Someone to you

49. Let's love tonight.

 

1 de noviembre. 5 años más tarde.

— ¡FELICIDADES! —gritaron todo en conjunto. Me tapé la cara con las manos y sentí cómo me ruboricé ante la atención que estaban ejerciendo todos los invitados en mí.

Alta vergüenza.

Soplé las velas y éstas se apagaron en seguida. En seguida los aplausos vinieron. Mi papá se acercó y me dio un fuerte abrazo, seguido de Lauren que había venido junto a él. Los miré a ambos y no pude evitar sonreír. Llevaban juntos desde hacía cuatro años. ¿Quién lo hubiera dicho?

Lauren me miró orgullosa, como una vez lo hubiera hecho mi madre, y yo la pegué aún más a mí. En cuanto se unió a mi padre y se sentaron el uno al lado del otro, vino Amelia, quien iba ataviada en su vestido de flores y poseía aquella bella sonrisa de siempre.

—Felicidades, preciosa—me besó la mejilla y después ubicó la mano en mi estómago—. Que niña más afortunada va a ser ella.

Sonreí y repliqué: — Aún no sabemos el sexo.

—Te digo yo que es niña. Me lo dice el instinto maternal. ¿Tenéis ya nombres?

—Pues eeh...

— ¡CHIARA! —apareció Agatha berreando— ¡YO VOTO POR CHIARA!

— ¿Se puede saber porqué quiere esta muchacha escoger el nombre de nuestra hija? —Quiso saber Austin cuando se acercó a darme un beso en los labios—. Felicidades, señora Michaelson.

Siempre que podía, me llamaba por mi nuevo apellido. Y yo siempre sonreía.

—La última novela que la presté tenía como protagonista a una tal Chiara, ahora está obsesionada con que la llame así—me expliqué sin poder parar de sonreír.

—Pues dila por favor que se lleve su obsesión a otra parte...

— ¡Oye! ¡Que te estoy escuchando, imbécil!

En seguida Max hizo acto de presencia, sus ojos castaños curiosos en dirección a su novia, quien tenía los brazos cruzados y fulminaba a mi marido con la mirada.

— ¿Qué ocurre y a quién tengo que cortarle la lengua?

—Qué violento—reí.

— ¡A Austin! Se mete con mi obsesión por los libros—le dijo su novia.

—A ver, cariño, es cierto que tú...—se atragantó en sus palabras cuando la vio fulminarle con la mirada. Se lo pensó dos veces antes de responder. —. ¡Austin ya te vale con eso de meterte con mi novia!

— ¡Eso! —le animó su novia.

— ¿Pero qué mierdas-

— ¡NADA DE INSULTOS DELANTE DEL BEBÉ! —bramé a Colleen que fruncía el ceño en nuestra dirección. Siempre nos miraba igual, pero por dentro sabía que nos había cogido cariño a lo largo de los años. En ese pequeño, pequeño...diminuto corazón suyo.

— ¡PERO SI NO TE ESCUCHA!

— ¡Claro que escucha, Colleen!

— ¡Y los búfalos vuelan! —reprochó.

— ¿Búfalos? —le interrogó Mark a su chica.

—Mark, por favor, ¿puedes decirle a tu pareja que no diga cosas feas delante del bebé?

—Pero si el bebé no escu-

— ¡AUSTIN!

—Yo se lo decía, —se dirigió hacia Mark, quien la miraba con los ojos de un enamorado— pero la burra seguía y seguía—suspiró Colleen.

— ¿Qué ocurre, amor? —se acercó Austin a mi lado. Había estado cortando la tarta en trozos, pero le dejó a Lauren hacerlo en cuanto se ofreció para que pudiese unirse a la batalla.

— ¿Verdad que el bebé escucha lo que decimos?

Solo necesitó mirarme los ojos para saber qué debía decir ante la situación: —Pues claro que sí. Los bebés lo escuchan todo.

Me dio un beso en la sien y Colleen resopló. Mark la tomó por el bajo de la espalda y en seguida se alejaron en dirección hacia los sofás de la casa.

Entrelacé mis dedos con los de Austin, cuyos ojos verdes me observaban con adoración e ilusión. Seguido de acomodarme sobre él en una silla del salón, acarició mi ya bastante notable panza. Estaba de cinco meses. Iríamos al médico la semana que viene para saber si el bebé era niño o niña.

—No lo conozco y ya lo amo—dibujó círculos con el pulgar sobre mi barriga.

—Yo también—suspiré, dejando que mis lágrimas se asomasen.

— ¿Otra vez llorando, mujer?

—No lo puedo controlar—esnifé los moquitos con un pañuelo que me pasó mi marido—. Son las hormonas estas que se alteran durante el embarazo.

— ¿Te duelen los tobillos de nuevo?

Negué con la cabeza.

— ¿Muñecas? ¿Rodillas? ¿Codos?

Volví a negar con la cabeza.

— ¿Quieres esos chocolatitos que compré el otro día? —inquirió sabiendo que dejaría de llorar en cuanto mencionase la palabra dulce.

Asentí con los ojos aún llorosos y el sonrió dándome un beso antes de levantarse e irse hacia la cocina a por la caja de chocolates.

 

4 años más tarde.

Me limpié las manos en el lavabo y observé cómo Chiara manchaba la pared junto a su padre. Austin tomaba la diminuta mano de nuestra niña, apretaba su puñito en un rodillo y lo metía en el bote de pintura, hasta tenerlo totalmente mojado de azul. Atisbé como el chico de ojos verdes la acercaba a la pared y la ayudaba a pintar, con ella en su regazo.

Oí unos murmullos, para mí inaudibles, de mi marido a nuestra hija y la niña no hacía más que reír y juguetear con el rodillo.

Él me miró y nuestros ojos se encontraron.

Fue como la primera vez. Se sintió como la primera vez.

Austin.

«Me haces el hombre más feliz del mundo» la dije con los ojos.

En esos segundos de despiste, Chiara, nuestra hija de ojos verdes como los míos y cabello castaño como el de Michaela, había tocado con su diminuta mano la pintura del rodillo y comenzó a presionar su mano sobre la pared, dejando la huella de su mano.

Michaela lo observó con horror y acudió en mi ayuda a llevarle al servicio. Sin embargo, la paré en sus pasos.

—Espera—la interrumpí. Ella me observó extrañada.

Tomé el rodillo y me manché la mano yo también. Presioné mi mano al lado de la huella de Chiara y volví la mirada hacia Michaela. Ella se agachó junto a nosotros y tomó el rodillo. Siguió los mismos pasos que nosotros y dejó su propia huella.




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