En la penumbra de una sala de reuniones oculta tras el club nocturno que servía de fachada para las operaciones de los Cárdenas, se encontraban los representantes de una alianza poco convencional. Natalia y Alejandro estaban sentados al frente, con sus respectivas presencias imponentes dominando la sala. A un lado, el comisario Fernández, padre de Daniel, observaba con su característica mirada analítica, mientras que al otro lado, el coronel Rodríguez, padre de Sara, imponía una autoridad inquebrantable.
En el centro de la mesa se desplegaba un mapa de la ciudad con marcas que señalaban los puntos de actividad de la nueva banda, conocida como La Mano Roja.
—Estamos ante una organización que no respeta las reglas de la ciudad ni las jerarquías establecidas —comentó la chica, con sus ojos oscuros recorriendo a los presentes—. Si permitimos que continúen, no solo tomarán nuestras rutas, sino que desestabilizarán todo.
El comisario asintió y agregó:
—Mi departamento ha identificado conexiones entre La Mano Roja y redes internacionales de tráfico. Esto no es solo un problema local; es una amenaza para todos.
Alejandro, con su postura relajada pero vigilante, intervino:
—La diferencia es que nosotros no jugamos con las mismas reglas. Mientras ustedes esperan órdenes o se limitan por la burocracia, nosotros podemos actuar con rapidez.
El coronel, que había permanecido en silencio hasta entonces, clavó su mirada en él y apuntó:
—La rapidez no es nada sin estrategia. Por eso estamos aquí, para unir fuerzas y garantizar que esta amenaza sea eliminada de raíz.
Aunque la tensión en la sala era palpable, todos entendían que, pese a sus diferencias, necesitaban colaborar. Una alianza entre la ley y el crimen organizado no era algo común, mas las circunstancias lo exigían.
—¿Qué sugieren como primer paso? —preguntó el comisario para romper el silencio.
—Identificamos el próximo cargamento que esperan recibir. Si interceptamos esa entrega y desactivamos su red de distribución, les quitaremos poder —tomó la palabra Natalia.
—Eso requerirá coordinación —añadió Alejandro—. Necesitamos que sus hombres estén listos para cubrir nuestras espaldas.
El coronel y el comisario intercambiaron miradas antes de asentir.
—Lo haremos a nuestra manera, pero cuentan con nuestro apoyo —declaró el primero.
La reunión terminó con un acuerdo tácito: juntos enfrentarían a La Mano Roja. Sin embargo, debajo de la cooperación superficial, las tensiones seguían latentes, y todos sabían que, en cuanto la amenaza desapareciera, las alianzas podrían desmoronarse.
Daniel y Sara caminaban juntos por el parque, con sus conversaciones usualmente ligeras ahora teñidas de preocupación. Desde hacía semanas, ambos habían notado comportamientos extraños en sus padres.
—¿Tu padre también ha estado más reservado últimamente? —preguntó el chico con el ceño fruncido.
—Sí, y no es normal en él. Siempre ha sido muy abierto conmigo, pero parece que ahora me está escondiendo algo.
Él se detuvo y se apoyó en el tronco de un árbol con los brazos cruzados a la altura del pecho. Reflexionó durante unos segundos y contestó:
—Creo que siguen trabajando juntos. No me sorprendería que estuviera relacionado con todo esto de La Mano Roja.
—¿Crees que Alejandro y Natalia también están involucrados? —Sara sentía cómo las piezas empezaban a encajar.
—Probablemente. Ambos han estado demasiado ocupados. Es como si algo grande estuviera pasando y nosotros fuéramos los únicos que no lo sabemos.
—No me gusta esto, Daniel. Si están trabajando juntos, significa que la situación es aún más peligrosa de lo que imaginamos.
Él la miró con la preocupación reflejada en sus ojos.
—Acerquémonos a ellos. No podemos dejarlos solos ante este peligro.
Sara asintió, aunque sabía que adentrarse en ese mundo oscuro podría traer consecuencias inesperadas. La incertidumbre los envolvía, mas ambos estaban decididos a descubrir la verdad, sin importar lo que encontraran en el proceso.