Someone to you

33. Vivir como si fueran nuestros últimos días en la Tierra.

33.

“Vivir como si fueran nuestros últimos días en la Tierra”

 

El ser humano es temible. Somos nuestro propio monstruo.

Hay personas que prefieren aferrarse a la idea de que una vez desaparecerán. Tal vez un día se vayan. Que se acabarán yendo a alguna parte, lejos de nosotros.

Eso le explicaba a Austin, en una especie de ejemplo al porqué de mis razones a mantener tal información oculta.

—Yo he estado huyendo de la realidad. Me aferraba a la idea de que no tenía en ningún momento algo que me parase. Prefería vivir en la adrenalina del momento. Quería olvidar todo. —me expliqué—.Tú me ayudas a hacer eso, Austin. A olvidar que los días son tan largos y asfixiantes.

Él asintió, su pecho siendo aún mi acomodación.

—Existen personas que se hallan arriesgándolo todo para sentir que verdaderamente están viviendo. Yo también lo necesito. Necesito saber que estoy viviendo. Yo en ningún momento dejé de amar a Mark, pero él me frenaba y hacía tiempo que no sentía lo mismo que al principio. Fui una estúpida.

—¿Por qué ibas a ser estúpida? —me preguntó Austin tomando con sus dedos mi barbilla, alzándolo en su dirección. Sus ojos eran mi debilidad.

—Porque supe que sentía algo por ti cuando decidí volver con él. Le di esperanzas cuando estaba todavía enamorándome de ti. Mi cabeza lo negaba, pero mi corazón lo sentía. Lo sentía absolutamente todo.

Él me dio un pequeño pico en los labios.

Apreté mi agarre en él y él hizo lo mismo. Dejé de mantener mi cabeza en la almohada y la puse sobre su pecho.

—Mick…—me llamó suavemente, en un susurro.

—¿Sí?

—Todo lo que vivimos… ¿fue mentira?

Me giré por completo para mirarle a los ojos.

Él continuó explicándose.

—No tienes diabetes, ¿verdad?

Un dolor en el pecho me embriagó. Negué con la cabeza.

—No estudiaste medicina para ser cirujana no porque no te llegase la nota, sino porque la enfermedad te lo impedía, ¿verdad?

Volví a asentir lentamente. Esto dolía más por segundos.

—¿En qué más me mentiste, Mick?

—Nada. El resto fue completamente verdad. Lo juro.

Sus ojos pestañeaban, la magia de su brillo no era igual que al principio de esta mañana.

—¿Sigo siendo tu chico wattpad favorito? —noté la sombra de una sonrisa en sus labios.

—Siempre lo fuiste. —sonreí débilmente. —Siempre lo serás.

Hubo unos cuantos segundos antes de que Austin volviese a hablar.

—¿Siempre me quisiste?

—Antes de conocerte ya te quería.

—Entonces no hay rasguño alguno—me sonrió—. Y tampoco hay tiempo que perder.

Asentí, dándole la razón.

—Tengo que preguntar…—prosiguió—¿Ahora mismo te encuentras completamente bien?

Asentí.

—Entonces… ¿si te hago el amor ahora mismito no tendría que preocuparme? —me sonrió.

—Él directo siempre—reí en sus brazos—. Y no, no tienes por qué preocuparte por mí.

Me enderecé en su cama y él me observaba en todo momento. Me quité su camiseta larga, dejando que solo me cubriese el sujetador los pechos y por debajo solo fuesen las braguitas.

—¿Por qué ahora? —quise saber antes de continuar. Me removí el pelo hasta tenerlo a un lado. Él detenía todos mis movimientos con precisión. —Quiero decir, claro que quiero. Pero, ¿porqué …

—¿Cuánto tiempo tenemos? —me preguntó de la nada, ignorando mi previo comentario.

Sabía que se refería a cuánto tiempo teníamos para estar juntos.

—No lo sé—susurré, sabiendo que si volvíamos a esa conversación iba a hundirme por completo.

—Entonces no perdamos tiempo. Vamos a vivir como si fueran nuestros últimos días en la Tierra. —acunó mi mejilla en su mano. A continuación me besó. Con fuerza. No fue suave, ni dulce. Fue agresivo. Como si quisiera derribarme por completo. Fue digno de una fiera, que no quería perderse ni un trozo de carne.

Su frase me dolió y me alegró a partes iguales.

Me desmoronó por dentro porque yo no quería que este sentimiento se fuese. Me hizo sentir mejor porque sabía que él trataría esta enfermedad como algo más de lo que era. Iba a hacerme sentir (si es que no lo había hecho desde el primer minuto) que esta era la oportunidad  indicada para vivir como deberíamos. Para querernos con fuerzas. Para amarnos como era debido. Porque la fecha de caducidad no estaba escrita. Vivíamos en la ignorancia. Al igual que yo y mi padre con mi mamá.

Nunca sabíamos cuando su corazón fallaría. Igual, nadie sabe cuando su propio corazón les dejaría. Nadie sabía si un coche ese mismo día les atropellaría y que “voy a hacer el recado” serían sus últimas palabras; nunca sabrían que ese día sería su último en este planeta con las personas que aman.

Damos nuestra vida como infinita. Imaginamos a nosotros mismo viejitos. Ni siquiera sabemos con certeza cuál es nuestro destino.

Yo sabía que el mío no incluía la vejez, no aguantaría hasta tanto. Mi madre aguantó hasta los treinta y seis. Me dio a luz con veinte años de edad. Mi padre siempre me dijo que ella no quería esperar. Esperar era una estupidez en su diccionario.

¿Esperar a qué? ¿Ser más mayor? No sabía a qué día llegaría. ¿A tener un trabajo fijo y adaptado a sus incapacidades? No. Había encontrado el amor de su vida y quería con él crear el camino hacia la vida que ella imaginaba de chiquita. Mientras ambos quisieran, el camino ya estaba trazado.

Ese era su destino. Cumplir todos sus objetivos antes de llegar a la meta final.

Ahí es cuando me chocó.

Yo llevaba dos años de mi vida malgastando mi tiempo siendo arrastrada por la marea. No hacía nada por felicidad propia. La imagen de un futuro siempre fue cínica. Porque nunca me imaginé que alguien como… No, que Austin, el propio Austin, llegase a mi vida como un tornado derribando todas mis inseguridades. Diciéndome que está bien sentir incertidumbre, no saber qué hacer, no entenderte ni a ti mismo en algunas ocasiones… Me hizo querer vivir de verdad, comprenderme a mí misma. Conocer a la nueva Michaela.




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