20.
‘Te quiero, bobo.’
El armonioso son de las olas correr retumbaba en mis tímpanos. Escuchaba como iban y volvían a la orilla con un ritmo sereno y relajante. La arena bajo mi piel se había quedado adherida ya que había mojado mis manos en el agua salada. La sal no era muy buena combinación si querías salir sin un granito de arena pegado a la piel. Suerte para mí, no sentía molestia alguna. Había algo en aquel lugar que me traía tanta paz. La corriente refrescante ante el comienzo del calor de verano y la persona a mi lado lo hacían incluso mucho más placentero.
—Creí que iríamos a la feria de en frente de la playa— Escuché la voz de Austin resonar a mi lado. Estaba con ambos codos apoyados a los costados mientras que me miraba. Estaba, al igual que él, tumbada bajo la toalla rojiza que trajimos por primera vez a aquel lugar. Yo observaba a detalle el cielo descubierto de nubes, mientras que su semblante daba a deducir que se cuestionaba más mis razones por las que venir aquí que las razones por las que no habíamos ido a la feria a quince minutos de donde nos encontrábamos.
Recolocó su toalla para hubiese cierta altitud entre el suelo y su pie torcido sutilmente, y le respondí: —No creo que podamos ir a la feria contigo en estas condiciones.
—Sabes que no me refería a eso.
—Lo sé—asentí.
—¿Qué te ocurre? —me enderecé y le miré a sus ojos verdosos. Mi vestido azul claro estaba llenándose de arena, pero me importaba un bledo—. No me puedes rehuir las preguntas siempre, y lo sabes. Hoy viniste un poco floja y serías tonta en pensar que no me daría cuenta.
—Solo quería que me diese un poco el aire—dije con simplicidad.
—¿Pasó algo con Mark? —intentó averiguar inquieto.
—No.
—¿Con su madre?
Negué con la cabeza.
—¿Ocurrió algo conmigo? —se preocupó. Su mirada afligida.
—Pues claro que no, tonto— me erguí en el sitio y le descoloqué la melena castaña con mi mano. Él rió y me cogió de los hombros hasta hacerme caer. Dejé mi cabeza entre su cuello y su hombro y él me besó la cima de la cabeza.
Quise pensar que era un retortijón lo que se había removido en mi estómago, pero no era eso. Era su cercanía. A la que supuestamente ya estaba acostumbrada. Era en ese momento en el que la idea de contárselo no pareció tan mala. Pero se fue volando, y la valentía de leona que pensé tomar se esfumó con la brisa de aquella tarde.
Era mi mejor versión cuando estaba con él. Era libre de sentimientos contradictorios y rarezas,… y de mi propia personalidad destructiva. Pero vivía una fantasía que no podía rehuir para siempre.
—¿Mick? —me llamó ante mis pequeños segundos de ausencia.
—¿Qué?
—¿Qué solemos decir cuando no entendemos ni lo que sentimos? —inquirió ante nuestra conversación hacía casi dos meses.
Éramos inseguros, no lo mostrábamos tal cual, pero lo reconocíamos el uno del otro. Era como si nos leyésemos la mente en los mejores momentos.
—‘Te quiero, bobo’—le repetí sus previas palabras.
—Creo que el ‘bobo’ no estaba incluido—su expresión rondó pensativa, pero estaba bromeando totalmente. En seguida su rostro se iluminó con su sonrisa—, pero yo también te quiero, pequeña.
Inspiré profundamente y le pregunté: —¿Te duele el tobillo?
—No, no mucho. Debe ser como dijiste tú, en poco tiempo se iría el dolor.
Asentí débilmente.
—¿Austin? —Mi voz se tornó un poco más seria, pero el atisbo de duda seguía aún ahí, perceptible para sus oídos.
—¿Sí? —inquirió para que prosiguiese. Ambos mirábamos ahora el océano frente a nosotros.
—¿Cambió algo…—titubeé—¿Cambió algo cuando nosotros nos…? ¿Ya sabes?
Quería saber cómo se sentía él al respecto. Yo no sabía que sentir. Quería solventar todas mis dudas con la persona junto a mí. Siempre solía tener las ideas claras, y alterarse nunca estaba en sus planes.
Austin.
—¿Cuándo nos besamos, quieres decir? —completé, manteniendo la compostura lo máximo posible.
Noté su asentimiento en mi hombro.
Joder, joder, joder… Sabía hablar con tranquilidad sobre ciertas cosas, pero eso… Eso era mi punto débil. Mi talón de Aquiles. No sabía cómo responder al respecto.
¿Decía que sí y nuestra relación se desmoronaba? ¿Decir que no y que mi consciencia me regañe por mentir? ¿Qué hago? ¿Vivo con el ‘te veo solo como una amiga y nada más’ o con el ‘te quiero tanto que me mata, pero tengo miedo a hacerte daño en el proceso’? No sabía cual sonaba más ridícula, pero los pensamientos alborotados no lo hacían mejor.
—Eee…—flaqueé por unos segundos—. ¿Tú crees que algo ha cambiado?
‘Porque yo sí’ quise responder. ’No dejo de pensar en aquel beso como un puñetero poseso. Juro que me voy a volver psicópata si no vuelvo a saborearlos otra vez. Deseo volver a sellar mis labios contra los tuyos, Dios, cómo deseo hacerlo. No sabes cuánto.’
—No lo sé—dudó—. ¿Estamos bien, no?
—Nunca podría estar mal contigo. ¿Cómo funcionaría entonces? —la sonreí mirándola ya a sus ojos preciosos. —¿Era eso lo que te preocupaba?
—Sí—replicó monótona. Recargó su frente en mi cuello, y dijo: —Dime que trajiste la guitarra.
Reí ante su sugerencia de que tocase mi instrumento, y asentí.
—Le pedí a Amelia que lo guardase en la bolsa que he traído.
Noté como se erguió y se dirigió directamente hacia ella. Rebuscó entre la gran mochila de deporte y por fin sacó la guitarra aún enfundada por el cuero protector. Abrió la funda con el número de código correspondiente y lo sacó, acercándomela. Estiró el brazo hasta que tuve la guitarra en mis manos.
La imagen de la playa, el sol iluminando mis vistas, la brisa que removía el cabello de Mick y ella con la guitarra en la mano… Era la imagen perfecta. Era simplemente fantástico.