Me desperté sobresaltada cuando la puerta de mi habitación se abrió de golpe y escuché la voz cargada de molestia de mi madre.
-¿Elara? Tu alarma ha sonado tres veces. ¿Acaso no piensas levantarte? -dijo con el tono elevado, pero sin llegar a gritar.
Solté un quejido de fastidio. Había estado estudiando hasta muy tarde la noche anterior y, al parecer, mi cuerpo decidió vengarse. Tomé el teléfono mientras bostezaba, y al ver la hora, todo mi sueño se esfumó de golpe.
10:57.
Mierda.
Me levanté de golpe, casi cayendo al suelo al pisar un cuaderno y algunas hojas tiradas por el piso, prueba irrefutable de mi "gratificante" noche de estudio. Juro que nunca me había bañado, vestido y arreglado tan rápido como lo hice ese día. Ni siquiera tuve tiempo de desayunar. Iba tarde a mis clases particulares de idiomas, las que tomaba los fines de semana. Se suponía que debía estar allí a las 10:30. La profesora iba a armar un escándalo.
Ese día llegué a las 11:13.
Le expliqué que me había quedado estudiando para los exámenes de la universidad. Ella me pidió que me quedara después de clase, lo que me ganó una burla inmediata de mi amiga -y compañera de trabajo- Alix. Me quedé como me pidió, y me llevé media hora de charla sobre la importancia de tener un horario saludable y no exigir demasiado a mi cuerpo. Casi una hora después, finalmente me dejó ir.
Como resultado de su gran discurso, también llegué tarde al trabajo.
-Así que al fin apareció nuestra chica, ¿eh? -dijo Santiago, con esa sonrisa molesta que parecía tatuada en su cara.
-¿Estás bien? Alix nos dijo que también llegaste tarde a tus clases -comentó Gabriela, la encargada de la caja registradora. Aunque por su mirada desinteresada, supe que realmente no le importaba.
-Tienes que tomarte un descanso de vez en cuando, Elara -dijo Yuze, mi jefe. Un señor de 45 años, y casi la única persona que realmente me agrada en este restaurante. Tal vez porque no habla mucho, solo cuando es necesario.
-No se preocupe, señor Yuze. Estoy bien -le dije, regalándole una pequeña sonrisa
-¿Bien? ¿Has visto las ojeras que tienes? -intervino Alix, acercándose-. ¿Cómo te fue con la profesora? No, no me digas, déjame adivinar... ¿Te dio otra de sus largas charlas "motivacionales"?
Dio en el clavo. Solo solté un suspiro cansado.
Después de cambiarme, empecé a trabajar. Llevaba en ese restaurante chino desde el año pasado, como camarera. También limpiaba mesas o a veces ayudaba con otras cosas. No me quejo: la paga es buena y solo trabajo los viernes, sábados y domingos.
Tras varias horas, finalmente a las 9:30 de la noche terminé mi turno. El señor Yuze me dio algunas sobras de comida y me dijo que me cuidara. Me despedí de mis compañeros, aunque no me salvé de Alix, que vivía en el mismo edificio que yo.
Llegué a la entrada de mi casa, saqué las llaves, las introduje en la cerradura y abrí la puerta. Entré, dejé las bolsas de comida sobre la mesa y me dejé caer en el sofá, soltando un suspiro cansado. Pero la tranquilidad no duró mucho.
-Esta mañana, cuando te fuiste, no te llevaste la basura -dijo mi madre con su tono molesto habitual.
-Lo olvidé.
-Siempre se te olvida todo -replicó-. ¿Y cuándo será el día en que vea tu cuarto acomodado? Entré a tu habitación para buscar algo y parece como si un tornado hubiera pasado por ahí. Ropa tirada en el piso, libros, lápices, hojas... ¿cuándo vas a acomodarlo?
-Mamá, es mi habitación. La acomodaré después -dije, soltando otro suspiro mientras me levantaba para irme.
-Es tu habitación, pero esta es mi casa. ¿Acaso no te molesta el desorden? Supongo que es cierto que la habitación de una persona la representa. Así como tu cuarto, tu vida es un desastre.
Seguí caminando. Había escuchado eso millones de veces.
-Ah, ¿ahora me vas a ignorar?
-Mamá, estoy cansada.
-Oh, mis perdones. Es cierto que la señorita está demasiado ocupada perdiendo el tiempo haciendo nada.
Y lo perdí.
-¿Nada? -Me giré hacia ella con una expresión llena de molestia, elevando un poco el tono de mi voz-. Por si no lo sabes, estoy trabajando para poder comprarme las cosas que necesito para la universidad. Estudio de lunes a sábado y además tomo clases particulares. ¿Eso acaso es "nada"?
Antes de que pudiera responder, la puerta de la casa se abrió y escuché las voces de mis dos hermanas entrando.
Me di la vuelta y entré a mi habitación, cerrando la puerta con más fuerza de la necesaria. Caminé hacia la cama y me dejé caer sobre ella. Necesitaba un descanso. Mi madre siempre lograba hacerme sentir como si todo lo que hago no valiera nada.
Cerré los ojos. Solo pensaba en ahorrar los suficiente para poder indepenzarme. Con ese pensamiento en mente, deje que el cansancio me llevará.
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Empecé a despertarme sintiéndome como si estuviera durmiendo en una nube. No sabía desde cuándo mi cama era tan cómoda pero no me quejé.
Entonces, una luz intensa empezó a molestarme en la cara. Me giré hacia un lado, intentando apartarla.
"Mamá ni siquiera me puede dejar dormir... ¿por qué abre la ventana si hace tanto sol?"
Espera.
¿Sol?
Abrí los ojos con somnolencia. Me quedé ahí un momento, procesando mi entorno. Luego me senté de golpe en la cama.
No estaba en mi habitación.
Frente a mí había una ventana enorme, más grande que una puerta, por donde entraba la luz del sol.
Miré alrededor con una pizca de pánico. Muebles antiguos, una cama grande y acolchonada, cortinas pesadas, paredes decoradas con molduras doradas.
Pero lo más extraño de todo fue mi ropa.
Tenía puesto un vestido celeste, largo, con capas de tul y bordados brillantes. Un vestido tipo princesa de Disney.
¿Acaso seguía soñando?
★★★★★★ ★ ★ ★ ★ ★ ★ ★ ★ ★ ★ ★ ★★
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