Someone to you

5. Pensando en él

5.

PENSANDO EN ÉL.

 

Me dolían las muñecas. Me las toqué con impaciencia e ira y las sacudí haciendo aspavientos bizarros. Una vez pude aclararme la cabeza habiendo salido ya de la mansión y haberme escabullido del gallinero que estaba hecha la entrada, me fui directa a mi humilde coche rojo. Me senté en el lado del conductor y justo cuando planté mi culo en el asiento sentí una punzada. Me metí la mano por debajo, en el bolsillo trasero, y noté las llaves del auto, que justo me acababa de clavar. Suspiré cansada y frustrada y una vez las tuve fuera del bolsillo los conecté al vehículo, poniéndolo en marcha.

Inhalé en un intento de tranquilizarme, pero lo único que pude conseguir es imaginarme la atractiva cara de Austin frente a mí. Me volví a imaginar la manera que bailábamos moviéndonos por el salón amplio que hallaba. Sus palabras cuando me preguntaba por mí misma me resultaron bastante curiosas, pero no debía dejar que entrase en mi vida. Había entregado el pedido y ahora debía actuar profesional e irme a ayudar a Lauren con los paquetes pequeños que pudiese.

Dejé atrás la mansión Michaelson y fui directa al centro de correos, donde vi que Lauren me había dejado una pequeña nota que indicaba otros paquetes que debía enviar para hoy. Me dediqué toda la mañana a hacer precisamente eso, anduve arriba y abajo con el coche hasta terminar con cada uno de ellos. Al final del día tuve ese cosquilleo en el estómago que me inundaba por completo, acordándome de cómo Austin amablemente me había dejado entrar y el resto de sucesos que habían transcurrido a lo largo de la mañana.

—Tonta, Michaela…—me susurré—… A él no.

Abrí la puerta a mi casa con el juego de llaves que había dejado en el bolso, y entré, volviendo a dejar la puerta cerrada con llave.

En cuanto divisé el sofá caí rendida de cara. Sin acomodarme siquiera un poco me quedé con la ropa que llevaba puesta y el bolso que agarraba por el hombro. Mi cara estaba pegada al colchón del sofá y noté como babeaba de cansancio.

Me endereché y dejé el bolso en la mesita de pequeños centímetros de bajo frente a mí. Me dirigí hacia mi habitación pequeña con tan solo tres muebles: cama, armario y escritorio. Y obviamente una silla junto al escritorio, pero aún así era rígida, lo que me podía permitir en aquellos momentos.

Cogí el pijama que tenía colocado sobre la cama y me dirigí al cuarto de baño. Ligera por la ducha salí recién limpia y más cómoda en mis pantalones grises sueltos y camiseta de tirantes blanca.

En ese momento me acordé.

—Oh, mierda…—maldije—… Las hojas, joder.

Mandé un mensaje a Lauren diciéndola que se las dejaría al día siguiente por la mañana, y ella solo me dijo que no me preocupase, que no había prisa.

Lauren era una mujer de al menos cuarenta años, cabello azabache apagado y con pequeñas arrugas por debajo de sus ojos. Su cuerpo carecía flaco y abatido, pero las energías de aquella mujer eran inalcanzables. Trabajaba como una buena empleada, aun siendo ella su propia jefa. Me empleó hacía al menos unos cuatro años, y yo estaba encantada con ella, incluso nos habíamos unido bastante, formando una lazo de amistad que no conseguía con mucha gente.

Al contrario de Austin, era tímida y cerrada, era cuidadosa de con quién hablaba, y si mi trabajo lo requería intentaba ser lo suficientemente amable. Ahora…cuando me abría tenía más peligro que una caja de bombas.

Me solía poner nerviosa y balbuceaba cosas que seguramente nadie entendiese excepto mi propia consciencia.

Tomé la cena: unas galletas y un vaso de leche; y me fui a la cama directamente. Reproduje un poco de música en mi teléfono a través de mis cascos blancos de cable y rendí ante el sueño cuando la canción Superficial Love terminó con sus últimos acordes.

 

***

 

Desperté ante la claridad de la luz a través de mi ventana, y fui directa a por ropa. Escogí lucir un jersey básico de color granate y una falda a cuadros grises con finas líneas amarillas, negras y blancas casi imperceptibles. Me puse unas medias negras casi trasparentes  hasta mi estómago y una vez me las puse correctamente bajé la falda que me llegaba un poco más arriba de las rodillas. Tomé el bolso pequeño de cuero oscuro y metí el teléfono y mis cascos junto al monedero, las llaves de casa y del auto y cacao labial. Fui a la cocina y metí una cajita que encontré justo en la estantería colgada del techo, y los papeles para Lauren que había dejado preparados.

Ya en el coche me fui directa al centro de correos y decidí que tomaría el desayuno afuera. Me debía un buen desayuno por un día, al menos hoy.

Aparqué unas calles más debajo de Boulevard Imagine, una calle larga y llena de infraestructuras como restaurantes, cafeterías, tiendas, peluquerías… Y por supuesto, el centro de correos de mi mejor amiga. Bueno, y de mi única amiga.

Anduve ligeramente hasta la puerta, y en el cristal visualicé que tenía el pelo hecho un desastre. Tomé una coleta que me había colocado en la muñeca y me hice una cola de caballo con todos los tramos de pelo que obtuve con rapidez.

Empujé hacia dentro. No, miento, tiré como una estúpida hacia fuera y casi me caigo hacia atrás. Una vez abierta noté la sonrisa de Lauren recibiéndome desde el otro lado de la mesa. Me dirigí hacia ella y me dio un abrazo de saludo.

—¡Ay mi torpe Michaela!—me llamó—¿Qué voy a hacer ahora yo sin ti?

—Muchas cosas—reí—.Aquí tienes las hojas que se me olvidó darte ayer— tomé el bolso que tenía sobre el hombro y comencé a buscar.

—Hay tiempo, no te preocupes. —me calmó Lauren cuando saqué el papel y lo elevé en el aire.

Me zafó en un abrazo y me susurro: —Te voy a echar de menos, ¿lo sabes verdad?

Asentí y añadí:—Nos veremos cuando tú me digas, solo estoy a una llamada.




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