10.
PENSÓ EN MÍ
Austin.
—Te ves fatal—apunté.
—Gracias—me respondió irónicamente—Qué alentador.
—Nací para ello—sonreí.
Se fijó en mis gafas de sol e hizo una mueca: —Te ves como un borracho con esas gafas adentro del bar.
—¿Recuerdas que la fama y los sitios públicos no se pueden meter en una misma ecuación sin que haya una alteración de la leche? —la mencioné. Rodó los ojos.
Llevábamos un tiempo en aquel bar desde que me había llamado. Estaba comenzando a preocuparme de que no le hubiese agradado lo suficiente como para que no me llamase de nuevo. Pero esta tarde, cuando vi un número desconocido salté del sitio en un brinco y lo cogí enseguida. Fue bastante alentador que recibiese la llamada después de una semana esperando impacientemente.
Suerte para ella, me encontraba fajándome de los pelos en busca de las palabras exactas para rimar con las siguientes frases. Estos días tenía la completa tranquilidad para escribir sin presión del manager Jeff de la discográfica. Me dijo que debía presentar al menos cinco canciones en un periodo máximo de cinco meses. No más tarde porque si no se me acabaría el plazo y mi público pasará a las nuevas modas que se vayan formulando a lo largo del año. Lo que en definitiva acabaría por completo con mi carrera musical.
Según entré por la puerta del bar la vi apoyada en la mesa, sus brazos formando una almohada para su cabeza. Vamos, que estaba en la primera fase de la borrachera; ajumada. Recargué mi cadera en el umbral del local cuya puerta se encontraba abierta a la calle. Eso que me permitió observarla con desdén. Tras varios segundos cabeceó a un lado percatándose de mi presencia en el lugar.
Sonrió atontada y me acerqué a ella, acomodándome en el sitio de al lado.
—Tardaste un poco en llamarme ¿no crees? —la dije.
—Pero lo hice—recalcó. Cabeceaba a los lados, y no pude más que fruncir el ceño.
—¿Te encuentras bien? —Señaló la botella de cerveza haciendo un puchero. —Ya entendí, pregunta estúpida.
Sonrió tontamente y balbuceó: — ¿Quieres una?
—No te tomé por una consumidora de alcohol frecuente—manifesté. La cogí la botella de cristal y lo devolví a la mesa. Estaba parpadeando tanto que me preocupé que lo tirase y se cortase con el material puntiagudo.
—Y no lo soy—rió, corrigiéndome graciosa.
Entrecerré los ojos para observarla con más detenimiento y la inquirí: —¿Qué te ocurrió?
—¿Quieres un poco? —Me ignoró, repitiéndose otra vez.
Negué con la cabeza y añadí: —No bebo— Alzó una ceja y la expliqué: —. No tuve una muy buena experiencia con el alcohol en el instituto.
—Aburrido…—murmulló, poniendo los ojos en blanco.
—¿Me vas a decir que ocurrió?
—¿Hace falta una razón para beber? —apoyó su codo sobre la mesa, erguiéndose un poco para fijar sus ojos en los míos.
Arqueé una ceja ante su respuesta, y ella bufó.
—Vayámonos de aquí—la dije, levantándome del sitio.
—¿Tan pronto? —balbuceó, exasperando como una niña pequeña.
La tomé por los hombros y la dije: —Si no quieres contarme porque aún no confías en mí, lo cual sería normal, al menos intentaré que te entretengas de manera que no acabes con un coma etílico.
—Vaaleee—aceptó, pronunciando sin adecuación las palabras.
Tiré de ella por el pasillo una vez hube pagado por su bebida a un camarero que rondaba por allí. No me quité las gafas de sol en ningún momento por temor de que fuese pillado afuera de la mansión e interrumpido para cualquier foto o autógrafo.
Amaba tocar y cantar pero había momentos en la fama que resultaba incómodo. Pero nada era perfecto en esta vida. Debíamos vivir con ambas partes: el beneficio y las desventajas. Si querías un buen resultado debías trabajar por ello, porque si tomabas el camino incorrecto o te rendías en medio de la ruta, no debes esperar que tu meta llegue a ti. Porque en ningún momento pasará.
La acomodé en mi coche, en el asiento del pasajero y yo lo hice más tarde cuando estaba en el del conductor. Segundos después ya estábamos arrancando y alejándonos de allí.
—¿A dónde nos dirigimos? —me susurró, sus ojos cerrados. Apoyaba la cabeza en el cristal de la ventana, dejando su cuerpo rendir ante el cansancio que el alcohol la producía.
—Vamos a mi casa. —la anuncié. Giré el volante hacia un lado para pasar de vía en la carretera.
—Eso suena muy creepy, ¿sabes? —murmuró. Levantó un poco la cabeza y entreabrió un poco los ojos, sonriendo de forma borracha—¿Cómo se que no me vas a violar?
—Voy a cuidar de ti, boba—. Negué con la cabeza a los lados—. Descansa mientras puedas, anda.
Esta vez se hizo caso y apoyó su frente a la ventanilla.
De repente noté un coche bastante grande y negro acercarse por mi izquierda. Miré de reojo y me fijé que había un fotógrafo en el lado del pasajero intentado prender fotografías desde su sitio, con la ventanilla bajada.
Noté el flash inundar mi vista y aceleré el ritmo que estaba tomando hasta ahora. Michaela no pareció darse cuenta. Al parecer se había quedado roncando desde su sitio y yo decidí mantenerlo así. Fui sigiloso ante mi nerviosismo. Ahora no me podía alterar, debía procurar que llegásemos a casa sin problemas.
Al final pude perder a aquel grotesco coche que me perseguía en busca de fotos para su revista de cotilleos. Cuando ya estuve más tranquilo pulsé la pantalla que había adjunto al auto y llamé a la señora Dawson que se encontraba adentro de la casa preparando la cena.
En cuanto lo cogió me saludó amablemente, dejando rastro de su simpatía.
—Hola, Amelia—dije de forma vulgar—. ¿Podrías hacerme un favor?
—¿Qué necesitas? —quiso saber dulcemente.
—Traigo compañía, así que… ¿te importaría realizar una doble ración de la comida que estabas preparando? —inquirí delicadamente. No quería sonar grosero exigiéndola que hiciese más de lo que ya había comenzado a hacer previamente.