21.
El silencio.
Hubo una especie de silencio sepulcral que casi me hizo temblar. Escuché el pequeño trago de la mujer ante mí. La mujer que odiaba y deseaba a partes iguales amar.
Justo cuando pensé que no diría nada, pareció querer agregar algo:
—¿Qué ha sido eso? —inquirió inquieta.
Aquello podía haber salido de diferentes maneras. Cada una de ella saliendo disparadas por mi mente. La primera opción era que quería conocer a la persona de la que hablaba en la letra; la segunda era que quería irse y que no deseaba escuchar nunca más mis canciones; pero la tercera y la que más temía era que se diese por aludida. Eso era lo que más me daba miedo porque si pensaba que era ella, sus pensamientos están exactamente en el mismo lugar que yo.
No pude responder, ella se respondió a sí misma: —Austin, no entiendes lo que me haces.
Me mordí el labio inferior en un intento de cohibirlo del temblor, pero fue imposible.
—¿Qué te hago? —susurré.
—Me haces sentir incómoda—soltó, su semblante era serio pero a la vez aterrorizado.
—Perdón— me disculpé, mi voz se reprodujo un tanto ronca.
—¡No! No pidas perdón. Tú no tienes porque disculparte o justificarte. Soy yo el problema. Soy yo quien lo piensa. Soy estúpida. —dijo entonces.
—No eres estúpida—la corregí, contradictorio.
—Sí, lo soy, Austin. Porque no debería de sentirme como lo hago—tragué saliva ante lo que dijo. ¿Se refería a lo que yo creía que era? —. No debería de sentirme incómoda cuando estoy a solas contigo; no debería de sentirme incómoda cuando quedo contigo como simples amigos; no debería sentirme culpable cada vez que Mark nos ve a nosotros dos asolas. ¡Porque no hacemos nada malo, maldita sea! —. Me enumeró más razones por las que todo aquello se había ido fuera de control.
—Lo siento, no debería de haber cantado nada. Eso solo ha traído…—empecé titubeante.
—¿Problemas? —casi rió cansada—. Austin, joder, ¿no comprendes que no deberías de disculparte por hacer algo que amas conmigo? Yo no debería de darle vueltas. Pero no sé por qué demonios lo hago.
—Somos humanos, Mick, sentir cosas qué no comprendemos es completamente normal— intenté calmarla.
—¡Joder Austin! Es que me siento como una puta niñata inmadura. Voy a Lauren y me recuerda, aunque venga de su más sincero corazón, de lo joven que soy y de lo que debo vivir. Voy a Mark, que me entiende demasiado algunas veces. Incluso más que yo a mí misma. Voy a mi papá… ¿y él que me va a decir? ‘Mick, todo va a salir bien’—se burló, pero noté sus mejillas acalorarse y sus ojos a inyectarse de sangre—. Y luego estás tú… que eres… simplemente tú. Ser tú mismo ya me afecta, y no comprendo…—se frustró.
Cualquier rastro del panorama playero que hubiese, la gente que se encontrase leyendo o tan solo visualizando las vistas… desaparecieron para mí. El son del movimiento de las olas dejaron de vibrar en mis oídos. Mi centro de todo era ella. Ella, su cuerpo frente al mío y su voz.
—¿Eso qué significa? —Me intenté alentar internamente.
Inhaló con fuerza y aclaró: —Significa que necesito pensar.
El silencio volvió a retumbar, haciéndolo aún más incómodo. Mi cuerpo se derrumbó en pequeños trozos. Sentí como si se me cayese el alma a los pies. ¿Significaba aquello que…
—Necesito…—flaqueó—…tiempo—masculló concluyente.
Un incendio se prendió en mi estómago, expandiéndose por todo mi cuerpo. Me quemó como quinientas llamas; y ni siquiera aquello se podía comparar con lo que sentía en aquel momento.
—No—negué con la cabeza.
—Sí, Austin. —se levantó de su sitio, recogiendo las cosas.
Me hice con su muñeca antes de que pudiese seguir guardando más. Me miró a los ojos, unas lágrimas siendo retenidas; al borde de la deriva.
Volví al pasado en tan solo unos segundos.
La luz de la lamparilla del salón iluminó una pequeña parte de la casa. Los muebles viejos y de madera que predominaban en aquella sala solo eran simples adornos de la escena en la que me encontraba viviendo.
—Lo siento, mi amor— susurró entre sollozos—. Solo… Necesito tiempo.
Mi mano aún seguía en la cuerda de la pequeña lámpara. Observaba a mi madre con su camiseta blanca con flores rosas y sus pantalones vaqueros viejos. Su cabello largo rubio estaba recogido en un moño flojo y desordenado. Sus manos temblaban, como si dudase que lo que fuera a hacer era lo que necesitaba o no.
Puede que ella lo precisase; el tiempo. Pero yo la requería más. Ella no reconocía mis llantos ahogados por las noches bajo mi almohada plana. No sabía que mi figura paternal, la cual no había llegado a conocer con tanta precisión, era el hombre al que más añoraba. Y ella… Estaba siendo una egoísta.
Me hacía daño con tan solo haber hecho la puta maleta. Pero lo peor es que no estaba siendo ni siquiera lo suficientemente lista como para partir silenciosamente. El previo aviso hubiera venido mejor, pero no creo que algún día estaré aprensivo a aceptar aquello. O dudo siquiera que haya alguien que no sufra cuando ve a su madre salir por la puerta de su propia casa con sus malditos propios ojos.
—Austin…Di, algo por favor—tembló. Su mano hacía pequeños tics sobre el metal de la maleta. La oscuridad de la sala solo la parecía lucir como un pequeño detalle de terror. Si es que había algo aún peor que lo que presenciaba.
La dejé así. En ese estado. Rodillas temblorosas; mandíbula tintineante; ojos rojos pero aún así indecisos.
Podría haber gritado e incluso haberla exigido de rodillas que se quedase. Rogar su lugar en aquel hogar. ¿Pero qué morada iba a haber ahí si lo único que sentía era vacío? Aquello no era una casa; porque en una casa residía una familia, y ella acababa de romper ese lazo.