Sombras Y Promesas

CAPITULO 3: ESCOCIA Y SUS PRIMERAS IMPRESIONES

ELIAN

—Me parece muy innovador su punto de vista, joven Elián. No hace falta ninguna corrección o añadidura, simplemente perfecto —la mirada del profesor Anderson muestra asombro mientras sostiene en sus manos el borrador de mi tesis.

Esto ni siquiera es la mitad de lo que tengo pensado presentar, y si esa es su reacción ahora, no puedo imaginar cómo reaccionará el jurado cuando vea el resultado final.

No me sorprende generar esa fascinación. Cada tarea que desempeño está cuidadosamente preparada para ser excepcional.

—Si así lo quisiera, podría postularse para dar algunas charlas de preparación a los alumnos nuevos. Este semestre ingresan personas muy prometedoras —sugiere con entusiasmo.

Por mi parte, no me siento atraído por la idea. Considero que tengo cosas mucho más importantes que prestar mi conocimiento a jóvenes inexpertos.

—Gracias por la oferta, profesor, pero me encuentro muy ocupado por el momento —declino cortésmente, manteniendo, como siempre, las apariencias.

—Entiendo. Sin embargo, si logra liberar su agenda, puede buscarme. Sería un honor contar con su presencia, ya que incluso en este nuevo ciclo ingresará otro miembro de la realeza inglesa.

Sus palabras me toman por sorpresa, y me giro para verlo, tratando de disimular mi interés. Si menciona que es otro integrante de la realeza inglesa, no se trata de George, mi viejo amigo.

Podría ser quien creo que es…

—¿Sabe quién es ese nuevo estudiante, profesor? —pregunto con calma disimulada.

—Es la única hija del Rey Arthur, Arabella.

Me extiende los papeles de mi proyecto antes de continuar hablando.

—Así que coménteme si llega a cambiar de opinión, joven Elian. Nos vemos después.

Y así se despide, dejándome solo en la sala de descanso, con la mente dispersa en una sola cosa.

Arabella está en Escocia.

——————

Las horas pasan sin que lo note. Después de organizar mis notas, decido quedarme en la sala de descanso para avanzar en la presentación de mi proyecto. El ambiente tranquilo es ideal para trabajar, pero con el correr del tiempo, un murmullo creciente comienza a filtrarse desde el exterior. Al principio lo ignoro, aunque pronto el bullicio se vuelve imposible de pasar por alto.

Me levanto y camino hacia el balcón para despejar la mente. Desde allí puedo ver el jardín principal, donde los nuevos estudiantes comienzan a llegar, descendiendo de vehículos elegantes y rodeados de asistentes que cargan sus pertenencias.

El contraste entre sus rostros llenos de expectativa y mi indiferencia habitual es evidente. Sin embargo, entre todos ellos, algo —o alguien— llama mi atención de inmediato.

Una joven desciende de una camioneta blindada negra. Su cabello rojo intenso resalta como un faro entre la multitud, y su porte es inconfundible. Aunque han pasado años desde que George me mostró aquella foto de su hermana menor, no cabe duda de que es ella.

Arabella.

La observo en silencio, viendo cómo sonríe con cortesía a quienes la rodean. No parece insegura ni fuera de lugar, pero hay algo en su expresión que me resulta intrigante. Su sola presencia es suficiente para que mi curiosidad despierte de una manera que no puedo controlar.

Por primera vez en mucho tiempo, me doy cuenta de que esta no será una simple coincidencia.

ARABELLA

Los vidrios empañados de la camioneta me muestran que el clima afuera es mucho más frío que en Inglaterra. Aunque estoy acostumbrada a las bajas temperaturas, esperaba que aquí saliera el sol con más frecuencia.

Hace una hora había aterrizado el jet en la pista privada de mi familia, y apenas descendí, una camioneta blindada me esperaba con tres guardaespaldas y una señora llamada Helena. Se presentó muy formalmente, anunciando que estaba aquí para ayudarme y atender cualquier petición, aunque estoy segura de que no le daré demasiado trabajo.

La Universidad de Edimburgo se encontraba a treinta minutos de la pista, así que aproveché el tiempo para llamar a mis padres y avisarles que había llegado bien, aunque sabía que ellos ya habían sido informados apenas las ruedas del avión tocaron suelo escocés.

Y aunque apenas llevo cuatro horas lejos de casa, ya los extraño más de lo que imaginaba. No sé cómo será adaptarme a una rutina diaria sin ellos.

Cuando terminé las llamadas, tomé una pequeña siesta que se sintió increíblemente reparadora, hasta que la suave voz de la señora Helena me despertó.

—Hemos llegado, su alteza —anuncia, sosteniendo su bolso de mano.

Vuelvo la mirada hacia la ventana para observar desde allí la inmensidad de la universidad. Parece un palacio de los tiempos medievales, con kilómetros de terreno rodeados de árboles y un pasto verde brillante. A pesar del cielo nublado, todo el lugar luce hermoso.

—La princesa bajará del vehículo —la voz de uno de los guardaespaldas me saca de mis pensamientos. Lo veo comunicarse por un pequeño auricular que, supongo, está conectado con los otros dos que permanecen afuera de la camioneta.

—Le mostraré las instalaciones y luego la llevaré a su apartamento, su alteza —dice Helena con entusiasmo.

—No es necesario que me llames “su alteza”; puedes decirme simplemente Arabella —le pido con una sonrisa.

Ella me observa algo escandalizada por mi propuesta. Supongo que llamar por su nombre de pila a un miembro de la realeza debe parecerle inapropiado, pero no quiero que los demás me vean diferente al descubrir de dónde vengo.

—¿Le parece mejor que le diga “señorita Arabella”? —pregunta cortésmente.

Asiento conforme. Cualquier cosa es mejor que “su alteza”, algo con lo que he vivido acostumbrada desde que tengo memoria.

Ambas salimos del auto cuando los guardias me abren la puerta. De inmediato, la fría brisa agita mi cabello, haciéndome temblar brevemente por la temperatura.

Es más frío de lo que imaginaba.

—Por aquí —Helena me guía hacia el camino de entrada del recinto.




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