15.
El ángel en el cielo.
Austin.
Después de unos cuantos minutos de pelea con mi madre, conseguí vencerla. No costaba mucho más que recordarla lo que aquello me hacía sentir. Las peleas, las riñas, el poderío que tiene su personalidad regañina en cuanto a mis recuerdos. Quería que no fuese así, pero me afectaba. Había quedado afectado, y quería sanar. Necesitaba sanar. Antes de irse le di un beso en la coronilla y fue de vuelta a casa junto con su novio.
Sentí una especie de furor que no me gustaba cuando discutía con ella, pero Olivia Michaelson se lo había buscado habiéndose metido con Michaela de aquella manera. No debería de haberla tratado de cualquier forma y menos como si se tratase de una fulana. El hecho de que se defendiese con la clásica frase de que ‘busco lo mejor para mí’ solo me ponía al límite de mi enfado. En esta vida hay que ser sinceros, las mentiras solo me ponían totalmente de los nervios.
Sé que mi madre me quiere, pero hay ciertos puntos y ciertos límites que debería comenzar a tener en cuenta. Porque uno; yo ya no era un niño; y dos, debía aceptar que el poder controlar mi vida ya pasó cuando decidió irse hace unos años.
Volvió cuando la fama le llegó a sus oídos, e intentó mediar de cualquier manera lo que habíamos perdido. Con ese sentimiento podía hacer dos cosas; enojarme con ella y sentirme peor de lo que ya hacía o perdonarla y sentir cierta cadena caer bajo mis pies, librándome de la jaula en la que estaba encarcelado.
La furia no era uno de mis fuertes, y menos el tener que construir una barrera contra mi propia madre. Prefería mantener la paz y volver a restablecer la relación que una vez tuvimos. Bueno, o alguna parecida. No podía vivir sabiendo que cualquier día la podía perder y yo no la habría perdonado o hablado por última vez.
Despedirse es importante, puede liberarte de ciertos remordimientos. Incluso, aunque sea mantener el contacto puede abrirte las puertas a una felicidad que ni tú puedes ver con claridad.
Aquella tarde la había preparado especialmente para pasar más tiempo con Michaela. Parecería ignorante ante su expresión, pero la verdad era que noté un atisbo de tristeza que no había visto antes… y no me gustaba. Quería hacer que el rastro de aflicción evaporase.
Sabía que se negaba a mostrar ciertas emociones frente a mí, y quería mostrarla que podía contarme lo que quisiera. Que podía contar conmigo si lo necesitaba, pero sobre todo, que cuando se sintiese igual de mal como anoche, que fuese el primero al que llamase.
No había mejor amigo que el que te acercaba a su hombro y te abrazara sin pedir explicaciones.
Pena que durante mi adolescencia nadie me ofrecía aquello o me preguntaba que cojones se me pasaba por la cabeza cuando me ponía hasta el cogote de alcohol. Yo, Austin Stefan Michaelson, fui una marioneta para el resto controlar a su antojo. Y me permito añadir que ya no más. He evolucionado, no soy el mismo de antes y menos me voy a dejar manejar o/y manipular por el resto de la sociedad.
—McKenzie, salimos sobre las cinco menos cuarto a por Michaela—le informé a mi empleado.
—De acuerdo, señor Michaelson—asintió el chófer al teléfono.
Había trabajado para mí desde que firmé mi contrato con la discográfica, y suerte para mí él siempre estaba disponible para cualquier viaje que necesitase. Obviamente le daba sus días libres, pero cuando se trataba de momentos de fama, era difícil no necesitar un chófer y un guardaespaldas. Al menos ahora él podía darme cierta libertad mientras no fuese a sitios muy abiertos o comunes al público. En ese caso tendría que ir acompañado de él.
Pasaron las horas y pude componer ciertas frases que me resultaron bastante interesantes y demasiado… ¿cómo podía explicar aquello? Hm… Sentimentales. Sí, sentimentales.
Sabía que debía salir con más letras y completar al menos cinco canciones. Cada vez que inhalaba me recordaba que todavía me hallaba a al menos cinco meses de la entrega. Siempre soñaba con que todo iría bien, que todo saldría por el buen camino trazado si seguía positivo y confiando. Es entonces en donde la imagen de Michaela me viene a la cabeza. Sus palabras. Su sentido del humor. Su cabezonería. Ahí es cuando más frases me vienen a la cabeza y comienzo a tocar una pequeña melodía con la guitarra.
Las siguientes frases fueron garabateadas en mi cuadernillo:
It’s taken me one hundred years to find you,
I’d wait another hundred to see you again.
Y otras como:
What’s going to be of me when you’re not there?
What’s going to be of me without you in my world?
What’s going to happen without the ‘me & you’?
Una vez pude leer las cuatro y media en el reloj de mi muñeca, decidí subir a mi habitación a vestirme adecuadamente. Abrí la puerta y los colores claros y neutrales me vislumbraron. La ventana estaba abierta y un pequeño aire refrescante me acarició los músculos una vez me quité la camiseta. Obtuve una camisa blanca de manga corta y un chaleco oscuro. Así, dejándose ver la piel corpulenta de mis bíceps tonificados y entrenados de cuando tengo tiempo libre. Normalmente solía ir a correr por la playa por las mañanas y algunas tardes, si no me veía capaz de escribir solía ir a un gimnasio privado a tan solo veinte minutos en coche.
Justo a y cuarenta y cuatro bajé las escaleras con mis pantalones oscuros ya cambiados y la camisa abotonada. Por la noche solía refrescar por lo que me había encargado de meter una toalla de playa en el maletero trasero del auto, junto con unas cuantas cosas más en una bolsa.
Una vez estaba en la planta baja y tomé todos los recursos que necesitaba para la salida, avisé a la señora Dawson, que se había acercado para prepararme la comida y a charlar conmigo mientras que limpiaba un poco por encima el desastre que había dejado por la mañana mientras escribía.