13.
Bienvenida al mundo de mi mejor amigo.
Michaela.
Me levanté del sofá acordándome de que tenía que salir si no quería llegar tarde. Metí lo justo y necesario en mi bolso y salí pitando.
Anduve por la calle hasta encontrarme con la farola que daba justo al frente de un paso de cebras bastante familiar. Mis pasos resonando en la acera mientras que caminaba con mis pequeños botines oscuros.
Me quedé parada en la ubicación exacta, esperando. Y justo cuando pensé que había llegado tarde, noté sus brazos acariciarme desde atrás. Me rodearon por ambos lados de los costados y me abrazó, apegándome a su torso masculino y bien esculpido. Olisqueé el aroma, inundándome de todo el amor que sentía por él.
—Hola, amor—me susurró. Su aliento me acarició el cuello sensualmente. Tiró de mí hacia atrás hasta tenerme un poco más alejada del paso de cebras repleto de coches en marcha. —.Viniste a nuestro sitio—indicó.
Asentí, dándomela la vuelta y estampando mis labios en los suyos, tan delicioso.
Tan él.
Acaricié su cabello castaño oscuro y noté la suavidad entre mis dedos. Me acarició mis mejillas y después las bajó a mis caderas, rozándome el bajo de mi espalda.
Sonreí ante su rostro alegre, y sentí un cosquilleo en mi estómago.
Mark y yo nos habíamos conocido en aquella misma acera. Llevábamos casi seis meses juntos.
Quedábamos ahí por la simple razón que era especial. Cuando nos conocimos, se puede decir que fue una historia muy curiosa. Él estaba paseando a la perra de su madre justo en aquel cruce por el que yo también pasaba. El pequeño cachorro no estaba acostumbrado a la correa y justo cuando yo pasaba comenzó a dar vueltas alrededor mío y de Mark. Nos dejó enredados en medio del cruce, el semáforo a punto de convertirse en un color verde. Aquello nos dejó con unos coches furiosos que se hallaban esperando, bastante enojados ante la situación.
Nunca sentí que ir a visitar a mi padre fuese tan alentador.
Suerte para nosotros, pudimos salir de la situación tan incómoda deshaciéndonos de los nudos que se habían formado entre nosotros con rapidez. Reímos ante las circunstancias cuando por fin nos encontrábamos a salvo de los coches arrolladores. Pero cuando sentí su mirada fija en la mía, supe que eso no se acababa ahí por mucho que no quisiese tener nada.
En aquel momento de reencuentro éramos como dos tontos enamorados, sonriendo como niños pequeños con sus nuevos juguetes.
Mi costado quedó pegado a su pecho y fue en ese momento que sentí algo en mi corazón. Su pelo revoloteado castaño era laceo entre mis dedos, y sus caricias y su cercanía me hacían cosas inefables.
De repente una nube se ubicó bajo nosotros, y toda la nitidez de mi vista de derrumbó.
Actualidad.
Un sueño. Todo aquello había sido un recuerdo metido en un sueño. Me toqué la frente en busca de sudor, pero por suerte no lo había.
Me desperté con una pequeña inhalación a la realidad. Cerré los ojos una vez me acurruqué erguida en el respaldo. Pasaron segundos hasta que escuché un ruido proveniente de la misma habitación.
—Buenos días, pequeña—me saludó, su sonrisa mañanera reciente.
Me limpié la cara de las legañas que tuviese en mi rostro y le observé aún adormilada.
—¿Qué haces adentro de la habitación? —inquirí soñolienta.
—Te ves bien con mi camiseta, Mick—comentó burlón, y agregó respondiendo a mi pregunta:—Oh sí, es que tengo un hambre terrible, y he preparado el desayuno para ambos.
Alcé una ceja y rió: —Es que preparé unos riquísimos waffles.
—Austin…—suspiré.
—Lo sé, lo sé. Eres diabética…—me interrumpió y añadió: —Por esa razón me levanté pronto para comprar unos gofres sin azúcar.
—No tenías por qué hacer eso—dije.
—Oh no, no puedes vivir sin probar mi postre favorito. Está en el reglamento de instrucciones para ser mi amigo. —me indicó.
—¿Te tengo que recordar las palabras que me dijiste anoche sobre solo tenerme a mí y a tu sirvienta, Amelia, como amigos? —me reí sarcástica.
—Auch. Oye, no seas testaruda y baja ya a desayunar si no quieres que muera de hambre—. Caí en la almohada con un suspiro exagerado, y agregó: — Soy esencial para ti a partir de ahora, Mick. Y tú eres esencial para mí.
—¿Y eso quién lo decide? —inquirí un poco arrogante.
—¿Alguien más sabe que odias las golosinas? —arqueó una ceja. Le fulminé con la mirada. —Entonces dejémoslo con que soy la persona que más te conoce—sonrió satisfecho.
—¡Austin! ¡Te dije que tienen mucho azúcar! —le grité, cuando ya estaba saliendo del cuarto.
Meneé la cabeza en negación ante las palabras de mi amigo y tan pronto como le perdí de vista me levanté de la cama. Menos mal que no lo hice antes cuando estaba en la entrada, porque la camiseta solo llegaba a mi estómago, dejándose ver las braguitas blancas básicas.
Había confianza…Pero tampoco tanta.
Teniendo mi puerta cerrada, pude tener privacidad para cambiarme de ropa. Me quité la camiseta que me había dejado para dormir y me dispuse a ponerme una camisa y unos pantalones de mujer, que me quedaban un poco grandes de pecho y cintura. Más tarde me explicó que eran de su madre, que normalmente pasaba por casa.
Había una parte de mí que quería conocer parte de la vida de Austin, pero la otra parte de mí no quería porque lo que le había hecho a Austin no era justo.
Sí, perder al hombre que más amas es bien doloroso, pero el otro hombre que amas también está pasando por lo mismo. Nadie debería nunca perder a sus padres en la infancia,… o nunca. Y hablaba por experiencia.