Sombras y legados

Parte 1

La lluvia caía sobre los vastos campos de Itharia, un reino que había conocido la paz durante los últimos cincuenta años bajo el reinado de Aldric el Sabio. Sin embargo, esa paz se sentía más frágil que nunca. Desde el interior de la Fortaleza Real, los consejeros, nobles, y sirvientes corrían por los pasillos de piedra, movidos por la desesperación. El rey estaba muriendo, y con él, moría también la estabilidad del reino.

Elara se encontraba de pie al pie de la cama de su padre, observando el cuerpo que alguna vez había sido fuerte y poderoso, reducido ahora a una figura frágil. Su cabello plateado yacía sobre la almohada, su respiración irregular y débil. El silencio de la habitación, roto solo por el golpeteo constante de la lluvia, se hacía insoportable.

“Padre…” susurró, acercándose para tomar su mano. Las palabras se ahogaban en su garganta, pero debía ser fuerte. Sería la reina. Así había sido planeado desde su nacimiento, y ahora debía cumplir con su destino.

Aldric abrió los ojos lentamente. Sus labios temblaron antes de murmurar, apenas audible. “Elara… el trono…” Sus dedos, débiles, apretaron ligeramente la mano de su hija. “No es tan sencillo…”

La princesa frunció el ceño, pero antes de que pudiera responder, el rey cerró los ojos para siempre. La última exhalación dejó la habitación en un profundo silencio. Elara sintió cómo el peso de sus palabras sin terminar caía sobre sus hombros.

El Consejero Helmar, que había estado en el rincón de la habitación observando la escena, dio un paso adelante. Era un hombre de aspecto severo, con el cabello oscuro ya moteado por las canas y unos ojos que parecían ver siempre más allá de lo evidente. “Mi señora,” dijo con voz grave, “El reino necesitará respuestas pronto. No podemos esperar.”

Elara no respondió de inmediato. En su mente, las palabras de su padre seguían repitiéndose: No es tan sencillo. Pero, ¿qué había querido decir? Había sido educada toda su vida para este momento, para gobernar. Sin embargo, algo en la advertencia de su padre la inquietaba.

“Debo hablar con el consejo,” dijo finalmente, con la voz más firme de lo que sentía. “Y preparar la ceremonia de sucesión.”

Helmar asintió, pero su mirada era difícil de descifrar. “Así será, Princesa.”

Horas después, Elara caminaba por los pasillos de la fortaleza. El murmullo de los sirvientes y los nobles llenaba el aire, todos compartiendo susurros sobre lo que el futuro depararía para Itharia. Algunos la miraban con respeto; otros, con escepticismo.

“Elara,” una voz familiar la detuvo. Lady Valeria, su dama de compañía y confidente desde la niñez, se acercó rápidamente. Era la única persona en la que Elara confiaba completamente. “He oído rumores… sobre un hombre…”

Elara la miró con confusión. “¿Qué hombre?”

“Se dice que… hay alguien reclamando ser el hijo del rey,” dijo Valeria en voz baja, mirando a su alrededor. “Un hijo bastardo.”

Elara sintió como si el suelo se abriera bajo sus pies. No podía ser cierto. Su padre jamás había hablado de otro hijo. Si había tal hombre, ¿qué derecho tenía a disputar su herencia? Y lo más inquietante: ¿era esto lo que su padre había querido advertirle con sus últimas palabras?

El día siguiente trajo una atmósfera pesada sobre la ciudad capital. La muerte del rey había corrido como pólvora por las calles, y con ella, los rumores de una disputa por el trono. Las plazas estaban llenas de conversaciones entre ciudadanos preocupados por el futuro del reino.

En la corte, el Consejo Real estaba reunido. Lord Kaldor, uno de los generales más poderosos del reino, rompió el silencio. “Itharia necesita liderazgo fuerte. Con la muerte del rey, el enemigo no dudará en atacar.”

“Eso es verdad,” añadió Lady Elira, una noble astuta conocida por su habilidad para manipular la política. “Pero la legitimidad de la sucesión es clave. Debemos asegurarnos de que no haya dudas sobre quién es el verdadero heredero.”

Elara, sentada en el trono de la sala del consejo, observaba con atención. Sabía que muchos la veían como inexperta, una joven que nunca había participado en las guerras o en las intrigas de la corte. Pero debía demostrarles que estaba lista para gobernar.

Fue entonces cuando las puertas de la sala se abrieron bruscamente, y un mensajero entró apresuradamente, respirando con dificultad. “¡Mi señora! Un hombre ha llegado a las afueras de la capital. Dice ser Dorian, hijo del rey.”

El silencio en la sala fue inmediato. Cada mirada se volvió hacia Elara, quien sintió cómo su corazón se aceleraba. Podía escuchar el murmullo creciente entre los consejeros, pero su atención estaba centrada únicamente en las palabras del mensajero.

"¿Dorian?" preguntó Lord Kaldor, su voz llena de escepticismo. "Eso es imposible. El rey nunca mencionó tal hijo."

Elara, tratando de mantener la compostura, se levantó de su asiento. "¿Qué dice este hombre? ¿Qué pruebas tiene de ser quien afirma ser?"

El mensajero vaciló por un momento antes de responder. "Se presenta con documentos y una espada antigua, mi señora. Una espada que, según él, perteneció al rey en su juventud."

Los susurros se intensificaron en la sala. Lady Elira frunció el ceño, cruzando los brazos mientras evaluaba la situación. "Esos documentos podrían ser falsificados. Y una espada no prueba nada."

Elara respiró hondo. No podía permitirse parecer débil o indecisa en ese momento. "Traigan a este hombre aquí. Quiero verle con mis propios ojos."

Poco después, las puertas de la gran sala se abrieron de nuevo, revelando a Dorian. Era un hombre de estatura media, con un aspecto desgastado por el tiempo y las batallas. Su cabello oscuro estaba despeinado, y su rostro mostraba las cicatrices de una vida lejos del lujo de la corte. Sin embargo, había algo en su porte, algo en la forma en que miraba a los presentes, que transmitía una seguridad perturbadora.

Elara lo observó con detenimiento mientras él caminaba con paso firme hacia el centro de la sala, donde se inclinó ligeramente en señal de respeto, pero sin perder su postura desafiante. En su cinturón, una espada antigua colgaba, sus runas desgastadas por el tiempo pero aún visibles.



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En el texto hay: fantasias

Editado: 30.09.2024

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