Someone to you

31. Bríndame una sonrisa

31.

Bríndame una sonrisa

 

Michaela.

—¡No!—grité entre risas—¡Me niego a salir de aquí!

Mantuve el agarre en las cortinas que me separaban de Austin afuera mientras que él tiraba hacia el lado contrario en un intento de verme con el vestido puesto. Al final, él tenía más fuerza que yo y acabó abriendo la cortina con facilidad.

Dejé de reírme poco a poco cuando estuve completamente al descubierto.

Sus ojos rastrearon cada parte del vestido, ajustado a mi cintura y con vuelo. Era de un color rojo pasión, pero yo lo detestaba. Quería algún color más claro, más básico. Eso era demasiado llamativo para mi gusto.

—Estás preciosa—comentó—. Pero a decir verdad, la dependiente no te conoce y sé que eso no va contigo—me miró directamente a los ojos, estos verdes centelleantes—. Igual, no te avergüences de mostrarme. No sabes cómo te puede quedar algo sin antes probártelo. Ahora ya podemos concluir con que estás preciosa con todo lo que te pongas.

—Estoy demasiado delgada para vestidos como estos—gruñí.

—Y yo estoy demasiado enamorado de ti. Cada uno con sus problemas—sonrió, la mía se reflejó débilmente, avergonzada.

—Bríndame una sonrisa—me dijo.

Yo hice un fruño con mis labios y mis mejillas se acaloraron tiñéndose de un rojo compenetrado con el propio vestido.

—Una sonrisa, no un fruño de estreñido—se burló jocoso.

Reí a la vez que negué con la cabeza, cabezota ante todo. Posé mis brazos frente mis pechos y mi boca formuló un fruño más débil debido a las carcajadas, como una niña pequeña queriendo carcajear pero que quería mantener su dignidad ante todo.

Él rió y comentó, —¿Temes que te deje de amar por no llevar un vestido que te disgusta? —dio un paso hacia delante, nuestras narices casi rozándose—. Eso no ocurrirá, promesa. —me dio un efímero beso en los labios y sonrió pícaro.

—Eres tonto—negué con la cabeza, mordiéndome el labio para esconder la sonrisa que estaba comenzando a reflejarse.

—Pero amas a este tonto—soltó una vez tuve las cortinas cerradas. Se formuló un silencio en el espacio.

Era la primera vez que mencionábamos la palabra ‘amar’ en una oración siendo pareja oficialmente.

Habían pasado un par de semanas desde los acontecimientos en su casa. Había pasado tiempo en su mansión, habíamos hablado con más tranquilidad, pero sobre todo con sinceridad. Solo faltaba que lo dijera y no habría más que esconder.

Pero tienes miedo atacó mi consciencia.

Y tenía razón. Desgraciadamente, tenía la razón.

En cuanto a Mark, las únicas noticias que recibí de su parte fueron a través de mensajes.

“No me digas ‘te quiero’, Mick. No hagas las cosas más difíciles. Puedes recoger tus cosas el miércoles.”

Yo sabía perfectamente que se refería al día que él no se encontraba en su casa ya que estaría con Marie, su madre. Quería espacio, y yo se lo iba a dar. Al menos eso sí.

Ese mismo día le dije que ya había recogido todas mis pertenencias y él me respondió con un simple: “Ok”.

Aquello era raro y me resquebrajaba un poco el corazón. Nunca tuve el afán de crear esta especie de tensión entre nosotros. Pero debía aceptar las consecuencias de mis decisiones. Yo lo jodí, ahora debo darle el espacio que necesite. Tiempo más tarde intentaré volver a crear un lazo de amistad… al menos. Le debo un hombro donde apoyarse. Él siempre estuvo ahí para mí, es lo mínimo que puedo hacer por él.

Devolviéndome de mis cavilaciones, mi silencio creo que fue una señal que no quería dar. Corrí la persiana de color carne que nos separaba y observé su cuerpo posicionado sobre una silla con almohadones blandos y visiblemente cómodos. Tenía una mano arrugando el puente de su nariz, en frustración. No quería que se sintiese así ni mucho menos.

Carraspeé y levantó la mirada en mi dirección.

—Amo, deseo, quiero y necesito a ese tonto—pronuncié antes de que me acobardase. Mi cadera estaba recargada a un lado de  la pared del cubículo que hacía de probador. Seguí sus movimientos, desde que se levantó del asiento frente a mí hasta que solo estaba a unos centímetros de mí. Retrocedí unos cuantos pasos ya que él no parecía  que fuese a parar pronto. Mi espalda acabó chocándose contra el espejo del probador y su cara a nada de la mía.

—Yo te amo, deseo, quiero y necesito, Mick. Siempre—Lo siguiente que sé es que la tela clara nos ha dejado a ambos en un espacio cuadrado cerrado y que sus labios se han estampado contra los míos. El sabor a menta y chocolate me llenó por completo. Sus besos no eran simples o tontos. Eran abrasadores, me consumían por completo. Giré mi cuello a un lado para darle más entrada a mi boca y él tomó esa oportunidad de oro para acercarse más a mí.

Tomé control de mis manos y las posicioné en su nuca, acercándole él a mí. Noté nuestras narices rozarse y como su lengua jugaba con la mía. Hubo pequeños mordisquitos y unas pocas risas cuando nos dimos cuenta de que había alguien afuera llamándonos.

—¿Quedó bien el vestido por ahí? —escuchamos la voz dulce de la dependienta preguntarme.

Antes de que pudiese decir nada la voz de Austin resaltó dándome ganas de reírme y hundirme de la vergüenza.

—Por supuesto—comentó, sus ojos aún fijos en los míos, juguetones—. Solo había que hacer unos cuantos ajustes.

Sonrió jocoso y me tuve que tapar la boca en un intento de aguantar la risa que aquello me provocaba. Él sonreía chistoso y yo… Yo me enamoraba más y más de él. Si es que eso era posible.

Cuando escuchamos los pasos de la dependiente salir de la sala de probadores tras decir “si hay algún problema, no dudéis en llamarme”, él me tomó de la mejilla y me besó. No pudimos contener más la risa y estallamos a carcajadas.

—Y yo pensando que tú eras un chico bueno…—susurré, mi sonrisa aún plasmada. Me dolía la cara de tanto sonreír. Pero se sentía bien. Al menos esta vez el dolor valía la pena, porque era feliz cuando lo hacía.




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