Someone to you

24. La verdad

24.

La verdad

 

Dijeron que la verdad se servía cruda. Que los secretos al igual que la luna y el sol no podían siempre permanecer en la oscuridad. Era como el polvo que siempre jurábamos que limpiaríamos pero que nunca tocábamos.

La compañía de Mark en mi salón fue bastante… rara. Nunca habíamos estado compartiendo el mismo espacio a solas y menos sin Michaela. Convivíamos por ella. Nos llevábamos bien por nuestro amor a aquella joven tan entusiasmada. Ambos la amábamos incondicionalmente. Y ese era problema: Ambos la queríamos.

Un latigazo de culpabilidad me azotó, haciéndome vacilar en mis pasos inquietos por el salón. Le pregunté si quería algo de beber pero él solo negó con la cabeza. Y menos mal, porque no tenía ni una pizca de alcohol por allí. Tan solo la que utilizaba la señora Dawson para cocinar, y para el paño cuando me dolía la cabeza, que no era ni mucho menos comestible.

Aún así, ahora no era un mal momento para hallarlos teniendo en cuenta la rigidez de nuestras espaldas en aquel momento. El ambiente era tan tenso que creí que íbamos a estar en silencio durante un buen rato. Incluso a partir y sin decir palabra.

Sabíamos que había algo importante sobre lo que hablar, pero nadie daba el paso hacia delante, iniciando la conversación. Después de varios segundos él comenzó a hablar.

—Puede que esto suene muy maleducado, y no pretendo eso pero…—suspiró—, ¿de veras conoces a Michaela?

Fruncí el ceño. No comprendía a qué venía esa pregunta.

—Claro que la conozco. —afirmé, tosco. Mi voz salió dubitativa, pero no porque dudara de mi respuesta, por supuesto que no, pero me resultaba raro que me hiciese ese tipo de inquisiciones—¿Qué pregunta es esa?

Noté como suspiró con aún más profundidad, como si lo que fuese a soltar después fuera a incomodarle incluso a él. Era un buen tío y sabía que en aquel momento él no estaba ni mucho menos contento, pero tampoco con ganas de comenzar una discusión que iba a ser imposible de rehuir.

Titubeó por unos segundos y al final, con los ojos apretados y los puños formulados a ambos lados de su costado, me preguntó: —¿Mick y tú…?

—¿Nosotros qué?

—Ya sabes…—Su mirada era roja, y sus mejillas estaban igual de acaloradas por la vergüenza y/o ira que sentía.

Tragué saliva y quise reír: —¡Oh no por Dios!

—Esto es serio.

—Estoy siendo serio—me mordí la lengua.

—¿Y cómo sé que no estás mintiendo? —inquirió ceñudo.

—¿Le has preguntado esto a Mick? —arqueé una ceja.

Entreabrió la boca un par de veces, pero al final dijo: —Soy un estúpido.

—Un poquito—musité para mí mismo. Aunque tampoco me iba comer la cabeza si me hubiese escuchado.

—Es solo que…—tragó saliva—… Vosotros dos…

En ese momento mi cabeza daba vueltas. ¿Se lo dijo? ¿Le dijo sobre el beso?

—¿Nosotros qué? —le ayudé a seguir, mi voz persuasiva.

—No lo sé. —finalizó frustrado.

Se sentó en el sofá y se apretó la cara con las manos, haciendo una mueca exagerada de frustración. Vi como puso toda su energía en formular una pregunta coherente y al final lo hizo:

—Confío en Michaela, pero no en ti. No es por nada específico, pero…—tomó una bocana de aire y concluyó: —¿Estás enamorado de ella? —su voz sonó tan entristecida que parecía mentira que aquello no fuera de una telenovela.

¿Por qué me pasa esto a mí?

Me quedé en blanco, como si me acabasen de drenar la sangre del cuerpo. La sinceridad era una de mis cualidades más exhaustas. Era en aquel momento que quería mentir como un buen criminal. Pero el problema era el siguiente: yo no era un mentiroso.

—Sí—me sinceré mientras que tragaba saliva—. La verdad es que estoy enamorado de ella. Lo siento. —me disculpé, mi voz resquebrajada.

Joder, esto me estaba doliendo hasta a mí.

Hizo un aspaviento en el aire dejándome claro que no me quería escuchar. Noté cómo aquello le había afectado. Pero lo entendía. No había sido sensible, pero era eso o mentir. ¿Y para qué mentir a nosotros mismos? Al final del camino la verdad se descubre, si es que ya no se había visto a lo lejos.

Mark no era tonto. Me había visto las miradas. Eran aquellos los más fáciles de leer: las expresiones.

Me sentí realmente mal porque, joder, él era su novio, y escuchar a otro cualquiera decir que está enamorado de su novia no era fácil ni sencillo.

Era (perdonadme por las palabras) jodidamente doloroso.

Vi cómo el humo salía de sus oídos. Su semblante se convirtió en un rojo furioso.

—¿Entiendes lo que has hecho? —me dijo mientras que negaba con la cabeza.

Negué sigiloso mientras que él me observaba fijamente, directo a los ojos.

—¡Joder! —hizo una mueca de desagrado hacia mí, pero me lo merecía—¿¡No entiendes que yo soy su novio!? ¿¡Que ella me quiere!? ¿¡Que yo la adoro con todo mi puto corazón!? —las palabras salían sin parar, en una especie de recordatorio a sí mismo. Como si odiase el mundo en aquel momento, pero el único que le escuchaba en aquel instante era yo.

Tan solo me ceñí a asentir con la cabeza desde el otro lado del sofá. No deseaba incendiar el fuego de su fracaso. Las palabras podían ser simples, pero siempre dolorosas si decías lo incorrecto. Por esa razón no dije nada. Dejé que se desahogase.

—Pero… ¡Ella no es la misma! Llegaste tú y has hecho que se despreocupe…—se tapó la boca con una mano. Yo no comprendí a qué se refería, pero él igual siguió, sin darle importancia: —¿¡Te odio, sabes!?—tan solo asentí,—He notado la diferencia desde el principio pero pensé que eso ya no… ya no…—titubeó. —Joder, si me viese Ella me diría que fuese un hombre y que no me comportase como un niño pequeño. —vaciló entre reírse exhausto o doler por dentro.

—Comprendo—le alenté.

—¡No! Ese es el problema, Austin. ¡Tú no comprendes!—se exasperó— ¡No deberías de estar en el puto plano! ¡No tendrías que estar en su vida! La haces mal, porque ella no se cuida—comenzó a soltar información tras información—. Ella, no, joder. Yo al menos la quiero lo suficiente como para que no se intente…




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