2.
EL PAQUETE.
Suspiré.
—Deja de resoplar y comienza a trabajar—me riñó mi jefa—.Hay un par de pedidos que necesito que vayas a enviar. Dicen ser urgentes. —casi ríe. Sus arrugas se marcaron más en su frente cuando se le formuló una sonrisa en la boca.
Me alzó una ceja haciéndome saber que la rubia que acaba de pasar por aquí como si la persiguiese un oso polar era la que decía que su paquete y carta eran urgentes. No quería entrometerme en los asuntos de los demás, pero… Igual lo iba a hacer, no podía evitarlo. La muchacha de la cabellera dorada y ojos de iris castaño venía hecha un estropicio. Con la camisa corta rosa a medio abotonar y sus pantalones vaqueros rotos que estaban dadas de sí por las caderas. Los tacones casi la descoyuntan a la entrada. Había dos escaleritas pequeñas de baja altura frente a la puerta, justo al entrar a la oficina de correros, y ella casi se mata en el intento de correr subiéndolas. Su maquillaje estaba a medio hacer y parecía que la bolsa que llevaba colgado en su hombro estaba a punto de romperse por la brusquedad en la que lo agarraba.
—¡Quiero entregar…—tomó una bocanada de aire y al exhalar exageradamente pude oler la peste de su aliento a váter atascado. Mascaba un chicle mientras tanto, pero su aroma lo contradecía por completo—…esta carta,… y… este paquete!—terminó de decir, exhausta. La carrera no debió sentarla bien porque un olor brusco a sudor me llegó hasta mis orificios nasales, casi provocándome una arcada.
Había cada persona que aparecía… Una más rara que la otra.
En ese mismo instante, Lauren (mi jefa) y yo nos miramos extrañas y le devolvimos la mirada a la joven que nos miraba, esperando a que hiciésemos la entrega cuanto antes.
—Eeeh…—balbuceé sin saber muy bien que decir.
—¿Llevas algo delicado en el paquete de lo que debamos tener en cuenta? —intervino Lauren, refiriéndose a la bolsa que parece que había sido atropellada cinco veces y golpeada como un saco de boxeo otras tantas.
—Todo lo que vaya a casa de Austin debe ir con delicadez—dictó la chica.
—¿Podría rellenar este formulario antes de todo, por favor? —le pidió amablemente mi jefa antes de alzarla una hoja en la mesa para que pudiese escribir la información necesaria para el envío.
Cogió bruscamente la hoja y comenzó a rellenarla con ansias, dejando el bolígrafo que la acabábamos de prestar lleno de sudor. Tramos de su pelo caían en sus ojos y no hacía más que recogerlos y colocarlos tras su oreja. Solo que no sé como conseguían los pelos volver a caer y molestarla. Creía que iba a durar una eternidad en rellenarlo a ese paso de tortuga.
—¿Un coletero? —la ofrecí.
—Por favor.
Le di el coletero y con él se hizo una coleta. Prosiguió rellenando la hoja.
—Dile adiós a ese coletero…—me susurró la mujer de cabello azabache a mi lado.
Me reí en bajo, aún sabiendo que tenía razón. Su pelo se encontraba suelto y de no haber sido lavado aquella mañana… o puede que incluso unos cuantos días. Para nada la idea que me hacía de una mujer tan mona como ella. Debe ser que nada es como lo imaginamos.
Cuando pensé que la muchacha ya había terminado de completarlo, sacó el móvil de su bolso oscuro de cuero que colgaba de su lado derecho y comenzó a teclear como una posesa.
—Señora…—empecé—¿Qué es lo que la falta por escribir? —me impacienté.
Lauren me dio un pequeño codazo. La miré, alzando mis ojos de arriba abajo, dándola a entender que aquella tía estaba como una chota. Sus ojos castaños asintieron pero las arrugas bajo sus ojeras me decían que como no se acelerase la clienta iba a tirarse por una ventana. A estas horas solíamos comenzar a dividir los paquetes por destinación. Y te preguntarías, ¿por qué estamos ambas con esta chica? Bueno, eso es una pregunta a la que muy pronto responderé. Comprendía mí expresión, pero sabía que no debía perder la educación porque necesitaba sus clientes.
—La dirección…—murmuró mientras que vi que entraba en Google y buscaba la dirección de Austin Michaelson.
—¿Quién es Austin Michaelson? —inquirí curiosa, al haber ojeado el móvil de ella sin permiso.
Me miró, sus ojos como platos. Creo que no debería de haber dicho nada porque creo que ahora va a…
—¿¡QUÉÉÉÉÉÉÉÉÉ?!—gritó, dejándonos a Lauren y a mí sordas—¿En qué galaxia vives, anciana? —bramó, vulgarmente.
—Primero, tengo veinte años, así que es muy pronto para llamarme anciana, y dos, no, no sé quién es ese chico—casi quería arrancarme la piel de la tranquilidad que se tomaba para rellenar los malditos papeles. —Y por cierto, vivo en un mundo en el que Patch Cipriano también existe—quise bromear, pero ella no lo pilló.
¿En serio? ¿Patch Cipriano? ¿No conocía a nuestro ángel Patch Cipriano? Ella sí que era una anciana bien rara.
Cuando por fin terminó de rellenar los papeles y dejó el bolígrafo negro que le prestamos junto a las hojas en la mesa que nos separaba, comencé a leer la información.
—Señorita Clara Browns…—empecé, y casi me ahogo cuando leo— ¿¡Quieres que llegue el pedido hoy!?
—Exacto. —puntualizó con simpleza.
—Sé que has puesto entrega express pero eso es una locura, hay miles de paquetes más…—empecé, mientras que mi jefa la seguía mirando perpleja.
—…Te daré cincuenta dólares más a parte del precio del pedido si se lo hacéis llegar hoy. —ofreció.
Cerré el pico, mordiéndome la lengua.
—Sesenta—la reté, apostando un poco más.
—Cincuenta y cinco—se rehusó, sin cara de querer arriesgar más dinero.
—Ha sido bueno hacer negocios contigo, señorita Browns—sonreí mientras que cogía el pedido y lo llevaba junto al resto de paquetes para hoy.
***
Una vez salió por la puerta pudimos respirar con más tranquilidad de la que no inspiraba aquella alocada.