Someone to you

3. El comienzo

3.

EL COMIENZO.

 

 

Su voz dulce y acompasada me hizo estremecer. Me encontraba dada la espalda y lo único que ubicaba bien era la puerta frente a mí y las locas que gritaban ‘Austin hazme un chupetón’.

Me giré y me encontré con el propio sujeto de las fieras mujeres que casi me aplastaban. Dio un paso hacia mí mientras que me observaba detalladamente. Dejó fija su vista durante unos segundos que se me hicieron eternos, pudiendo trazarme de pies a cabeza. Cuando sus ojos verdes recayeron en los míos castaños lo único que pude hacer fue tragar mi saliva y mis nervios.

—¿Me crees…—balbuceé, sin saber a qué se refería. Su cuerpo riguroso se ceñía a la camiseta de manga corta gris de pijama al igual que a sus pantalones oscuros. Le encontraba bastante tranquilo para haber unas hienas hambrientas gritando obscenidades a mi espalda. No podía verlas y él tampoco tras la puerta, pero sonaban bastante lúcidas en que le hicieran cosas lascivas muy detallas.

—Que eres cartera—rió. Su sonrisa se alzó, haciendo que mis mejillas se acaloraran. Se dio cuenta y rió un poco más. Sus carcajadas hicieron que en mi estómago apareciesen  mariposas que me provocaban un cosquilleo extraño. Los hombres atractivos sabían el poder que tenían en las mujeres como yo. —.Vamos entra…

—¿Qué? —salté.

¿Me estaba invitando adentro?

—A no ser que quieras salir…—se burló, sus labios suaves y en una larga y fina línea. Una de sus cejas se alzó y pude ver más de cerca su belleza. Me di cuenta que no llevaba ningún tatuaje al aire libre y tampoco tenía ningún piercing a la vista.

—¿Buscas algo? —inquirió juguetón. No me había movido del sitio y cuando subí mi mirada ensimismada parpadeé y le seguí el paso.

Subimos unas cuantas escaleras del patio hasta la puerta de la casa, y en ese tránsito no pude más que añadir:

—Pedazo casa. —indiqué, mi cuello mirando la altura que determinaba la tremenda mansión.

—¿En serio? —dijo sarcástico.

—¿A quién voy a mentir? Atractivo, músico y con mansión… El hombre perfecto de wattpad. —solté, sin darme cuenta que le estaba hablando chino al hombre delante de mí.

—¿Qué? —intentó suprimir una carcajada, pero le fue imposible. Me miró gracioso y contesté: —Cosas mías.

Paró en cuanto estábamos frente a su puerta y me escudriñó con la mirada una vez se giró. Me quedé parada en el sitio, erguida y mirando a todos lados menos a su rostro.

Por cierto, bonito culo se veía desde atrás…

—¿O sea que atractivo, eh? —indagó mientras que se mordía el labio. Iba a abrir la puerta pero se me quedó observando con la mirada, y supe de inmediato que no lo iba a abrir hasta que no respondiese.

—No creo que sea una noticia nueva, señor…—dudé. No me acordaba de su apellido y saqué mi hoja del bolsillo con los datos de la entrega que había hecho antes la rubia. Pero antes de que pudiese identificar la ubicación de su nombre completo, él intervino:

—Michaelson—completó Austin—. Pero no tengo más de cuarenta años así que llámame Austin.

Asentí.      

—Solo intento ser profesional—agregué estúpidamente. Ahora él asintió, como si lo que acabase de decir fuera una simple broma.

—Me tomaré también el cumplido—dijo antes de abrir por fin la puerta e invitarme adentro con su abrazo abalanzado hacia el interior de éste. Pasé con cierto cuidado sabiendo que era un desastre andante y que de seguro todo lo que hubiese adentro iba a ser de cristal y porcelana. En verdad, no sabía por qué pensé eso, pero era mejor ir con precaución.

—¿Me quito los zapatos o …?—inquirí dudosa. No quería que se mosquease por cualquier razón, y sabía que en algunos países era de mala educación entrar con los zapatos de la calle.

—¿Eres de aquí? —me preguntó curioso. Señaló sus zapatos de deporte azules marino básico pisando el suelo y agregó: —Mi casa es tu casa, Frau Desconocida.

—¿Perdona?

—¿No eres alemana? —quiso saber. Sabía que era bastante pálida para haber nacido en la propia ciudad de Los Ángeles, pero yo no era ninguna alemana. Alcé una ceja sin saber cómo responder a lo que acababa de decir y al ver mi incertidumbre me contestó con simplicidad: — No hace falta que te quites los zapatos, anda.

Hice caso y entré adentro. La casa era blanca por fuera al igual que por dentro. Según entré pude visualizar los grandes ventanales que había al fondo del salón tan amplio que poseía. Unas cuantas hojas de palmeras verdes intensos tapaban un poco la iluminación que irradiaba el sol, por lo que las persianas casi no existían en cuanto a la planta baja. Tomé mis primeros pasos y pude ver que al ser una planta extensa y abierta, la cocina y el salón estaban conectados, dejando ver una isla blanca a mi izquierda con unos cuantos muebles de colores neutrales. La altura del techo era bastante grande, pero no era la más grande que había visto ya que las mansiones más grandes de Santa Mónica estaban en la primera fila de la playa.

Observé cada detalle de aquel hogar con fascinación ya que era la primera y seguro que la última mansión que iba a pisar en su interior.

—¿Te gusta? —. Estaba tan metida en mis cavilaciones que olvidé que había alguien a mi derecha.

—Me encanta—murmuré. Giré mi cabeza unas cuantas veces cogiendo cada detalle hasta que fijé mi mirada en la suya. Me observó gracioso, como lo había hecho antes al entrar. Carraspeé y me disculpé—Perdona, no quería…

Observar lo que hubiera sido de mi futuro si no hubiera nacido así de deformada.

—Ningún problema— sonrió.

¿Alguna vez dejaba de sonreír?

Lucía una persona despreocupada y relajada, pero no en el sentido de que se tomase la vida a gracia. Inspiraba certeza y calma, lo contrario de sus ojos salvajes y felinos.

—Ah, y tu paquete y carta—recordé.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.