ARABELLA
Han pasado cuarenta minutos desde que Elian y yo estamos en esta especie de depósito.
Las pantallas de los computadores mostraban cómo los agentes movilizaban a las personas cerca de la acera y escuadrones enteros entraban para lo que imagino es una redada.
—Deben estar escondidos en alguna parte del campus —habla Elian también con su vista fija en el video.
—¿Entonces por qué no salimos como el resto? —pregunto lo que me ha rondado la cabeza desde que nos desviamos hacia este lado de la universidad.
—Porque este tipo de personas generalmente buscan sembrar caos. Estoy casi seguro de que esperan el momento ideal para acercarse a los estudiantes. —No me mira mientras habla con esa seriedad tan común en él.
Yo no digo nada y solo observo mis manos mientras intento pensar en cualquier otra cosa que no sea todo lo que pasa a nuestro alrededor.
Pero todo queda en un segundo plano cuando siento el piso bajo mis pies temblar.
Un jadeo se escapa de mis labios y me fijo nuevamente en la pantalla, sintiendo mi estómago revuelto al ver humo muy cerca del tumulto de estudiantes.
Todos empiezan a dispersarse por el pánico y con rapidez volteo a ver a Elian.
Sucedió exactamente como él lo predijo.
Él no me devuelve la mirada, lo veo teclear apresuradamente en su celular, y enseguida le entra una llamada que contesta poniéndose de pie.
A lo lejos, como un murmullo, escucho los gritos; mi piel se eriza y trato de ver si por la cámara logro captar a mi amiga, pero todo está tan borroso por el humo y la cantidad de agentes que buscan controlar a los alumnos que me es imposible observar algo más.
—Bien, no se muevan de allí —volteo cuando Elian dice lo último, con el ceño fruncido.
Baja el celular y me mira por primera vez después de un buen rato.
—Los gemelos lograron irse junto con Celeste a mi departamento. Tú y yo saldremos de aquí, buscaré la manera. —La decisión en su voz me hace sentir más segura, pero solo atino a asentir, temiendo que mi voz salga temblorosa a causa de toda la situación.
Ambos permanecemos sentados uno al lado del otro y no pregunto cómo nos sacará de aquí, porque en cuestión de minutos la puerta es tocada de forma brusca.
Yo respingo, pero Elian a mi lado se pone de pie de forma ágil.
—Su majestad, el camino está despejado —la voz amortiguada del otro lado me hace levantarme.
—Son mis hombres. Ahora saldremos. No te despegues de mí ni un segundo, Arabella. ¿Entendido? —toma mi mano y no tengo tiempo de analizar ese gesto tan natural, porque me jala hacia la puerta, donde dos hombres muy altos y fornidos nos empiezan a escoltar por otro pasillo.
Trato de seguirle el paso, mirando a todos lados con algo de paranoia. No se veía a nadie cerca, y eso me permitía calmarme un poco, pero no lo suficiente.
Pasaron dos minutos en los que entramos y salimos por pasillos que nunca había visto, hasta que llegamos a una puerta enorme. Los hombres la abren para nosotros, y al segundo siguiente la brisa azota mi pelo, pero no puedo respirar aún del todo porque Elian me sigue guiando hacia un callejón.
Hasta entonces noto cómo la salida por la que acabamos de pasar es una especie de entrada para personal o suministros.
Al final del callejón está una camioneta negra blindada. Soy llevada hasta ahí, y Elian se encarga de abrirme la puerta, dejándome pasar primero.
Cuando todos estamos dentro y la camioneta se pone en marcha, por fin suelto un largo suspiro y me recuesto contra la ventana.
El vidrio helado contrasta con el calor de mis mejillas; cierro los ojos un instante, intentando creer que de verdad hemos dejado todo atrás.
—Fue eterno… —susurro, más para mí que para él.
Elian guarda silencio unos segundos. El zumbido del motor llena el espacio, y pienso que no va a responder. Hasta que lo hace:
—Ya terminó. Estás a salvo conmigo.
lo volteo a ver. No sé si fue consciente de la forma en que dijo esas palabras, pero su mirada permanece fija en la mía, demasiado intensa para ser casual.
No respondo. Solo asiento con un gesto casi imperceptible, mientras mi corazón late con fuerza.
Me distraigo viendo por la ventana y el tiempo pasa con una lentitud asfixiante. No sé si es por mi ansiedad de asegurarme personalmente de que Celeste está bien o porque el aire en el auto se siente pesado.
Pasan pocos minutos cuando nos acercamos a un edificio vigilado por muchos guardias, donde logro reconocer a mis guardaespaldas en la entrada.
Volteo a ver a Elian y él, como si leyera mis pensamientos, me responde:
—Indiqué que les fuera avisado que llegarías acá —responde con simpleza.
No pregunto cómo pudo contactarlos, solo asiento y me bajo cuando la camioneta se detiene.
Pero soy abordada por mis dos guardias apenas pongo un pie en la acera.
—Su majestad, el rey está al teléfono, señorita Arabella — Maximiliano me extiende mi celular, el que creí olvidado en el auditorio menor.
—Contesta adentro, empezará a hacer frío —Elian aparece detrás de mí y, con un delicado gesto, posa su mano en mi espalda para guiarme al interior.
Todo adentro es lujo y sobriedad a la vez. En la recepción solo hay hombres trajeados caminando de un lado a otro, y todos inclinan la cabeza cuando pasan al lado de Elian.
Entramos a un elevador y lo veo marcar el último piso.
Miro la pantalla del celular y noto cómo la llamada sigue corriendo, así que me lo llevo a la oreja.
—¿Papá? —pregunto en tono bajo.
Del otro lado de la línea se escucha el sonido de papeles agitándose y una silla siendo rodada de forma brusca.
—¿Arabella? ¿Cómo estás, hija? ¿Qué sucedió? Dime que estás a salvo. —Mi corazón se aprieta cuando reparo en el tono angustiado de mi padre.
El rey de Inglaterra, que siempre se mostró sereno e imperturbable, era la primera vez que lo oía tan afectado.