42.
Miedo.
Michaela.
Al poco tiempo de salir del probador ambas Amelia y Lauren sonrieron orgullosas. Incluso Lauren se tapó la boca con las manos, impactada por el vestido que había terminado por escoger Amelia. Yo me rehusé por enseñar ningún tipo de emoción hasta que una lágrima me corrió por la mejilla. Amelia se acercó a mí y me abrazó. Antes de soltarme me dijo « Estoy orgullosa de ti.»
Poco después Lauren me miró directamente a los ojos y susurró, —Eres idéntica a tu madre.
Lo cual me emocionó y me extrañó por igual. Había hablado de mi madre con ella, incluso mostré imágenes, pero no tenía ningún recuerdo en el que ella y mi madre estuviesen juntas. Concluí con que sería de las imágenes, era verdad que nos parecíamos bastante en las fotos en las que aparecíamos juntas.
Ahí terminó mi compra. Pagué con la tarjeta de crédito que Austin me había abonado a fuerza y en seguida nos fuimos a dar unas cuantas vueltas por tiendas cercanas del centro comercial. Nos paramos en unas pocas, pero en seguida las ganas de comer nos ganaron y salimos a por algo sobre las seis y media a una cafetería. Amelia tomó un croissant con chocolate fundido por dentro con un café con leche, Lauren un té rojo y yo me decidí por un sándwich y un zumo de frutas porque no había tenido tiempo de comer aquella mañana como era debido. Había hecho de mi comida un desayuno y ahora me crujían las entrañas.
Sobre las siete y cuarto salimos de allí, tras charlar de temas triviales y volvimos a mi casa. Lauren me dejó a mí primero porque mi pequeño apartamento se encontraba de camino, y luego la de Amelia.
Cuando traspasé las puertas del portal para dirigirme hacia el ascensor, la palabra «apartamento» me vino a la cabeza. Mi mente había comenzado a darle vueltas al asunto sobre que pasaba poco por casa. Una parte de mí pensaba en: ¿Y si me mudase con Austin? Pero otra parte de mí me dice: ¿Y cómo comienzas una conversación en el que dices que te quieres mudar a su casa? Aparte de que no me puedo permitir pagar ni un cuarto de la vivienda. Era un pensamiento estúpido. No tenía dinero para ello, no sabía si él aceptaría… Pero quería pasar el resto de mi vida con él.
La idea de Amelia me vino a la cabeza de nuevo. En la cafetería lo estuvimos comentando, esta vez dejando a Lauren enterarse. Quería que primero me enterase yo para pensarlo sola. Necesitaba solventar mis dudas después de digerir su idea. Lauren solo hizo una mueca como si estuviésemos desquiciadas y dijo:
—¡Eso es una locura!
—Una locura, pero la vida es así—interceptó Amelia.
—Solo si tú quieres que lo sea—replicó.
—Lauren, pensé que aún tenías espíritu aventurero.
—Hasta ciertos puntos, señorita. Esto es una decisión para toda la vida, ¿entiendes? —me miró fijamente, para asegurarse de que sabía lo que hacía.
—Definitivamente eres una sosa—comentó mi amiga, dando un sorbo de su café con leche tras darle un bocado a su croissant.
—Vosotras sois las locas con estas ideas. ¡Alguien tendría que encargarse de que sabéis lo que hacéis! —exclamó. En ese instante, me miró directamente a mí, y solo a mí. —Michaela, esta es una de las decisiones más importantes de tu vida y aquí tu amiga—miró rápidamente con el ceño fruncido a Amelia, y luego me la devolvió—, te está corriendo a hacerlo con poco tiempo entremedias. ¿Crees que es lo que quieres?
—Ahora mismo, la palabra ‘esperar’, ¿de qué sirve?
—Para nada—contestó Amelia a mi pregunta.
—Eso no es muy justo de tu parte, Amelia—refutó Lauren—. Estás emocionalmente metida en esta decisión. Intenta ser objetiva, por favor.
Amelia resopló.
—Estoy preparada—zanjé antes de que comenzase una discusión entre ambas de mis amigas.
—¿Seguro, Michaela? —insistió Lauren, sus arrugas comenzaron a hacer más presencia cuando hizo un fruño inquisitivo. Se notaba que se preocupaba por mí. Aunque creía que había algo más.
—Lauren… él es el indicado. Él sí.
Noté el reflejo de una sonrisa en los labios de Amelia. Lauren suspiró.
—Te quiero mucho, Michaela, ¿okey? Ojalá y todo vaya bien.
Yo asentí.
Justo cuando la puerta del ascensor se abrió, el ruido me devolvió de mis cavilaciones. Entré y pulsé el botón indicado hasta llegar a mi puerta. Saqué mis llaves antes de que se abriese de nuevo la puerta del elevador y cuando lo hizo, metí la llave más gruesa de mi juego de llaves en la cerradura. Le di unas cuantas vueltas y ésta se abrió.
Llevaba la bolsa de la compra y mi bolso por lo que en cuanto entré y cerré la puerta me dirigí a la habitación. Temí que me viese esconderlo, pero cuando entré y no estaba a la vista lo guardé en el estante más arriba del armario que tenía empotrado contra la pared.
—¿Austin? —le llamé cuando me di cuenta que no me había saludado al entrar. ¿Acaso se había ido?
En seguida que le llamé en el salón, observé la puerta de la cocina abrirse. Me sonrió débilmente. Arrugué el ceño, y todas mis propias preocupaciones desvanecieron por unos momentos.
Sus ojos verdosos no centelleaban como de costumbre. Su cabello estaba removido, algo casual, pero su espalda enderezada y tensa le señalaba, en vano de sus intentos de actuar normal.
Estaba al teléfono, su mano derecha agarraba con fuerza el aparato electrónico y noté como sus últimas palabras salieron con prisa.
—Tengo que irme, hablamos más tarde, Jeff.
Colgó y le inquirí por ello.
—¿El de la discográfica?
Asintió. Le noté devastado.
—¿Qué te dijo?
—Que necesita la última canción ya. No esperará mucho más que una semana. Quiere comenzar a grabarlas y crear el tercer álbum como concordado.
—¿En serio? Vaya—no supe que más decir.