pensamientos la traicionaron. Recordó las veces que él le había sonreído de esa manera, con una calidez que parecía iluminar cualquier lugar. Aunque había decidido alejarse de él, verlo con otra persona la hacía cuestionar si había tomado la decisión correcta.

Más tarde, en su apartamento, la chica se dejó caer en el sofá con una copa de vino en la mano.

—Esto es lo que querías, ¿no? Que estuviera a salvo, feliz… lejos de ti.

Pero no se sentía bien. Por más que intentaba convencerse de que lo había hecho por su bien, el vacío en su pecho no desaparecía.

De repente, su teléfono sonó. Era un mensaje de Alejandro: “Reunión esta noche. Tenemos que hablar sobre los movimientos de la banda rival”.

La chica suspiró, dejando la copa a un lado. Sabía que no podía permitirse ser débil, no cuando tantas cosas estaban en juego.

—Un día más. Solo un día más.

No obstante, mientras se preparaba para salir, no pudo evitar que una pequeña parte de ella deseara que Daniel aún estuviera a su lado, sonriendo como solía hacerlo.




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