Sombras y lealtades

Capítulo 18

La ciudad se despertó al rugido de explosiones y el estruendo de disparos. La Mano Roja había lanzado un ataque simultáneo en varios puntos estratégicos, sembrando caos y pánico en las calles.

El comisario Fernández, padre de Daniel, lideraba a la policía, coordinando esfuerzos desde el centro de operaciones. Las patrullas se movilizaban rápidamente, intentando contener el desastre. A su lado, el general Rodríguez, padre de Sara, comandaba tropas del ejército con su presencia imponente como un recordatorio de que esta era una lucha común.

En el corazón de la acción, Alejandro y Natalia se preparaban para liderar a sus respectivos hombres en un contraataque directo contra las bases principales de La Mano Roja. El joven revisaba su arma mientras Natalia daba órdenes claras y rápidas a su equipo.

—¿Estás lista? —le preguntó él, con la mirada clavada en ella.

—Siempre —respondió con determinación mientras se ajustaba el chaleco antibalas.

Ambos sabían que este enfrentamiento marcaría el fin de algo, ya fuera su lucha contra La Mano Roja o sus propias vidas.

La primera escaramuza se dio en el puerto, donde los cargamentos ilegales de la nueva banda estaban siendo custodiados por decenas de hombres armados. Los dos amigos, flanqueados por sus aliados, lideraron el asalto con una precisión quirúrgica. Los disparos resonaban, las órdenes se gritaban, y el aire se llenaba del olor metálico de la pólvora.

A pesar de la ferocidad del combate, ambos se mantuvieron unidos, luchando como un equipo perfectamente sincronizado.

Mientras tanto, en un edificio seguro lejos del frente, Sara y Daniel observaban la acción a través de pantallas que transmitían en vivo desde los drones y cámaras de los equipos en el campo. La chica no podía apartar la vista de la imagen de Alejandro y Natalia enfrentándose al peligro.

—¿Por qué tienen que hacerlo todo ellos? —preguntó la muchacha con la voz cargada de frustración e impotencia.

Daniel, sentado a su lado, le ofreció una mirada comprensiva y le agarró la mano.

—Porque es lo que saben hacer. Pero eso no significa que no podamos ayudarlos.

La chica lo miró con una mezcla de duda y esperanza.

—¿Cómo?

—Manteniéndonos fuertes. Ellos necesitan saber que estaremos aquí, pase lo que pase —respondió él, colocando su otra mano firme sobre la de Sara.

Aunque sus palabras eran reconfortantes, el conflicto interno de ella era evidente. No podía evitar sentirse dividida entre su preocupación por Alejandro y la creciente conexión con Gabriel.

Una explosión en la pantalla los hizo saltar. La joven se llevó una mano al pecho, con la respiración acelerada.

—Van a estar bien —dijo Daniel, aunque sus ojos traicionaban su propia preocupación—. Tienen que estarlo.

En medio del caos del enfrentamiento, Natalia y Daniel se encontraron momentáneamente en un callejón, refugiándose de una lluvia de disparos. Sus miradas se encontraron, y el peso de todo lo no dicho entre ellos se hizo insoportable.

—¿Qué estás haciendo aquí? —espetó ella, con la voz cargada de frustración y miedo—. Podrías haberte quedado lejos de esto.

—¿Y dejarte sola? Nunca.

Ella negó con la cabeza, con sus ojos brillando con emociones contenidas.

—Esto no es un juego, Daniel. Si algo te pasa…

—No va a pasarte nada —la interrumpió él al acercarse un paso más—. Porque no voy a dejarte.

La intensidad de sus palabras rompió las últimas defensas de la chica. Con el sonido de los disparos y las explosiones como telón de fondo, se permitió confesar lo que había estado reprimiendo durante tanto tiempo:

—No puedo perderte, Daniel. No puedo.

—No vas a perderme —enmarcó el rostro femenino entre sus manos para obligarla a mirarlo a los ojos—. Estamos juntos en esto, cueste lo que cueste.

Por un momento, el mundo pareció detenerse mientras Natalia asimilaba sus palabras. Cuando por fin asintió, sin pensarlo mucho más, lo besó. Fue un beso lleno de desesperación, pero también de esperanza, una promesa silenciosa de que lucharían por lo que tenían.

Al separarse, ella tomó su arma y volvió a mirar al frente, con su determinación renovada.

—Vamos, tenemos un trabajo que terminar.




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