La sala estaba en penumbras, iluminada únicamente por la luz tenue de una lámpara que oscilaba con levedad sobre la mesa central. Natalia y Alejandro estaban inclinados sobre una carpeta repleta de documentos, fotografías y notas recopiladas por sus informantes. Entre las imágenes destacaba una que ambos reconocieron de inmediato: el antiguo pretendiente de Sara.
—Lo sabía —dijo Natalia, con su voz cargada de frustración—. Este tipo no podía ser solo un estudiante.
Alejandro apretó los dientes, con sus ojos grises destellando con furia mientras revisaba la información.
—Su nombre real es Javier Mendoza. Es uno de los operadores clave de La Mano Roja. Se infiltró en la universidad con la intención de acercarse a Sara… y a mí —concluyó al golpear la mesa con el puño.
La chica cruzó los brazos con su mirada calculadora fija en él y murmuró:
—Si ellos creen que pueden manipularnos a través de nuestros amigos, nos están subestimando.
—Pero esto no se trata solo de protegernos. Sara estuvo expuesta a un peligro real y ella merece saber la verdad.
—¿Y estás seguro de que no reaccionará mal cuando descubra que también hemos estado guardando secretos? —la joven arqueó una ceja.
El silencio a su pregunta lo dijo todo. Alejandro sabía que Sara no se lo tomaría bien, pero no había otra opción.
—Lo que sea necesario para mantenerla a salvo —respondió finalmente, con su tono más decidido que nunca.
Sara estaba sentada en un banco del parque cuando Alejandro se acercó. Su expresión era seria, sus pasos firmes, pero algo en su mirada lo delataba: sabía que lo que estaba a punto de decir no sería fácil de escuchar.
—Necesito hablar contigo —comentó, tomando asiento a su lado.
La chica lo miró de reojo, con una expresión cautelosa.
—¿Sobre qué?
Él respiró hondo antes de hablar:
—Es sobre Tomás… o quien pensábamos que era Tomás.
La sola mención del nombre hizo que la joven se tensara.
—¿Qué pasa con él?
Alejandro le entregó una de las fotografías que había estado revisando antes. En ella, Tomás aparecía con varios hombres armados, claramente siendo parte de La Mano Roja.
—No es quien dijo ser. Era un infiltrado. Todo lo que hizo fue un intento de manipularte y acercarse a mí a través de ti.
La muchacha miró la fotografía, con su mente inundada de recuerdos: las conversaciones, las sonrisas, las palabras dulces que ahora parecían veneno.
—¿Cómo puedo saber que esto es cierto? —preguntó, levantando la mirada hacia él, con un tono lleno de incredulidad—. ¿Y por qué me estás diciendo esto ahora?
—Porque nunca quise que estuvieras en peligro —respondió, con sus ojos buscando los de ella—. Hice todo lo posible por mantenerte al margen, pero ellos cruzaron una línea al acercarse a ti.
La joven se levantó de un salto y se alejó de él un par de pasos.
—¿Y qué hay de ti? —espetó—. ¿Qué tan diferente eres de él? Toda tu vida está envuelta en secretos, Alejandro. ¿Cómo se supone que confíe en ti?
El chico se levantó también, con su postura rígida mientras trataba de mantener la calma.
—No soy perfecto, pero nunca he jugado contigo.
Ella lo miró fijamente, con sus emociones luchando por salir a la superficie.
—Eso no cambia el hecho de que no sé en quién puedo confiar.
Sin decir más, Sara se alejó dejando al muchacho solo, con sus palabras resonando en el aire frío de la tarde.
Esa noche, Sara estaba en su habitación intentando procesar lo sucedido. Su mente era un caos, y el peso de la traición de Tomás la aplastaba. Un leve golpe en la puerta interrumpió sus pensamientos.
—¿Sara? Soy yo, Gabriel.
Ella abrió, dejando pasar a su amigo. El chico traía consigo una caja de chocolates y una botella de vino, claramente un intento de animarla.
—Pensé que necesitarías esto —le dijo él con una sonrisa suave, dejando la caja y la botella sobre su escritorio.
La chica sonrió levemente, aunque su tristeza seguía evidente.
—Gracias. Pero creo que ni todo el chocolate del mundo podría arreglar esto.
Él se sentó en el borde de la cama, mirándola con preocupación.
—No sé qué ha pasado, pero estoy aquí para lo que necesites.
—Es complicado —se sentó junto a él con un suspiro—. No sé en quién confiar. Todo lo que creía seguro parece derrumbarse.
Gabriel tomó su mano entre las suyas, con su mirada sincera.
—Puedes confiar en mí. Siempre estaré aquí para ti.
El calor de sus palabras hizo que la chica sintiera un pequeño alivio, aunque no podía evitar la sensación de que todo era demasiado complicado.
La puerta se abrió de golpe y Alejandro entró sin previo aviso, con una expresión tensa.