Someone to you

14. El amor es un juego

14.

EL AMOR ES UN JUEGO

 

Michaela.

 

Me encontraba frente a la frívola mujer que me escudriñaba un poco con la mirada. La tez de su piel sobresaltaba bastante con el rubio de su cabello y los brillantes ojos azules, que parecían una perlas preciosas.

Cuando la observé no reconocí ningún rasgo parecido al de su hijo excepto por la nariz recta que ambos compartían. El resto… Eran polos totalmente opuestos. El color de piel de Austin era más oscuro que la palidez que vislumbraba su madre. En cambio los ojos verdes de Austin debían ser claramente de su padre, porque de aquella mujer no lo eran.

Pero la máxima diferencia entre ambos era la amabilidad. Mi mejor amigo se mostró como una persona calmada y amable desde el minuto cero, en cambio esta mujer entró como Pedro por su casa y me fulminaba con la mirada sin ni siquiera conocerme.

Tampoco la culpaba. Acababa de recibir un trozo de gofre en la cara. No la mejor presentación del mundo, la verdad.

Estreché mi brazo al suyo en un intento de presentarme como era debido, pero su cara aún observaba la mía, recogiendo cualquier detalle que se asomase tras aquellas prendas bastante arregladas. Al final lo acabé bajando desde que no parecía querer ni darme los buenos días.

¿No será hijo adoptivo, verdad? Porque si fuera el caso, me lo creería en lo que tardaba una persona en parpadear. Su poca piedad en segundas oportunidades no existía. O al menos no había rastro alguno de ellos en sus ojos.

—¿Se puede saber de dónde ha salido esta chica? —exclamó Olivia a su hijo, como si no estuviese aquí presente.

—¡Mamá! —le regañó su hijo.

—Nunca pensé que serías tan irresponsable como para dejar a cualquiera entrar en tu casa—le riñó, bramándole que yo era una desconocida que dejó adentro de su casa.

Comprendía que se preocupase por la seguridad de su hijo, pero… Vale, no había ningún pero.

Me mantuve callada durante lo que pareció haber una conversación madre e hijo.

—No es cualquiera—le corrigió Austin—. Es mi mejor amiga, ¿no me acabas de escuchar?

Y todo esto, con un tono sereno que no comprendía. Era yo y seguro que estaría pegando gritos hasta que me escuchase la mujer que vivía al lado.

No era coña, mi queridísima vecina puso unos cargos en mi contra por haber hecho ‘demasiado ruido’. Y esa era tan solo yo cantando emocionadamente a 5SOS.

Tragué saliva y musité: —Debería irme…

—Sí, por favor—escuché decir a Olivia, mientras que Austin bramó: —No, quédate.

Su madre le ignoró por completo y me dijo: —Y por favor, fulana, deja mi ropa en el armario antes de salir.

Miré entre ella y Austin, dubitativa.

—Mamá, suficiente—escupió, sin subir ni un poquito el tono de voz.

Su madre era mucho más atrevida y repuso con una altitud en su voz que ni su hijo llegaría a alzar: —Austin, déjate de tonterías.

—Eres la primera que me dice que debo hacer amigos, ¿pero igual intentas espantarla? Que alguien me explique tu lógica—bufó suspirando.

Justo en ese momento observé como la pantalla de mi teléfono se iluminó desde la mesa, dejándome saber que estaba recibiendo una llamada. Me giré, ya sin importarme la opinión de aquella mujer  acepté la llamada.

—Hola, papá—le saludé, saliendo de la cocina y dejando a la mujer a regañadientes con su hijo. Le lancé una mirada de disculpas a Austin.

Me dirigí hacia la habitación donde había dormitado y cerré la puerta, protegiendo mi privacidad. Sabía que no me podían escuchar desde abajo, pero igual me sentí insegura. Recogí cualquier cosa que hubiese dejado por el medio mientras tanto.

—¡Michaela! Cariño, ¿por qué no me llamaste ayer? Fuiste y no me dijiste qué tal—Mi padre fue directo a lo que quería saber.

—Buenos días a ti también, y sí, todo parece seguir yendo igual—respondí, mi tono de voz bajo por si acaso.

—¿Nada? —escuché la voz de mi padre deteriorarse. Eso me hizo el alma trizas.

Negué con la cabeza aún sabiendo que él no me veía. Noté cómo las lágrimas se arrimaban, amenazando con escaparse en ese momento tan repentino. No era el lugar, por lo que debía mantener la compostura.

—No, papá, todo va a seguir igual.

—¿Encontraste un trabajo? Puedes venirte a casa conmigo—sugirió abruptamente.

—No, papá, ya sabes que quiero ser independiente—suspiré—. Encontraré algo que pueda mantener el alquiler.

—¿’Encontraré’?—exclama John Jackson—. Ella, llevas toda una semana sin encontrar trabajo, ¿cómo vas a pagar las facturas?

—Lo sé, lo sé—me frustré. Sabía que tenía razón. De momento solo estaba pagando con algunos ahorros de cuando comencé a trabajar en la oficina de correos de Lauren siendo menor de edad. Pero ahora, comenzaba a recurrir a un dinero que no era infinito y eso me asustaba. —. Esta semana encontraré algo, tranquilo.

—Sigo pensando que venir a casa es la mejor opción—puntualiza mi padre. Su voz era rasposa y paternal, como siempre.

—¿ Y luego qué, papá? ¿Me quedo ahí para siempre?—bramé nerviosa, por las escasas opciones—. Quiero vivir y ni siquiera sé hacerlo—sollocé, mi voz rompiéndose  a la vez que debilitándose.

—Ella, cariño, eres la mujer más valiente que conozco, igual que tu madre.

—Acabaré como mamá, papá—musité, recordando aquellos momentos.

Hubo un silencio en la llamada. Sabía que no debería de haber dicho eso, porque aquello le dolía mucho. Pero era desgraciadamente como me sentía.

—No digas eso, Ella, vas a conseguir que vaya a por ti y te lleve de vuelta conmigo. —intentó restablecer paz en la llamada.

—Papá…—le llamo en un susurro.

—Dime.

—¿Seguiste enamorado de mamá después de que te lo dijese? —inquirí.

—Quise a tu madre desde que planté ojos en ella—me confesó—. Corrí tras ella para volverla a ver el resto de mi vida.




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