26.
Soy toda tuya
Michaela.
Me desvelé con un brazo sobre mi costado. La calidez que irradiaba el cuerpo de Mark era sobre potente. Aún sabiendo que debía ir a trabajar en menos de una hora, la incertidumbre sobre cómo sería nuestra interactuación al día siguiente de lo de anoche me… me incomodaba.
Aceptaste que no estabas enamorada de él, Michaela, ¿cómo crees qué va a ser esto? ¿Una fiesta con champán?
Me pegué una cachetada mental y me elevé del sitio con cuidado de no despertarlo a él. Entraba sobre las seis de la mañana, mientras que él entraba sobre las ocho. Quise preguntarle cuándo debería de recoger mis cosas de vuelta a casa, cómo iba a ser ahora lo nuestro.
Lo nuestro… Nunca pareció haber un lo nuestro desde Austin. Aunque de verdad si lo hubo.
¿Cómo pudimos acabar así?
Di un respingo del susto cuando noté que su cuerpo volteó hacia un lado. Aún seguía dormido. Me fui a por mi ropa en el armario y lo tomé al cuarto de baño. Normalmente solía cambiarme en la misma sala, sin importarme de que me viese desvistiéndome.
—Bonitas vistas—solía decir—.Me gusta levantarme de esta manera.
Reía ante sus comentarios y señalaba, —Acostúmbrate, señorito. Soy toda tuya.
Él sonreía, ensanchando sus labios en una preciosa sonrisa. Se elevaba de la cama, dejando todo tipo de somnolencia atrás y lo dejaba todo en agarrarme por la espalda, abrazándome. Sus brazos desnudos dejaban trazos de electricidad por mi piel. Me revolvía cuando me abrazaba así. Me giraba y me ruborizaba, mis mejillas siendo las víctimas del acaloramiento.
—Toda mía…—susurraba—Me gusta.
Me volteaba para poder cogerle de los cachetes y lo presionaba junto a mi boca, sellando ambos de nuestros labios con placer. Me agarraba con más fuerza y mascullaba feliz,—Te quiero, Ella.
—Yo también te quiero, Mark.
Me tomaba por las rodillas y me elevaba hasta tenerme posicionada con la cara mirando el suelo y, bueno, su culo.
—¿Qué haces? —reía. No podía evitar reírme a carcajadas limpias.
—Voy a prepararte el desayuno, preciosa—manifestaba con un atisbo de ilusión. Solía hacer los mejores desayunos.
—Pero todavía tienes una hora más para dormir—le recordé, mi voz salió aún junto con la risa.
—Eso puede esperar—me elogiaba—. Tú eres más importante.
—¡Ay, se puso cursi él! —bromeaba burlona. Me hizo cosquillas en las piernas que tenía bajo su control y las moví con frenesí—¡Ya! ¡Para! —reí—¡Me vas a matar así!
Me bajaba de su hombro y me colocaba justo en la silla frente a la pequeña isla que tenía en la cocina. Se posicionaba frente a mí y comenzaba a cascar huevos. Inquiría qué iba a preparar y me replicaba que iba a hacer una tortilla francesa, como las que me gustaban a mí. Sonreía ante aquel detalle.
Fuimos felices. Sí, lo fuimos. Pero eso terminó ahí. Yo quería seguir en contacto con él, quería que formase parte de mi vida, en cambio, yo no sabía cómo se sentiría él al respecto. No me resultaría bizarro que quisiera darnos un tiempo. Sería mi primera suposición en cuanto a su parte. Yo tampoco querría estar con un hombre que no me amara como yo le amo a él. De verdad deseé que él tuviese otra mentalidad. No debería de tenerla, pero igual lo recé.
Un cachito de corazón en mí se resquebrajó cuando me recordé que acababa de romper su corazón.
Eres una mala persona mi consciencia contraatacó.
¡Chale, cállate! Me mandé a mí misma.
Con la ropa en mano me fui al cuarto de baño y me cambié el pijama por una camiseta básica blanca con una firma de diseño en el medio y una chaqueta de vestir negra. Me revestí las piernas con unos pantalones de vestir azules marino, y me calcé unos zapatos con un poco de tacón. Solían escocer un poco en los tobillos por la mañana, pero debía comprometerme a una vestimenta adecuada. Aparte, mis zapatos planos estaban en casa.
Fui a la cocina, pero me sentó como una patada en el culo ir coger algo de comer. Simplemente era incómodo. Este sitio ya no era mi casa. Ya no.
Tomé la libertad de coger varias prendas de vestir en el armario una vez de vuelta en la habitación sigilosamente. Tenía intención de volver para recoger el resto otro día, por lo que dejé prendas que sabía que no me iban a caber. Metí lo que pude en una mochila y con mi bolso en mano decidí dejarle una nota.
“Me fui a trabajar. Volveré por el resto de mi ropa otro día. ¿Podremos hablar después? Es importante, pero igual entiendo tu decisión si decides denegar porque no me quieras ver. De todos modos,
Te quiero,
Michaela”
No supe si la había cagado cuando puse el te quiero. Solo supe que se sentía tan acostumbrado aquello que dejar de hacerlo iba a ser difícil. No era mentira que le quisiera, pero no creo que fuese justo para él. Fui a tomar otro folio del notario pegado al frigorífico pero fue justo en ese momento que escuché cómo la puerta de la habitación de arriba se habría.
Como una cobarde devolví el notario al frigorífico y cogí mis cosas. Cuando cerré la puerta me sentí horrible, pero dudaba que quisiera hablar conmigo. Igual, sabía que si no me aceleraba iba a llegar tarde, y de verdad no quería eso.
Mientras bajaba el elevador encendí el teléfono y vi unas cuantas llamadas y otros cuantos mensajes. Había tres mensajes de Lauren, una llamada perdida de mi padre y un mensaje. De Austin,… bueno de Austin había miles de mensajes.
Decidí entrar en el de Lauren primero para apaciguar mis nervios sobre leer los de Austin.
Laurencita: “¡Perdona no pude contestar tu llamada! Estaba trabajando.” 20:40