25.
El corazón roto
Michaela.
No pude pararme a sentir que algo malo había ocurrido cuando Mark entra por la puerta una hora después y lo cierra con un portazo.
A lo largo de la hora en la que estaba sola me dediqué a dormir con el teléfono apagado. Decidí que si alguien me llamaba, mañana podía ser el día para devolverlo. Estaba cansada y quería desconectar, solo que el abrupto ruido a la entrada de Mark me desveló bruscamente. No me saludó, o me dio un beso o dijo algo. Fue muy extraño. Más viniendo de él quien siempre corría a darme un beso tras llegar de cualquier sitio.
Su pelo castaño estaba revolucionado como si se hubiera rascado con frenesí y nerviosismo.
¿Qué narices había ocurrido?
—¿Mark? —le llamé, sin recibir respuesta.
Fruncí el ceño y fui hasta la cocina. Me fui a acercar a él en el asiento de la cocina pero me hizo un gesto de stop. No me quería cerca en aquel momento, y no comprendía.
—¿Mark…?—insistí, mientras que él tenía la cabeza gacha. Solamente ubicaba la posición de su nuca, él dándome la espalda. Fui a tocarle el hombro pero hizo una mueca de desagrado.
—Por favor…—se lamentó, con una voz débil—Ahora no.
—Mark me estás asustando…—susurré.
—Michaela—farfulló frívolo—. Por favor—me pidió sin siquiera girarse en mi dirección. Noté cómo se arrugaba la cara con su mano derecha, en frustración. Hice una mueca de incomprensión. Sin embargo, hice lo que me pidió.
Aún inquieta e incapaz de dejarlo ir me dirigí directa a la planta de arriba. Abrí la puerta a la habitación de Mark y me recosté en la cama para descansar.
Si quería espacio, se lo daría. Pero no lo dejaría ir. Ese comportamiento por su parte era irreconocible. Algo grave ha debido pasar porque ni en sus peores días de trabajo había vuelto tan angustiado y desesperado. Podría excusarlo con el cansancio, pero sabía de sobra que eso no era.
Me acurruqué en la cama de matrimonio de Mark y me enfundé en las sábanas blancas. Me arropé ante el frescor que me inundaba la corriente de la ventana abierta detrás de mí. La luna era aún opacada por diversas nubes oscuras y las estrellas eran casi imposibles de ver por la ventana. Mirar tras el cristal y observar la iluminación de las estrellas se había convertido en una especie de pasatiempos desde que no veo o me comunico con Austin.
Verdaderamente le echaba de menos.
“¿Qué estaría haciendo ahora?, ¿Se encontraría así de solo?, ¿Así de abandonado?, Creía estúpido esto pero, ¿se habrá dado por vencido conmigo o me esperaría?, ¿Le debería de escribir?”
Ese tipo de preguntas rondaban por mi cabeza alterando mi sueño. Mi mente no descansaba y menos, cuando el hinchazón de mis muñecas seguía molestando. No quería pasarme con la medicación pero,… Era un dolor terrible. Eran como mordiscos de miles de hormigas enormes. Necesitaba inyectarme esteroides, esto dolía jodidamente mucho.
Negué con la cabeza. No, no podía.
Me movía de un lado al otro de la almohada, intranquila ante todo lo que rondaba por mi cabeza. Incluso al pasar una media hora le di la vuelta a la almohada porque noté el fresquito en la otra cara. Comencé a sudar por mi frente, y palpé una fuerte rigidez en mis hombros.
Las siguientes ideas horripilantes me venían a la cabeza, una detrás de la otra. Unas cómo: “¿Seguro te has tomado la suficiente cantidad de medicamento hoy? ¿De en serio te sirven? ¿Prefieres sentir el escozor y dolor y ralentizar la enfermedad con pastillas que te provocan vómitos o no sentir esa agonía y contar cada segundo de tu vida como si fuera el último?” me atormentaban; “Alejas a todo el mundo, ¿no te has dado cuenta? Eres un puto desastre. No sé cómo sigues teniendo gente a tu alrededor. Solo les apestas. Los que se quedan por ahora se acabarán cansando de ti. Solo eres un cargo más en su vida. Solo sentirán pena por ti. No te querrán de forma sana. Tan solo eres la chica enferma de la que hay que cuidar. Solo están aquí por eso. No es por ti. No es porque seas esencial en su vida. Acuérdate de eso, Michaela. Solo eres eso: la muñeca enclenque de la que hay que cuidar.”
Una lágrima se deslizó por mi mejilla. Dejándola correr ni siquiera me inmuté por hacerla desaparecer.
Poco a poco me fui quedando dormida…
***
Un dolor ambiguo se dispersaba por todo mi cuerpo. Especialmente en el pecho. Mi torso se movía de arriba abajo con frenesí, mucha brusquedad. Sentía que no respiraba, que el oxígeno no me llegaba a los pulmones. Una especie de estragos no me permitía responder con adecuación. Mi pecho no paraba de alborotarse sin control alguno. Solo pude dejar mis rodillas quebrar ante la agonía y la pérdida de conocimiento en el que me estaba hallando.
Los gritos del fondo en el supermercado en el que estaba comprando solo atronaban en mis oídos hasta que dejaba simplemente de oírlo. Era como si mis sentidos dejasen de hacer su función, dejando de funcionar. Mis oídos comenzaban a silenciarse; mis ojos veían las cosas sin nitidez o claridad; ni mi boca ni mi nariz ejercían el oxígeno que necesitaba para sobrevivir. Tan solo era un cuerpo que acaparaba órganos sin rendimiento alguno.
Era la primera vez que aquello me ocurría. Mi cuerpo estaba tirado en el suelo mientras que sentía que se me salía el corazón del pecho. Una mujer que llevaba a un niño de la mano, alrededor de unos ocho años, se arrodilló junto a mí y sentí sus gritos a través del suelo. La vibración al menos me llegaba… hasta que dejó de hacerlo.
Estaba como paralítica en el suelo.
Lo último que escuché fue a aquella mujer vociferar:
—¡LLAMAR A UNA AMBULANCIA!—pedía ayuda mientras que yo miraba a los ojos rojos del niño pequeño, asustado—¡ESTÁ TENIENDO UN ATAQUE AL CORAZÓN!