Someone to you

47. Para Siempre.

 
Michaela.

No, esto no es el final de nuestra historia. Aún no. Aún está lejos de serlo.

Con una sonrisa en la boca encendí el altavoz y 'Be kind' por Halsey y Marshmellow atronó en la sala. Al ritmo se movían las paredes con el timbre de la canción. Contoneé la cadera de un lado a otro y bailé al son de la música. Cerré los ojos dejándome inundar por mi propia alegría.

No todos los días son así.

Agradecía el hecho de haber conocido a Austin. Agradecía haberme enamorado de él. De poder soñar con un futuro con él. Porque soñar es gratis y no me cuesta un centavo hacerlo.

Cuando finalicé de recoger las cosas que había dejado por el medio y hacer un par de llamadas, me lancé de espaldas a la cama y me tomé el pulso. En seguida que lo hice, tragué saliva.

Austin.

La jodida reunión duró casi dos horas y media. Hubieron ciertos momentos que quise arrancarme el pelo. O lanzarle una silla a Steve. O hundir mi cabeza en un váter. O tirarme por la ventana. Cualquier cosa por no soportar aquella tediosa reunión que solo me recordaba las razones por las que quería terminar mi contrato allí.

—Austin, ¿recuerdas lo que hemos dicho?—me repitió mi manager—. No queremos más dramas personales influyendo en las noticias.

Quise fulminarle con la mirada y estamparle la cabeza contra la mesa, pero contuve las ganas.

—No sé qué dramas hablas, pero okay. —me hice el desinteresado.

—Austin, es en serio. Te necesitamos al cien por cien ahora. Te falta una canción por grabar y sacar el disco. De ahí al tour, ¿me escuchas? Será dentro de dos meses.

— ¿Dos meses? —salté.

—Justo el tiempo suficiente para que tus fans escuchen las nuevas canciones, las amen y compren los tickets a tu concierto.

Suspiré con impaciencia.

—El trabajo duro se cobra, Austin, ya verás—me animó falsamente, con un pequeño apretujón en el hombro.

Observé su mano callosa sobre mi chaqueta hasta que por fin la removió.

Al salir de allí pude por fin respirar hondo. Inspiré con ganas hasta que lo único que sentía era la paz que emanaba el olor a lavanda. Moví mis piernas en dirección al auto, donde mi chófer me esperaba. Me abrió la puerta y cuando éste se puso en funcionamiento, me dediqué a remover mis dedos con frenesí contra el brazo de mi asiento.

Me dejó frente al edificio de Michaela. En seguida que salí, partió en dirección... quién sabe dónde. Nunca me lo he preguntado. No necesito hacer más preguntas a lo que me rodea, suficiente tenía ya yo por mi cuenta.

Sonreí ante el solo recuerdo de que a tan solo unos minutos, unos metros, estaría viendo a mi chica.

Subí el ascensor y con mi juego de llaves abrí la puerta.

— ¿Mick?

No hubo respuesta.

La música estaba puesta. Probablemente sea esa la razón por la que no replique, me dije. Cerré la puerta detrás de mí y dejé las llaves sobre la bandejita de la entrada. Me quité los zapatos y los aparté del camino. Caminé sobre mis calcetines en dirección a la habitación de Mick.

La llamé de nuevo peor aún así, no pareció darse cuenta de mi presencia.

Abrí la puerta y una canción que no reconocía atronaba en la pequeña habitación. Mick estaba tirada sobre la cama, con un brazo sobre su frente. Aquello me alarmó.

Me lancé directamente a la cama y la acaricié la mejilla. Arrugué el ceño, preocupado, y la quité el brazo de la cara.

—¿Mick? —volví a repetir su nombre. La observaba en desamparo, sus ojos perdidos en lo que fuese tan interesante en el techo. La acuné las mejillas por igual y la hice mirarme. —¿Mick, qué ocurre? ¿Qué necesitas?

Ella negó con la cabeza.

—No pasa nada—cerró los ojos con lentitud—. Llamé a Amelia...

—¿Por qué no me llamaste a mí? —me alteré, mi respiración errática.

—Es solo un dolor de cabeza, Austin. No pasa...

— ¿Nada? —la interrumpí—. Cuando se trata de ti, para mí todo es importante, y un 'no pasa nada' no me va a funcionar.

Noté como se encogió en mis brazos, y se acurrucó de manera que su cabeza quedase sobre mi pecho. No la rechacé el trato, por mucho que me hubiese molestado el que no me hubiese llamado.

—No vamos a ir a ningún lado—la susurré mientras que la acariciaba los mechones del cabello. Inspiré su aroma y la tomé la temperatura de la cabeza. No tenía fiebre. Al menos sabía que no podía ser ninguna infección.

—Sí—dijo entonces—. Vas a ir. Yo me quedaré aquí. Pero sí vas a ir, aunque tenga que tirarte de los pelos para que lo hagas.

—Michaela...

—Austin...

—Odio cuando me haces esto.

— ¿Cuándo hago qué? —inquirió acariciándome el pecho con la palma de su mano izquierda.

—Cuando me pides cosas que te dejan atrás. Me pides lo imposible. Pero sabes que por ti te llevaría a las estrellas, ¿verdad?

Levantó la mirada y asintió.

—Amelia debe estar al llegar. Prepárate, ponte lindo y sorprende a todos—me pidió.

Suspiré cansado, apoyando mi frente contra la suya.

—Te amo demasiado—La beso la punta de la nariz.

—Yo te amo a niveles descomunales.

— ¿Siempre? —busco su confirmación.

Noto una sonrisa lánguida formularse en sus rosados labios.

—Siempre.

***

La dejé tumbada en la cama. La propuse ponerla una toalla pequeña con agua y alcohol para calmar el dolor. Ella asintió. Volví a insistir en quedarme con ella, pero finalmente desistí cuando me amenazó con darme con la guitarra en la cabeza.

Aprecio demasiado mi guitarra para que le haga eso.

«¡La guitarra no tiene la culpa!» la dije.

«¡No me haré cargo de los daños colaterales que dejará mi dolor de cabeza como no vayas a la fiesta ahora mismito!»

¿Qué voy a decir? Aquí ella manda.

Ni quince minutos después apareció Amelia por la puerta. Ella intentó calmarme, y me impulsó para que saliese por la puerta. Fue en vano. Bueno, en el proceso casi me quedo sin dedos, pero en fin. Al final sí que salí. Eran mis dedos y mi guitarra por batallar con dos mujeres que me harían lo imposible para que saliese del apartamento.




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