Este es el comienzo de algo horroroso, vomitivo y muchas veces abrumador. El frío me abraza, como una madre a su hijo a la hora de dormir.
La luz de la luna atraviesa tenuemente la ventana mientras que una fuerza de voluntad que desconocía tener hace que me aferre al lápiz y al papel que tanto me han salvado. La luz del reloj digital me encandila y el reflejo del espejo parece estar distorsionado, además del olor a óxido que es lo suficientemente fuerte como para saborearlo.
Cada vez que veo por la ventana siento una sensación de abandono que fragmenta mi pecho, mis débiles brazos siguen escribiendo sin darle importante a las vagas ilusiones de este yo tan absurdo. Es momento de recordar, momento de revivir cada una de las veces en las que pensé que todo estaría mejor si estuviera muerto.
He estado teniendo un sueño bastante peculiar, siempre comienza de la misma manera. Un pasillo largo y una puerta gris, seguido de una habitación con un montón de personas sentadas y en el centro de todas está él… el «anfitrión» o así le gusta llamarse. Un hombre alto de cabello negro y largo que siempre sobresale de su sombrero, de ojos verdes y de un tono de piel gris, como si estuviera muerto. Su voz es como la de un locutor de radio, fuerte y clara.
—Bienvenidos a la sesión. —Así era como nos recibía cada vez, lo decía mientras agachaba la cabeza y abría los brazos, como si de una ovación se tratase.
Recuerdo que el primer día estaba muy confundido, tenía todas las pistas de ser una simple pesadilla.
Por lo general suelo tener control de mis sueños, y las pesadillas llegan a ser para mí lo más parecido a una oportunidad de despertar pronto, con el tiempo supe que a eso se le llamaba tener sueños lucidos. El tema me llamó bastante la atención, mientras más leía más ganas tenía de volver a dormir. Los deseos de un niño iluso.
Nunca estuve tan emocionado antes, dormir era una oportunidad de hacer lo que quisiera, ser lo que quisiera, podía crear y destruir a mi gusto, llegué incluso a leer mientras soñaba, lo cual, en esencia, es imposible, pero no le dí importante ya que podía estudiar mientras dormía, aunque sólo lo hacía en casos de urgencia.
Realmente me parecía una pérdida de tiempo estudiar cuando podía volar y recorrer todo lo que me imaginara, eran momentos felices. Pero nunca sospeché que todo eso se cubriría de un brillante color rojo.
Mi alegría a soñar, a dormir, se desvaneció desde que él hizo su aparición, como el preludio de una pesadilla que no sabía que llegaría. Una tormenta que me ahogaría en la más profunda desesperación y me haría sacrificar todo.
Era una noche normal, como cualquier otra, era algo tarde y el sueño me estaba atrapando en sus garras, así que apagué todas las luces de la casa y me fui a dormir. Momentos después de haber cerrado los ojos sentí estar cayendo, pero no podía abrirlos ni decir una palabra, escuchaba una risa maliciosa a lo lejos mientras que, poco a poco, los colores llegaban pintando el fondo negro que se mostraba ante mí.
Estaba en un pasillo sumamente largo, no podía ver el final, y las paredes parecían estarse descolorando mientras más las detallaba. Recuerdo que intenté «derribar» las paredes del pasillo, incluso saltaba, esperando que en algún momento saliera volando, pero no parecía tener mucho control del sueño, sin embargo, no es como si le hubiera prestado mucha atención, después de todo, en ese momento pensaba que era simplemente un sueño cualquiera. Por lo que decidí llegar al final y ver de qué se trataba todo.
El camino se hacía cada vez más largo, y podía escuchar el sonido de algo arrastrándose, algo metálico. Era un chirrido intenso que no paró hasta estar al frente de una puerta que en un principio no había notado, una puerta de madera gris.
Al tocar la perilla noté un frío tremendo en mi mano, como si estuviera tocando un cubo de hielo. Me dio muy mala espina, pero solamente podía pensar en que, si era una pesadilla, mientras más rápido mejor. Así despertaría de una buena vez.
Al abrir, una luz blanca me cegó por completo, seguido de una oleada de sonidos que no se escuchaban al otro lado de la puerta, eran personas hablando, discutiendo entre ellas. Cuando mi vista se aclaró me di cuenta de que se trataba de una habitación grande con muchas personas dentro, algunas sentadas, pero la mayoría estaba de pie mientras golpeaban las paredes y el piso. El ruido era tremendo, no podía comprender cómo era que no escuchaba nada desde el pasillo, al darme la vuelta aquella puerta gris ya no estaba, en su lugar se encontraba un cuadro de la mona lisa.
No había ventanas en ninguna parte y, aunque lo intentará, no podía «desaparecer» a las personas a mi alrededor, no podía hacer nada.
No podía salir, no importó que tanto mirase al cuadro del renacimiento, nunca pude hacer que la puerta volviera a aparecer.
Cerraba los ojos, intentado cambiar la estructura del lugar, pero nada ocurría, la autoridad que tenía al dormir había desaparecido. Y no podía hacer nada para recuperarla.
A simple vista parecía haber más de cien personas conmigo, muchas gritando y golpeando sus sillas, hasta que luego el silencio reinó. El anfitrión había llegado.
No se trataba de que su presencia era muy importante, era más bien que no podíamos hacer ningún ruido, sólo se escuchaba una voz fuerte con un tono burlón, intenté pedirle a un sujeto en frente de mí que se apartará, pero mi boca no producía ningún sonido, miré a mi alrededor y noté que no era el único, nadie podía decir nada. Incluso golpear las sillas o el piso era inútil, pero todos miraban al mismo lugar. Era bastante curioso, el ambiente estaba completamente frío. Llegaba incluso a provocar una pequeña sensación de soledad, como si no hubiera nadie en la habitación.
Abría la boca y trataba de decir algo, traté de gritar y golpear el piso lo más fuerte que pude, pero nada ocurría, mi voz no salía, las fuertes pisada al piso no lograban ninguna reacción.
Editado: 30.10.2022