45.
Vivir.
Austin.
Ella. Simplemente ella. Mi pecho respira su mismo aire. Inhalo y exhalo con tanta exageración que cualquiera se hubiera reído. Esta vez mis pulmones se llenan de oxígeno de verdad. Puedo sentir cómo recibo esa energía superior a mis conocimientos. Mi corazón palpita tan rápido que ni yo puedo controlar su ritmo. Cuando sonríe consigo ver la alegría que emana.
Lo feliz que me hace a mí…
Yo la sonrío de vuelta. Me atisbo de cómo sus dientes se muerden el labio, intentando esconder la sonrisa que profana el salir a la superficie.
No escondas tu sonrisa. Déjala salir a la superficie. ¿No ves que yo tampoco me puedo aguantar las ganas de saltar como niño pequeño por lo feliz que soy contigo a mi lado? Sigo sin poder creerme que estés aquí, junto a mí. Sigo sin poder creerme que de verdad existes.
¿Eres un sueño, cariño? Porque llenas mi cielo oscuro con cientos de estrellas.
—No te muerdas el labio—pronuncio cuando noto que un silencio ha sucumbido en la habitación mientras que no dejábamos de observarnos directamente a los ojos. No sabía cómo estaría mi rostro ahora mismo, pero seguramente como el de ella, rojo como un tomate.
¿Acaso el amor nos volvía rojos como nuestros corazones?
Paso mi pulgar por sus labios, soltando su labio inferior de entre sus dientes.
—Mucho mejor—susurro para ella. Continúo trazando sus deliciosos labios, mis ojos estancados en ellos como si fuera una obra de arte. Su boca se entreabre con el deseo y el anhelo que aquello la estaba provocando ya desde por la mañana.
—Austin…—la escucho decir casi en un murmuro. La prosigue un suspiro que me amenaza dulcemente en no provocarla. Solo que, ya lo he hecho. Noto como su pecho sube y baja con frecuencia. Tiembla bajo mis dedos.
Acerco mi cara a la suya, con dulzura, preparándola para mi pequeño asalto.
—Mick…—suspiro, dejando que el último trazo de oxígeno en mis pulmones se expulse hacia el exterior, antes de presionar mi boca contra la suya.
Sus labios saben dulces como ya había memorizado. Su boca está preparada para la mía. Siempre está preparada para que la coma a besos. Ella me vuelve el beso con ansías. Se nota que había esperado a que hubiese dado un paso hacia delante. Yo sonrío ante el pensamiento.
Atisbo cómo sus manos acunan mis mejillas, luego me agarran del cabello tirando de mí hacia ella.
Yo tampoco me quiero separar nunca de ti.
Escucho mis propios gruñidos de placer y sus gemidos. Yo la agarro por el bajo de la espalda hasta que consigo que ella esté sobre mí.
Tú mandas. Tú decides, amor.
Su cabello cae sobre nosotros como cortinas a los lados. Sin embargo, ella no se detiene. Incluso creo notar que me besa con más brusquedad. Su lengua llega hasta mi boca y yo le doy la bienvenida. Cambio la posición de mis manos y acaricio sus mejillas, suaves y perfectas.
—Austin…—noto que murmura entre beso y beso, con pesadez—…Tienes que prepararte para tu reunión—. Creo notar que piensa que debe separarse, pero al igual que yo, se niega a verdaderamente hacerlo. No queremos separarnos ahora.
Hago un mohín, y niego con la cabeza.
—Nunca…—digo, dejándola ahora bajo mí. Hago peso con mis brazos sobre la cama que nos arropa para no aplastarla.
—Austin…—. La poca cordura que le queda la llama a azotes, recordándola que debe dejarme prepararme para mi maldita reunión—…, te amo, pero no puedo permitirte llegar tarde…
Gruño en frustración cuando ella se aparta. Aún así no permito que se enderece y abandone la cama. Aún no. Permito que mis ojos recorran su cuerpo con necesidad. Cuando le devuelvo la mirada, otra vez nos estancamos en el infinito que viven en nuestros irises.
Tus ojos son perlas, amor. Son tan bellas que nunca dejaría de mirarlas. Quiero mirarlas siempre.
—Repítelo—la digo.
—¿El qué?
—Dime que me amas. —mi respiración es errática. Estoy nervioso.
—Te amo—dice rápidamente.
Mi sonrisa se ensancha, aumentando mi felicidad. La beso la mejilla.
—De nuevo.
—Te amo—se ríe mientras la beso en el cuello.
—Otra vez—sonrió mientras comienzo a besar cada tramo de su piel.
—Te amo, te amo, te amo, te amo…—dice, una y otra vez, haciéndome el hombre más feliz del mundo. Tras cada una de sus palabras beso su cuello, sus mejillas, su frente, sus orejas, su nariz…
Froto mis pulgares en sus mejillas, realizando un marco de su sonrisa ensanchada. Y finalmente digo:
—Yo también te amo— y la beso en los labios, dándome mi última dosis de besos y caricias antes de levantarnos de la cama.
***
Michaela.
Nunca llevé Converse. Nunca subía muchas historias a mi instagram. Bueno, acepto que podía pasarme horas en tiktok deslizando video tras video, pero el resto de las costumbres adolescentes no iban conmigo. Estaba ahí a la vez que no estaba. Me gustaba vestir bien. No me gustaba hacer deporte. Nunca jugué a videojuegos, Austin, por muy raro que sonase, tampoco. O eso me dijo.
Se pasaba las horas con su guitarra o de fiesta con los amigos. El resto era en una habitación oscura mientras que escribía en su cuaderno. En el mismo en el que siempre le observaba anotar sus canciones o sus pensamientos. Era el chico misterioso. El chico que por muy invisible se decidiese a ser, era imposible. Era imposible de no ver. Austin destacaba. Ya sea por su atracción indomable o por su misterio interno.
Todo el mundo quería romper el acertijo. Más bien, todas querían. Pero no se acordaron de que él no es un rompecabezas que descifrar, es una persona que lidia todos los días con sus demonios. Que quería espacio, pero que a la vez quería que alguien se le acercase y le dijese: