4.
WHEN I LOOK AT YOU
Austin.
—Michaela—me contestó—.Me llamo Michaela.
Michaela…
—Un nombre precioso—comenté, evitando un estrago. La observé acomodarse en su sitio, cerca de mí. Lucía nerviosa y no quería para nada incomodarla así que agregué: —Michaela, no hace falta que te pongas tan nerviosa, solo quería saber tu nombre.
Noté como tragaba saliva y se acariciaba la nuca con un atisbo de inquietud.
—Debo irme…—me informó. Vi como se levantaba del sitio, sus pantalones vaqueros ajustados a sus lánguidas piernas y a sus glúteos. La camiseta que parecía de golf de color amarillenta se ceñía a sus pequeños pechos al igual que los primeros botones de su camiseta la hacían lucir joven.
De repente una chispa me llegó al cerebro cuando sus ojos se conectaron a los míos justo cuando se levantaba.
—Espera—la interrumpí en sus pasos. —Quédate un par de minutos.
Fui corriendo —sin esperar su reacción— hacia mi oficina, una habitación más al fondo de la planta baja, y cogí mi cuaderno con ambas tapaderas de cuero marrón. Lo tomé con mi mano derecha y volví con rapidez. La cogí de la mano con el fin de acercarla a la isla y sentarla. Sentí el contacto de su piel contra la mía, suave y sencilla. Hizo lo que le pedí y yo me senté frente a ella. Su mirada me expresaba incertidumbre y no pudo más que preguntar:
—¿Qué…está ocurriendo? —alzó una ceja y me miró sus ojos castaños oscuros grandes y redondos observando cada movimiento que hacía. Las pestañas largas que poseía hacían que sus ojos perplejos se iluminasen ante aquella bizarra situación que estaba viviendo.
—Estás inspirándome—la contesté. Mientras tanto comencé a escribir frases sin sentido en mi libreta. Lo moví con tanta rapidez que la muñeca me comenzó a afligir.
—¿Inspirándote?—me cuestionó, incertidumbre inundando su expresión. Posicionó sus manos en la mesa, acomodándose en su sitio, y yo continuaba observándola en pequeñas ocasiones mientras que escribía. En cierto momento sentí curiosidad y comencé haciéndola preguntas sobre ella misma.
—Cuéntame sobre ti— la pedí, escribiendo aún frases en la libreta. Alterné mi vista a la suya de vez en cuando, dejando que las letras que marcaba con el bolígrafo fluyesen en el papel.
—¿Sobre mí? —inquirió—. No hay nada que saber sobre mí.
—Seguro que hay algo que no todo el mundo conozca, Michaela—la corregí.
—No hay nada especial sobre mí—refunfuñó.
—Todo el mundo tiene su historia.
—¿Y qué? —bufó. Pude sentir que había un atisbo de emoción e intriga en sus inquisiciones y lo tomé como inspiración para mi letra en la canción. No había nada determinado, ni siquiera sabía si era para una misma canción, pero lo apunté todo igualmente.
—Quiero conocer la tuya—la expliqué dulcemente. Dejé la libreta a un lado, pero sin dejar el bolígrafo en la mesa. Quería tenerlo a mano en el caso de que algo que dijese resultase lo suficientemente atrayente para escribirlo y de ahí componer algo interesante.
—¿Porqué te lo contaría a ti? —inquirió. Su mirada era tentadora al igual que juguetona.
—Cierto…—la di la razón y agregué, en un intento de convencerla a ella misma que había confidencialidad en el espacio:—…Me llamo Austin Michaelson, soy cantante y compositor, y me gustan los waffles.
Me sonrió socarrona.
—¿Me intentas sobornar con información que ya sé? Mal hecho, Austin—jugó.
—Preséntate con algo que yo conozca y después desvelaré más información que conozcas sobre mí, ¿hecho?
Me miró desafiante y después asintió.
—De acuerdo—afirmó. Entrelazó sus dedos apoyándolos en la isla de la cocina. —Pero debo preguntar… ¿porqué querrías saber información sobre una cartera?
—Tú no eres solamente una cartera y yo tampoco soy únicamente un cantante. Siempre hay algo más al fondo. Como un extra al final de un libro. —la corregí.
—Vale, pues haz la primera pregunta que debo continuar trabajando después de esto…—me recordó.
—¿Qué tres adjetivos te describirían como persona? —inquirí. Dispuse mis manos sobre la mesa mientras que me levantaba del asiento. De esa manera pude dirigirme a hacia mi sala de armarios para escoger una camiseta y unos pantalones más arreglados que el pijama que lucía.
—Eh…—dudó, y cuando me vio caminar hacia las escaleras me ladró: —…¿A dónde vas?
—¡RESPONDE A MI PREGUNTA! —vociferé mientras que subía las escaleras—¡SOLO VOY A POR ROPA!
La escuché suspirar cansada, y gritó: —¡LOCA, INTENSA Y…—dudó por unos segundos y después añadió: —…REALISTA!
—¿REALISTA? —inquirí a gritos, mientras que me encontraba frente a el armario de mi habitación escogiendo una camiseta de estar por casa y unos pantalones vaqueros que me llegaban un poco más arriba de la rodilla.
—SÍ—afirmó clamando.
Bajé con rapidez y me di cuenta que ella seguía en la misma posición rozándose con la yema de los dedos en su nuca, bajo su cabello castaño.
—¿A qué te refieres con eso? —indagué, inquisitivo y curioso.
—No lo sé, solo sé que lo soy—puntualizó.
Alcé una ceja y dije: —Tenemos tiempo para que me expliques.
—Lo siento, el tiempo no juega a mi favor y tengo un trabajo que mantener…—se disculpó, haciendo un ademán de levantarse por tercera vez.
—Tres preguntas y puedes irte—la propuse.
Necesitaba escribir algo sobre ella. Solo tenía que ser observador y saber cómo poder volver a tener una conversación con ella. Era una chica agradable y me inspiraba lo suficiente como para escribir cosas.
Suspiró, aún de pie y se ciñó con un: —Tres preguntas y me voy.
Sabía que se escondía una sonrisa bajo sus finos labios rosáceos, todo esto era raro al igual que cómico.
—Adelante, me puedes preguntar…—la dije. Me senté justo a su lado y noté que se tensó un poco. Pero una vez se acostumbró a mi cercanía se relajó en la medida de lo posible, dejando el oxígeno salir con más naturalidad.