Somnia: el silencio de los dormidos

Capítulo 3 – El umbral del sueño

La noche había caído sobre Casilda con una calma inquietante.
Las calles, casi desiertas, parecían dormir junto con los niños. Desde la ventana del hotel donde se alojaban, Eugenia observaba las luces lejanas del hospital titilando en la oscuridad.
Fernando, en la mesa del cuarto, escribía en su cuaderno con un gesto concentrado, trazando símbolos y frases en espiral.

—¿Cuántas veces hicimos esto? —preguntó ella, sin apartar la vista del horizonte.
—Suficientes como para saber que cada mente crea su propio laberinto —respondió él—. Pero esta vez es distinto.
—¿Por qué lo decís?
Fernando levantó la vista. Sus ojos reflejaban una mezcla de temor y respeto.
—Porque esta vez, el sueño no nació de ellos. Alguien lo sembró.

---

En la habitación había un olor tenue a incienso y metal.
Eugenia dispuso en el suelo una serie de velas formando un círculo. En el centro colocó un pequeño cuenco con agua.
El reflejo tembloroso de las llamas bailaba sobre el techo, como si el fuego respondiera a su respiración.
—¿Seguro que querés entrar vos también? —preguntó Fernando.
Eugenia asintió.
—Si son niños los que están atrapados ahí, no vas a enfrentarlo solo.
Fernando sonrió apenas.
—Por eso te necesito. Porque en ese mundo, las emociones pueden matar tanto como las criaturas.

Extendió el cuaderno y lo colocó frente al cuenco.
Las páginas comenzaron a moverse solas, como si una brisa invisible las recorriera. Se detuvieron en una hoja en blanco, y lentamente, las letras comenzaron a aparecer con tinta azul brillante:

“Para entrar, deben recordar su primer sueño.”

Eugenia entrecerró los ojos.
—¿Nuestro primer sueño…?
Fernando asintió.
—Cada portal onírico se abre con un recuerdo verdadero. Algo que el alma no ha olvidado.

Cerró los ojos y comenzó a respirar profundamente. A su alrededor, el aire cambió de temperatura.
El sonido de la calle se desvaneció.
Las velas se inclinaron todas hacia el centro, como atraídas por una fuerza invisible.

Eugenia tomó su mano.
En ese instante, ambos sintieron el tirón: un latido profundo que los arrastró hacia el interior de sí mismos.

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El mundo se quebró en silencio.
Por un segundo, solo hubo oscuridad líquida y el eco de respiraciones lejanas.
Luego, un resplandor azul los envolvió.

Estaban en el sueño colectivo.

Ante ellos se extendía un campo cubierto de niebla, iluminado por una luna inmensa y deformada. En el horizonte se veía una ciudad que no era Casilda, pero la imitaba: las calles estaban allí, las plazas, los edificios… aunque todo parecía construido con fragmentos de memoria.
Casas sin puertas, relojes que giraban al revés, árboles que susurraban nombres.

Eugenia avanzó unos pasos, con el cabello flotando en el aire como si estuviera bajo el agua.
—No son sueños individuales —dijo, con voz baja—. Es un solo espacio… compartido.
Fernando asintió.
—Una red mental. Alguien la tejió para mantenerlos dormidos.

De pronto, un sonido los hizo girar.
Risas infantiles.
A lo lejos, decenas de niños jugaban alrededor de un lago oscuro. El agua reflejaba la luna azul, pero bajo la superficie se movían sombras, como manos que intentaban emerger.

Eugenia quiso acercarse, pero Fernando la detuvo.
—Esperá.
Observó el lago con atención.
Una de las figuras entre los niños no era humana.
Tenía forma de mujer, pero su rostro estaba cubierto por una máscara blanca, y su cabello caía como una sombra líquida.
Su voz era dulce, casi hipnótica:
—Shhh… duerman, pequeños. El mundo ya no los necesita despiertos.

Los niños rieron, obedientes, y se adentraron en el agua.
Eugenia sintió un nudo en el pecho.
—Está guiándolos hacia algo.
Fernando apretó los dientes.
—No. Hacia alguien.

---

El suelo comenzó a vibrar. El aire se llenó de murmullos:
voces de los niños, superpuestas, repitiendo la misma frase:

“El río los llama. El río los llama.”

Fernando abrió el cuaderno dentro del sueño.
Las palabras escritas se movían como si tuvieran vida:
“No la mires directamente. Ella vive en la frontera entre el sueño y el olvido.”

Eugenia dio un paso atrás.
—¿Quién es “ella”?
—No lo sé… pero está usando los sueños como un puente.
Miró hacia el lago. La figura femenina los observaba ahora.
Su máscara tenía grietas.
Y debajo, algo oscuro se movía.

---

Un rugido profundo recorrió la tierra onírica.
Las aguas del lago comenzaron a agitarse, y una corriente de luz azul los rodeó.
Fernando gritó algo que se perdió entre el viento:
—¡Salí de aquí! ¡Ahora!

Eugenia intentó correr, pero el suelo se abrió bajo sus pies.
Cayó al vacío, entre fragmentos de imágenes: recuerdos de los niños, sus casas, sus juguetes, sus miedos.
Todo mezclado en una corriente infinita.
Y antes de perder el sentido, escuchó una voz susurrándole al oído:

“No me despierten. Si lo hacen… despertará Él.”

---

Eugenia abrió los ojos en la habitación del hotel, jadeando.
Las velas estaban apagadas.
Fernando seguía sentado en el centro del círculo, con el cuaderno en el regazo y los ojos abiertos… pero sin moverse.
Ella se arrastró hasta él.
—¡Fernando! ¡Despertá!

El cuaderno cayó al suelo, abierto en una página nueva.
Sobre el papel, una sola frase escrita con tinta negra:

“Estoy dentro. Pero no estoy solo.”

Eugenia se quedó inmóvil, con el corazón latiendo al borde del miedo.
Las ventanas temblaron, y desde la calle se oyó un sonido que heló la sangre de toda la ciudad:
el coro de cientos de voces infantiles susurrando el mismo canto.

“El río los llama… El río los llama…”



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En el texto hay: paranormal, paranormal suspenso

Editado: 21.10.2025

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