Someone to you

30. Amor

30.

Amor

Austin.

Si pensaste que mi abuelo murió por un accidente, lo entendiste mal. Mi abuelo perdió la voz. Justo cuando pensé que volverían de la casa de sus amigos, mi abuelo comenzó a toser como un poseso. Eran los pulmones. Todos esos años de fumar tabaco volvieron a morderle en el culo. Mi abuela le avisaba y le regañaba con que aquello no iba a tener un buen resultado. Hasta que al final, el no escuchar a la mujer de la casa, le hizo acabar perdiendo su voz y parte de su razón.

—¿En serio? Vaya faena—comentó Mick mientras que se comía la tortita recién hecha con relleno de chocolate negro. Se relamía los dedos, saboreando el chocolate que se quedaba pegado.

Me limpié con una servilleta la boca y repliqué, —Mi abuela era una mujer sabia. O la tomas en serio o acabas perdiendo. Siempre solía tener razón. Ahora, como fallase, era mejor no decirla nada. Se ponía mustia, era como un golpe a su propia dignidad.

Ella rió.

Habíamos dedicado nuestro tiempo a hablar sobre mis abuelos, y la había mencionado sobre la posibilidad de que pudiese acompañarme a aquella fiesta. Ella me sonrió pícara y me dijo que por supuesto que sí. Eso no pudo hacerme más feliz.

Y hablando de felicidad… Éramos ya algo más que amigos. Era oficialmente mía. ¿Puedo celebrar eso, no?

—Tengo que ir a por mi bolso. Ayer lo dejé en la mesa y no miré los mensajes—manifestó cuando ya tragó el trozo de tortita en su boca. —Como la ‘jefa’ me haya escrito y no la haya respondido se pondrá peor que Amelia cuando no la hacías caso.

—¡Oye! Tú muchas veces no la haces caso—la recordé, arqueando una ceja.

—Yo la caigo mejor—me guiñó un ojo.

Se levantó del asiento junto a mí y comí mientras tanto el resto de mi tortita. Cuando tenía su móvil en mano y estaba observando la pantalla con determinación, tomé parte del chocolate dulce de su tortita porque yo me había quedado sin. Justo en el momento en el que me chupaba el dedo adentro de la boca, ella levantó la vista. Me escudriñó con la mirada.

Oh oh, la toqué el chocolate.

—¿Acabas de comer parte de mi tortita? —me estrangulaba con su miramiento. Entornó su vista.

—¿Puede ser? —jugué yo mientras que sonreía tontamente.

—Acabas de declarar guerra, señor Michaelson—me informó justo antes de acercarse a mí y colocarse de manera que estuviese entre mis dos piernas. Me acomodé en el asiento frente a la isla y tomé su cadera. Puso un dedo sobre mis labios y me susurró—. Has tocado algo que no es tuyo.

—Pensé que ya eras mía—me burlé, su delgado y pálido dedo aún cubriéndome parte del labio inferior y superior.

Ella rió suavemente, — ¿Ya atacando, león?

—Protegiendo lo mío—mascullé en respuesta.

—Tomaste el chocolate de mi tortita—repitió—. Le quitaste lo dulce.

Sus ojos eran intensos y me provocaban a un nivel extremo. Su cabello aturullado me hacían cosas que ni yo comprendía. Ella me volvía loco. Toda ella es sexy y me embriaga como nadie lo hacía.

—Pensaba que te gustaba lo salado—bromeé, aún susurrando.

Negó con la cabeza, dejando entrever que por dentro estaba sonriendo, — Ya no estamos hablando de tortitas, ¿cierto?

—Yo estoy pensando en la que se come las tortitas, si es que eso vale. —casi gruñí cuando se acercó aún más a mí. Me tomó la nuca con la misma mano que previamente acariciaba mis labios.

Se relamió la boca, dejándome un sabor agridulce en el sistema. Dios, me estaba provocando. —Efectivamente, estamos pensando en cosas completamente distintas.

Me acerqué a ella por un beso pero ella inclinó su cuello hacia atrás. Sus ojos castaños me miraron fijos.

—Nunca, pero nunca, le robes los dulces a una mujer. —me advirtió.

En un movimiento brusco y con agilidad me tomó de la nuca acercando mi rostro al suyo. Me atacó como una leona. Entrelazó ambas de nuestras bocas en un apasionado beso. Tomó el control de todos nuestros movimientos. Ahora mismo, ella empoderaba.

En una especie de movimiento reflejo me aferré a ella a través de la cintura. Abracé su cuerpo, sus piernas rodeando mi cadera. Me levanté del sitio y me acerqué al salón. En ningún momento del camino dejamos que nuestras lenguas se dejasen de rozar. Nuestros labios moldeados perfectamente el uno para el otro. Era dulce por el chocolate. Olíamos y sabíamos a tortitas. Hubo pequeños mordisquitos, caricias; pero sobre todo amor. Lo que nunca pensé que sentiría; lo que nunca pensé que encontraría.

Había deseado esto tanto…

—Llevo…—pronuncié entre beso y beso—… deseando besarte…—le coloqué sobre el sofá, su espalda sobre el suelo del sofá. Mi cuerpo estaba encubriendo el suyo—… desde la primera vez que vimos las estrellas.

Ella asintió con un gemido. Ambos llenos de placer.

Sus manos acariciaban mis carrillos con suavidad. Yo le acariciaba los músculos del tronco, trazando cada tramo de piel por la zona. Sellaba mis labios por todas las partes que antes me estaban prohibidas besar. Sentía todo aquello que me prohibía previamente. Vivía como un hombre de verdad completamente domado por la mujer de mi vida. Esto era vivir y soñar al mismo tiempo. Era casi imposible diferenciar la alusión de la realidad, porque ella era ambas cosas. Mi mayor sueño trazado a la perfección.

Una fantasía que vivía en el mismo lugar que el resto del mundo.

En una especie de seguimiento, ella se agarró de la camiseta y se la quitó. Observé su sujetador básico negro que hacía bastante contraste con el color claro de su piel.

Con rapidez, ella me comenzó a quitar la mía. Tras dos prendas tiradas en el suelo comencé a desabrochar los botones de sus pantalones. Ella alzó sus caderas hacia arriba, dejándome mejor capacidad para deshacerme de él.

Aquello hubiera sido raro si fuésemos simples amigos con derechos o simplemente mejores amigos. Solo que ahora no éramos eso únicamente. Ella era mi otra mitad; mi alma gemela; mi mejor amiga; mi amor eterno. Por siempre amaría todo de ella. Su cuerpo, sus sentimientos, su personalidad, sus defectos,… Amaría todo de ella en un abrir y cerrar de ojos. Haría respectivamente todo por ella.




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