Someone to you

46. Someone to you

46.

Someone to you

 

Querer a alguien es fácil. Decirle que le quieres también. Pero amar no tanto. Amar también abre puertas a una confianza extraordinaria. Amar da miedo. Miedo porque nunca sabrás si al otro lado te recogerán cuando caigas. Abrir nuestro corazón no es tan simple como lo hacen sonar. Tampoco lo es dejarse amar.

Nunca sabrás si es un reto. Nunca sabrás si es un engaño. Tu mente te asustará a límites inalcanzables para ponerte alerta. Nunca creerás que puedes ser amado hasta que te das cuenta que hay alguien ahí fuera que lo hace. Y no de cualquier manera. Que te ama bien.

Porque caer en una trampa como esa puede romperte el corazón, y eso duele más cuando uno no espera que el otro no esté ahí para recolocar las piezas.

La vida se hace más difícil cuando ese otro con el que siempre convives no está ahí en tan un instante. Quieres decirles: “Aguanta, te necesito. No te vayas… No ahora… No nunca… Siempre te voy a necesitar. ¿Acaso existe la vida después de ti?”

El tan solo pensamiento de vivir un solo día sin el amor de mi vida rompía un pedacito de mi corazón.

Si eso lo hacía un pensamiento… ¿Qué haría la realidad?

—¿En qué piensas? —interrumpe mis pensamientos Austin cuando me ve ensimismada. Partía trocitos de fresa con el cuchillo mientras que sus ojos estaban fijos en los míos; sus perlas dejándome sin aliento una vez más.

Parpadeo inútilmente y sonrio de forma ladeada cuando veo que sus ojos se empequeñecen con preocupación.

—Nada. —miento.

Se acerca hasta mi rostro desde el otro lado de mi pequeña mesa para comer y me mira intensamente, sus ojos manifestando calma. Sus antebrazos apoyados en la mesa, rígidos. Su cabello se encontraba alterado, después de haber tirado de los mechones cuando me besaba lentamente en su cama. El verde acaramelado de sus ojos me hizo inspirar nerviosa.

—Mentirosa—, y poco después noto como sus labios se acercan a mí lo suficiente para darme de esos besos inofensivos pero que a la vez creaban tanto deseo en cada célula de mi cuerpo.

Fue dulce, como las fresas que se acababa de comer. Aquella dulzura quedó apegada a mis labios, haciéndome relamerlas una vez se apartó. Le devolví la mirada salvaje. Chasqueé mis pestañas con inocencia y sonreí socarrona. Sentí que tenía el corazón afuera de mi pecho. Mi vello se erizaba con su tan sola cercanía.

Le amaba tanto que incluso a veces respirar se me hacía un trabajo costoso. Tenerle frente a mí abalanzaba un tsunami de sentimientos, de los que era incapaz de controlar. De esos que arrasaban con fuerza y te dejaban desnuda. Y no físicamente.

Me fijé cómo miró la hora en su reloj y en seguida pegó un bote en el asiento.

—Mierda, tengo que salir de aquí en menos de diez minutos si no quiero llegar tarde.

No iba a mentir, estaba un poco decepcionada por no poder pasar más tiempo con él en ese momento, pero después tendríamos la fiesta para pasarla juntos.

—Está bien, no pasa nada—ronroneé, dándole un beso en sus labios rosáceos antes de que saliese pitando por la puerta de la cocina.

Mi chico era un desastre con los horarios.

Le seguí hasta mi habitación donde tenía la ropa tirada después de haberla lanzado por los aires previamente. Noté cómo comenzó a ponerse de nuevo esos pantalones utilizados.

—Amor…—le llamé, aguantando la risa.

—¿Sí? —seguía abrochándose el cinturón del pantalón vaquero.

—Tienes guardado más ropa en mi armario—señalé al mueble empotrado contra la pared.

Se acercó a mí y me agarró de ambas mejillas hasta plantarme de nuevo un beso. Le empujé, mis manos en su pecho echándole hacia atrás. Me reí y le dije quisquillosa:

—¡Vas a llegar tarde! ¡Vamos!

Sus ojos reían a la vez que brillaban con naturaleza salvaje.

—Qué haría yo sin ti…—me murmura tras comenzar a cambiarse.

Escuché el tintineo del metal de sus pantalones al volver a desabrocharse. Cuando comenzó a bajarlo de nuevo decidí que no pensaba ser víctima de este espectáculo. Tenía cierta fuerza voluntad… pero tampoco tanta cuando se trataba de él.

En cuanto me observó irme por la puerta exclamó un llanto de pena, a lo que yo me reí y comenté:

—¡Vístete ahora! ¡Luego te desvestiré a la noche! —y con una sonrisa lasciva cerré la puerta de mi propia habitación y me dirigí a terminar mi propio desayuno.

 

***

Habían pasado tres horas desde que Austin se había ido, algo, que por lo que me había dicho él antes de partir, era lo normal en ese tipo de reuniones.

Pasé las horas limpiando la casa que hacía tiempo que no había hecho. Y la verdad, estaba en mucha necesidad de ello. Metí ropa en la lavadora y después me dediqué a colgar la que ya estaba limpia. Organicé mi habitación durante una hora seguida ya que había muchos papeles y mucha basura sin mover.

Organicé mi pila de papeles—unos del trabajo, otros de mis prescripciones, mis horarios, lista de medicinas…— y entre ellos encontré un pantalón corto de Austin que cogí sobre mi silla para moverlo con la nueva pila de ropa en el pasillo que iba derechito a la segunda ronda de lavadora. Justo cuando lo lancé, noté como algo del bolsillo cayó al suelo y fui a recogerlo. Era una servilleta. Cualquiera hubiera pensando que de toda la mierda que guardaba, eso era otra cosa para tirar, y que no provenía del vaquero azul. Y pensé lo mismo, sin embargo, cuando le di la vuelta encontré una parrafada de palabras sin sentido escritas a bolígrafo, ya casi con poca tinta debo señalar. Solo que… cuando comencé a leerlas sí supe de dónde provenían.

En él había escrito:

Color favorito extraño: Granate; Espaguettis a la boloñesa (tendré que hacerlo algún día de estos); postre que no es waffle favorito: Crepes sin azúcar; Ama las flores, las rosas blancas (las compraré); Película favorita es El sol también es una estrella (la llevaré a ver la luna, las estrellas también); Libro favorito es Jane Eyre (lo leeré para poder comentarlo con ella); Clásica, minimalista; odia el rojo.




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