ARABELLA
Era un baile. Solo eso.
He bailado cientos de veces en distintos eventos de la realeza. Y era más que diestra en la actividad.
Pero ¿por qué mi piel hormigueaba debajo de su toque en mi espalda?
Un simple movimiento. Y ya estaba pegada a su pecho. El calor de su cuerpo me envolvía, tan cercano. Casi como si compartiéramos cada aliento.
Las notas de piano llenaban el espacio con la melodía de The Forsaken Waltz. El ritmo era atrapante. Me hacía sentir una corriente por todo el cuerpo. O tal vez era solo la mirada de Elian, que no se había apartado de mí ni un instante.
Sus movimientos eran elegantes, precisos, como si hubiese nacido para esto. Nuestros cuerpos estaban en tal sincronía que me permití soltarme, fluir con la melodía. Todo alrededor se desvaneció. Solo podía escuchar mi sangre burbujear cuando su mano apretó la mía, de forma casi imperceptible.
Me hizo girar y mi espalda chocó con su pecho en un ágil movimiento.
Un escalofrío me recorrió entera cuando sentí su aliento demasiado cerca de mi oído. Y entonces su voz…
—Nadie puede apartar sus ojos de ti, y no los juzgo por hacerlo.
Me quedé inmóvil. Sus palabras me dejaron sorprendida. Mis labios se humedecieron solos, nerviosos. Y aún así, le devolví la mirada.
—Diría lo mismo de ti, príncipe —atiné a responder, insegura de si mi voz había salido firme o apenas como un susurro.
Él sonrió de medio lado. Y sus ojos bajaron a mis labios por un instante tan fugaz que casi creí haberlo imaginado.
—En ese caso, diría que su curiosidad y asombro es por ambos —susurró, moviéndonos de un lado a otro por el salón. Con cada giro parecía abarcar todo el espacio, como si el baile nos perteneciera.
Yo ladeé la cabeza, intentando descifrarlo. Pero no pude. Porque la música se detuvo y la realidad me golpeó al escuchar los aplausos a nuestro alrededor.
Éramos el centro de atención. Tal como él lo había dicho.
Soltó mi mano y lo miré otra vez. Había diversión en sus ojos, pero se desvaneció rápido, escondida bajo su habitual seriedad.
Los gemelos se acercaron a nosotros. Y me perdí de su conversación con Elian cuando unas manos me arrastraron lejos del centro.
—¿Qué fue eso, Arabella? —La voz intrigada de mi amiga me hizo parpadear.
—¿Qué fue qué? Solo bailamos —respondí, sin entender la picardía en sus ojos.
—Sí, claro. Solo bailar. Me sentí dentro de una escena romántica de alguna película cliché —dijo codeándome, con una sonrisa que no desaparecía.
Rodé los ojos y negué. Elian y yo jamás seríamos los protagonistas de algo así.
De una película de enredo psicológico, quizá. Pero de una romántica… jamás.
—Creo que estás viendo demasiada televisión, Celeste —bufé, observándola tomar dos copas de una mesa cercana y pasarme una.
—Por favor, Arabella. Se notaba a kilómetros la tensión entre ustedes. No apartaron la mirada ni un segundo —bebió un sorbo de champagne mientras yo fruncía el ceño.
Negué y dejé la copa de vuelta en la mesa, sintiendo esa rara sensación en mi estómago. Una que no quería nombrar. Miré a mi alrededor para asegurarme de que nadie escuchaba.
—Te puedo asegurar que nada de eso es real. Elian es demasiado frío para ser de mi interés —dije, cruzándome de brazos.
Ella solo me devolvió una última mirada incrédula. Yo aparté la vista, decidida a terminar la conversación.
Uno de los enmascarados del grupo que vimos al entrar se acercó para invitarla a bailar. Ella aceptó con su sonrisa encantadora de siempre, guiñandome un ojo antes de alejarse.
Sonreí apenas. Y me dediqué a observar el salón. Sin quererlo, mis ojos lo buscaron. A Elian.
Pero no estaba. Solo encontré a los gemelos, cada uno acompañado de una chica, haciéndolas reír con algún comentario ingenioso.
Suspiré. Y evité pensar en las palabras de Celeste.
Me dirigí al pasillo que creía que me llevaría al baño, como si en esa distancia pudiera apartarme también de lo que había sentido en el centro del salón.
—————-
El ambiente había escalado de forma exponencial; ya no eran los candelabros los que iluminaban de forma tenue el lugar, ahora había luces de colores por toda la estancia.
Las personas ya no llevaban máscaras, ni de forma literal ni figurativa.
Todos estaban borrachos hasta ese punto y muchos de ellos bailaban sin pudor en medio de la pista. La elegante sinfónica fue reemplazada por un DJ que hacía mezclas de canciones explícitas.
Mientras el bajo de los grandes parlantes retumbaba por las paredes y un humo —que suponía venía de alguna máquina— hacían del ambiente algo más caótico.
Tarde comprendí que mi afán por vivir algo así era un engaño.Había dejado de disfrutar de la fiesta desde el momento en que sentí los constantes empujones y, tras media hora de buscar a Celeste en vano, recibí su mensaje diciendo que estaba bien y que me vería en la mañana.
No la juzgo por no permanecer a mi lado; entendía que quería liberarse, dejar atrás por unas horas la imagen perfecta que debía sostener frente a los contactos de su padre.
Pero este, sin dudas, no era mi ambiente.
Con un suspiro pesado me despegué del rincón en el que había logrado mantenerme alejada, y localicé la salida trasera en busca de aire fresco.
Ni siquiera eran las dos de la mañana y yo había pensado que, a esa hora, estaría en el clímax de la fiesta.
Entre tropiezos conseguí llegar al jardín. Afuera, la música se escuchaba como un murmullo encerrado, mientras la soledad reinaba.
El cielo estaba despejado, y los arbustos y plantas estaban cubiertos de rocío.
Estuve contemplando la tranquilidad del lugar. hasta que unos pasos me pusieron en alerta.
No volteé de inmediato; me mantuve impasible con la mirada fija en dos luciérnagas que volaban cerca de un rosal precioso.
—¿Aburrida? —esa voz calmada se dirigía a mí.