Sombras y lealtades

Capítulo 19

La ciudad, aunque marcada por los estragos de la batalla, comenzaba a respirar de nuevo. Las calles, antes escenario de enfrentamientos, ahora estaban llenas de equipos de limpieza y reconstrucción. Pero mientras la vida parecía retomar su curso, el peso de las decisiones que cada uno debía tomar se sentía más pesado que nunca.

Sara se encontraba en el parque cerca de su casa, buscando algo de calma tras los últimos días. El aire fresco acariciaba su rostro, mas su mente estaba llena de preguntas sin respuesta.

De repente, Alejandro apareció, caminando hacia ella con una determinación que solo él podía tener. Su ropa informal no podía ocultar las cicatrices recientes de la batalla, ni el aura de peligro que siempre lo acompañaba.

—¿Puedo sentarme? —preguntó con voz suave.

Ella asintió en silencio, con sus ojos fijos en el suelo. Él tomó asiento a su lado, dejando un espacio respetuoso entre ellos.

—Sé que no tengo derecho a pedirte nada después de todo lo que ha pasado —comenzó él para romper el silencio—. Pero quiero que sepas algo.

Sara lo miró, con sus ojos llenos de confusión y emoción contenida.

—No quiero esta vida para mí. Ni para ti. Lo que pasó con la banda rival me hizo darme cuenta de lo cerca que estuve de perderte, y no puedo volver a arriesgar eso —continuó él.

Ella tragó saliva, sintiendo cómo sus palabras resonaban en su pecho.

—¿Qué estás diciendo?

Alejandro tomó una profunda respiración antes de responder:

—Estoy dispuesto a dejarlo todo. La organización, las peleas, todo lo que me ha definido hasta ahora. Si eso significa que puedo estar contigo, lo haré.

Ella parpadeó, sorprendida por la sinceridad en su voz.

—No es tan simple, Alejandro. ¿De verdad crees que puedes alejarte de esa vida sin consecuencias?

—No lo sé —admitió él con su mirada fija en la de ella—. Pero estoy dispuesto a intentarlo. Por ti.

Sara volvió a casa después de su encuentro con Alejandro, con su mente en un torbellino de pensamientos. Sus sentimientos por él eran innegables, mas la vida que él llevaba había sido una barrera constante entre ellos.

Más tarde, mientras estaba en su habitación, Gabriel apareció en su puerta. Sus ojos reflejaban preocupación y algo más, algo que ella no podía identificar del todo.

—¿Cómo estás? —inquirió él, entrando con cautela.

—Confundida —admitió, dejándolo pasar—. Alejandro… me dijo que está dispuesto a dejarlo todo.

El chico asintió lentamente, como si estuviera procesando la información.

—¿Y tú? ¿Qué quieres tú?

Sara lo miró, sintiendo una mezcla de gratitud y culpa. Él había sido su refugio, su apoyo incondicional. Pero su corazón seguía dividido.

—No lo sé, Gabriel. Quiero creerle, pero la vida que lleva… siempre me ha asustado.

Él se acercó y tomó sus manos entre las suyas.

—No importa lo que decidas, Sara. Solo quiero que seas feliz.

Ella sonrió débilmente, agradecida por sus palabras.

Mas incluso mientras hablaba, sabía que la decisión que debía tomar afectaría no solo a su vida, sino también a los lazos que había construido con los demás.

En otra parte de la ciudad, Natalia y Daniel se encontraban en el despacho de ella para revisar los últimos informes sobre el estado de la ciudad tras la caída de La Mano Roja.

—Parece que esto finalmente ha terminado —comentó él, dejando los papeles a un lado.

Ella asintió, sin embargo, su expresión permanecía distante.

—Terminado para ellos, tal vez. Para nosotros, esta vida no termina nunca.

Daniel la miró fijamente, sintiendo cómo sus palabras pesaban en el aire.

—Entonces, lo enfrentaremos juntos.

Natalia levantó la vista, con sus ojos llenos de incredulidad y dijo:

—Daniel, ya te lo dije. Esta vida no es para ti.

—Eso no me importa —insistió él mientras se acercaba—. No voy a alejarme de ti, Nat. Sé los riesgos, pero prefiero enfrentarlos contigo que vivir sin ti.

La dureza en la mirada de ella se suavizó, y por primera vez permitió que sus emociones salieran a la superficie.

—No sé cómo haces esto —susurró ella—. Cómo puedes… amarme a pesar de todo.

Él sonrió, tomando sus manos.

—Porque no puedo evitarlo.

En ese momento, la chica dejó de resistirse. Se prometieron enfrentarlo todo juntos, conscientes de que su amor era tanto una fortaleza como una vulnerabilidad.

Una semana después, Sara encontró a Alejandro en el parque donde habían hablado por última vez. Esta vez, fue ella quien lo buscó.

El chico estaba sentado en el mismo banco, mirando hacia el horizonte. Al verla, se levantó de inmediato, con expresión tensa y nerviosa.

—¿Sara?




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