18.
Soñé
Soñé con aquella escena de nuevo. Soñé con todo lo que pude tener y lo que ahora no tengo. Soñé con otra realidad. La triste y avergonzada realidad.
Una fuerte brisa de expectación me hizo despertar. La luz del sol no irradiaba con la fuerza que uno esperaría por la mañana. Solo que, no era de mañana. Era de tarde, y yo me había quedado dormido en el sofá en una pequeña siesta.
Hice una mueca ante la punzada de dolor en el tobillo derecho. Me apreté el puente de la nariz en molestia y cuando entreabrí los párpados me fijé en el delgado cuerpo que hacía sombra.
Definitivamente no es la señora Dawson.
Noté el peso de su cuerpo hundir un poco el sofá. Un aroma a rosas me inundó los sentidos. Espera, era...
—Joder, que susto—. Casi chillo de aquel imprevisto.
Ella rió.
No, no rías... No lo hagas más difícil de lo que ya es, por favor te lo pido...
Austin, contrólate, reconcholis.
—Vine a ver qué tal estaba ese pie tuyo, Timmy.
Y sí, lo que oís, ahora soy Timmy. Era al principio Tim por el –tin del final de Austin, pero como sonaba raro el ‘Tin’ solo, escogió Tim, lo que se convirtió en Timmy. Le gustaba ponerle motes a todo. Pero tampoco la culpaba, yo la llamaba Mick o Ellita de mi vida.
Cosas nuestras... Extrañas, pero nuestras.
—¿Mi pie? — dudé, pero luego me acordé de que había un hinchazón en el tobillo al darme contra la pata de la mesa y caerme al sofá que estaba justo al lado.
Eso me hacía ella: olvidarme de mis propios dolores físicos.
Austin interior, cállate de una maldita vez.
—Sí, tu pie—me repitió graciosa—. La señora Dawson me llamó. Parecía preocupada cuando me dijo que estabas con un buen hinchazón.
Por supuesto que la llamaría.
Si pensaba que ya era fan de una chica por casa, ahora lo es aún más a sabiendas de que sus espíritus locos se unieron. La señora Dawson apostaba a que ocurriría algo entre nosotros dos, y no podía tener más razón. Ahora, está más que cabezona con dejarnos en una posición a solas más a menudo de lo que sería declarado común.
Durante estos dos últimos meses Amelia y Mick han establecido una especie de conexión que ni yo hubiera imaginado. El pensamiento reflejo que me vino a la cabeza en aquel momento fue que ojalá hubiera podido establecer una especie de conexión parecida con mi madre. Sin embargo, con establecer una conversación formal con mi propia familiar ya era lo máximo que iba a conseguir hasta ahora. Y ya era bastante para lo frívola que podía llegar a ser mi madre.
Tiempo al tiempo, me repetí, dale tiempo al tiempo.
La no tan sutil diferencia entre ambas es que a las dos les cuesta abrirse y salir del cascarón. Se vuelven frías… Bueno, en el caso de Mick y yo fue un pelín distinto. Su frialdad se deshizo en poco tiempo.
Tenía ese don en las personas, o al menos eso creía tener.
Las intentaba hacer sentir comodidad y que viesen que mis intenciones no eran más que sinceras. La confianza es lo único que pido en cualquier tipo de relación, y si no confías en mí… ¿Por qué debería de confiar en ti? Es tan solo cuestión de la situación y el tiempo. Pero sobre todo, de la persona.
La pedí a mi madre que por favor la pidiese perdón por haberla llamado puritana. Y la verdad... Aún sigo esperando. Es una mujer muy suya, y tener que aceptar derrota o disculpas es como una especie de batalla interna para ella.
Lo hará, me dije internamente. Tan solo hay que esperar a que entre en razón. El tiempo lo sanará. El tiempo sana todas las heridas. Al menos, la mayoría sí.
Mick había hablado más con Amelia que lo hacía con Mark cuando estábamos los tres juntos. Habían incluso intercambiado números de teléfono. Hasta la señora Dawson sacaba detalles que yo no parecía haber percatado. Eso en cierto modo me molestaba, porque yo quería saber cada detalle.
Lo que la hacía tan… ella.
—¿Y por qué te ha llamado a ti? — Arqueé una ceja. No me moví del sitio, tan solo la miré desde donde estaba ya que si me movía un mínimo ella me devolvía al respaldo. —. Pensé que al primer sitio que llamaría sería a mi doctor.
—¿No recuerdas? Soy de medicina.
—Pero nunca entraste... ¿no?—titubeé—. Me refiero, a la universidad.
—No—admitió—. Pero eso no me impide estudiarlo. Mi madre tenía unos cuantos libros en casa.
—¿Tu madre era doctora? —inquirí. Nunca hablábamos mucho de su madre. Sabía que no era su tema favorito para tratar, pero de vez en cuando es preferible solventar esas dudas que me vienen a la cabeza y ella dejarlo salir.
Al menos me dijeron que eso era buena terapia.
—No—tragó saliva—. Pero para entender ciertas cosas sobre su enfermedad decidió adentrarse al tema. Ella era una mujer curiosa y quería tratar de comprender lo que la ocurría en su cuerpo.
—¿Y tú también quieres comprenderlo y ayudar a otras personas, cierto? —intenté acertar, a lo que ella asintió.
Tomó una bocanada de aire y en seguida respondió: — Igual, para una torcedura de tobillo no es que se necesite saber mucho...
—¿Cómo es que no llegaste a la nota? Suenas más que preparada y emocionada por dedicarte a ello.— la dije—. Y si es por inteligencia, creo que a ti te sobra más que falta…
—La inteligencia nunca sobra—añadió.
—Pero igual, eres la mujer más lista y cariñosa que conozco—la halagué casi sin querer. Me salió tan natural que decidí no darle más importancia.
¿Podía decirle esas cosas a mi mejor amiga, no? No, no era raro… ¿verdad?
—-Austin... — suspiró.
Sabía que no le gustaba hablar de ello, pero la curiosidad me mataba. Ella era buena, joder. El que no lo viese estaba ciego (sin ofender a los ciegos).