23.
Atrapada
Michaela.
Austin me dejó en casa y se fue. Hubo pocas palabras entre medias. Yo no sabía que decir y él tampoco. Claro que no tendría nada que decir. Le había dicho que necesitaba tiempo y eso le había deshecho un poco por dentro por no decir por completo. Si fuera él también lo estaría, así que no le culpaba.
Eran esos momentos en el que echaba de menos las canciones de Miley Cyrus tronando por el vehículo a través de los altavoces y nuestras voces cantando siguiendo las letras. Cómo él se reía de mí por mi horrible voz y mis gallos al vociferar malamente. Pero sobre todo el cómo yo sonreía y reía como si fuera la mujer más feliz del mundo.
Eran esos pequeños momentos los que me llenaban por dentro.
El problema era que debería de comenzar a ver las cosas con perspectiva. Quería saber qué quería y cómo lo haría. Pero sobre todo cómo me sentía. Un inconveniente ante aquello era la escena que recordaba cada segundo de cada día. La conversación que tuvimos en su coche antes de salir de la playa de Malibu no hacía más que aparecer en mi mente en una especie de replay.
***
—Pero…—tartamudeé inquieta.
—¿Qué?
—¿No te irás verdad? —. Era una pregunta tonta, más siendo yo la que se iba durante un tiempo. —¿Me esperarás?
—No me voy a ir a no ser que tú me lo pidas. —replicó, sus ojos tristones. Su iris había perdido ese atisbo de burla y diversión que siempre llevaba consigo. Eso me partía el corazón.
—¿Sabes que nunca te pediría eso, verdad? —inquirí preocupada.
—Nunca pensé que dirías que necesitarías tiempo alejada de mí, pero igual también ha pasado. Ya no sé qué hacer o pensar, Mick. Al menos no ahora—se sinceró, sus ojos cerrados en dirección al parabrisas del coche mientras que yo le miraba a él únicamente.
—Sólo…Espérame. Es lo único que te pido—le dije ahogando el sollozo entre mis labios.
—Te esperaré mil años si hace falta, Mick. Siempre. Por mucho que deteste ese tiempo—. Esta vez sus ojos estaban abiertos de par en par. Estos no eran vivos ni mucho menos salvajes. Eran poco vivaces, pero sentí el cariño con tan solo observarlos.
Me tomó de la mejilla con su mano y me besó la frente con fuerza. Me soltó y se deshizo de la conexión que habíamos establecido con nuestros ojos. No me podía mirar en aquel momento. Pero lo entendía. Lo entendía demasiado bien.
Esperó a que saliese y eso hice. Abrí la puerta, la cerré de nuevo y yo ya estaba en la calle. Una vez fuera su coche arrancó y salió. No sabía en qué estaría pensando específicamente, pero fuera lo que fuera le tenían aún más deprimido y chafado.
***
Pensé que podía olvidarme, que podía seguir adelante. Lo hice, pero no era lo mismo. Sin él las cosas cambiaron. Perdieron su sentido en cierta parte. Sentí su ausencia más de lo que debería de haberlo hecho a lo largo de la semana que había pasado. No había cogido el teléfono a no ser que me llamase mi jefa del hostal o entrado en redes sociales. Tan solo no estaba de humor. No lo estaba cuando él no se encontraba aquí para animarme. Y mira que Mark lo intentaba, pero me rehusaba a sonsacar una sonrisa. Él se dio cuenta, y supe que la incomodidad lo empoderaba. Me sentía realmente mal por él.
—¿Qué ocurrió, Ella? —inquirió.
Yo solo negué la cabeza como una niña pequeña sobre su pecho. Me agarró con más fuerza hacia su costado y siguió: —¿Ya lo sabe?
Me quedé rígida y él se percató.
—No puedes seguir así, Ella. —suspiró.
—Tú no me dices lo que debo o no decir—salté.
—Ey, ey, tranquila—Me intenté zafar de su agarre en una especie de berrinche, pero no me dejó escapar—. ¿Hablaste con tu padre? —inquirió, cambiando de tema bruscamente.
Sabía lo que hacía. Me iba a atosigar con preguntas sobre toda mi vida hasta que pudiese sin otro remedio finalizar con lo que más le importaba: mi avance médico.
—Sí, ayer.
—Y…—fue a proseguir, pero yo le interrumpí.
—Dejémonos de preguntar sobre cosas que sabemos que realmente no interesan. Sé que quieres hablar de ello. —interferí conclusiva, arrancando la tirita de un solo tirón.
—Hablas de ello como si…
—¿No me gustase? —casi reí—. Ya sabes que no me gusta hablar de ello.
—No. Como si tu salud valiese tres mierdas—me corrigió—.Me importas, Michaela. Sabes que me importas. Y saber sobre cómo va el tratamiento la verdad es que me ayudaría mucho más a dormir por las noches.
Resoplé con cansancio. Sabía que estaba siendo mustia con él. No se lo merecía, pero estaba pagando con mi carácter todo el mundo que me rodeaba. Me gustaba más cuando me escapaba con Austin, viviendo la vida que tendría si no fuese por la maldita enfermedad que todo el mundo no hacía más que recordarme que tenía.
¿Acaso no comprendían que lo sentía a todas horas? Era mañana, tarde y noche. Las putas veinticuatro horas del día. El dolor en mis muñecas, en mis hombros… los hinchazones que se me inflamaban cuando no me adhería los esteroides suficientes cada cierto tiempo. Había momentos que al respirar pensaba que me estaba ahogando del dolor. Lo escondía de los demás. Les decía que estaba como una rosa, cuando en verdad lo único que hacía era fingir.
Fingir que todo iba bien; fingir que mi vida salió como lo imaginado; fingir que podría establecer una vida para muchos más años, cuando ni siquiera sabía por cuánto duraría. Era como una especie de cronómetro que desconocía.
—No he ido.
Me miró desde arriba de mi cabeza. Elevé mi mirada para fijarla con la suya y repetí:
—No he visto al doctor Donovan.