Somnus

R E F U G I O

Se levantó con desesperación en búsqueda de la puerta que lo llevaría de regreso hacia el pasillo, pero no había rastros de ella.

Salió corriendo hacia la entrada de la estación y unas voces comenzaron a invadir su mente.

—¡¿Dónde está Sabas?! ¡¿Dónde está?!— oyó su propia voz en un tono de desgarro.

—Vamos, levántate. Tenemos una sorpresa para ti— oyó la voz de Lain rondando en su mente—Sabas, vamos. Te hemos comprado tu juego favorito y el pastel. El pastel continúa encendido y la vela se apagará si seguimos tardando, levántate, ¿si?

—Se ha ido, Lain.

—Solo está descansando, ¿de acuerdo?

—Está bien, Callen. Pronto se levantará, no te pongas triste.

El cuerpo de Callen comenzó a temblar y nuevamente tomó su cabeza entre sus manos mientras balanceaba de adelante hacia atrás.

—¡Detente, por favor!— pidió en un sollozo.

Y la imagen del cuerpo de Sabas en la camilla, con una manta cubriéndolo de pies a cabeza, apareció en ella.

—¡No pude haber sido yo!

Sus piernas se debilitaron y cayó de rodillas hacia la acera mientras su rostro se inundaba en lágrimas, acompañado de un sollozo desconsolador.

Se agazapó hacia la acera y el dolor en el pecho volvió a aparecer.

—¿Qué he hecho?— se lamentó.

Y de pronto, sintió unas cálidas manos que lo rodeaban en un abrazo de consuelo.

Levantó la mirada y frente a él se encontraba el pequeño de pasillo, Ailan.

Callen observó al pequeño con una mirada desgarradora.

—¿Qué he hecho?— volvió a preguntarse.

—Está bien, llora todo lo necesario— consoló el pequeño y presionó aún más sus brazos alrededor de Callen.

...

Refugio Dagu, febrero 2003

Un hombre y una mujer de cabello castaño claro y ojos en color miel bajaron de un vehículo en conjunto con una niña muy similar a ellos, para seguidamente caminar en dirección hacia la entrada principal de refugio. 

La directora Lim se encontraba de pie en la entrada esperando a recibirlos.

—Buenos días, señor y señora Klein— saludó la directora Lim.

—Buenos días, señora Lim— saludó la mujer con una amable sonrisa.

—Buenos días— saludó el hombre pelirrubio.

La directora Lim se hizo a un lado para darle paso al ingreso del lugar.

—Actualmente, los niños se encuentran en el patio de juegos— informó la directora.

La directora Lim los guio hasta el patio de juegos.

—Pueden acercarse hacia ellos si lo desean. Les daré tiempo para que puedan observar a los niños con tranquilidad. Si me necesitan, pueden encontrarme en la oficina.

—Se lo agradecemos, directora Lim— respondió la mujer.

La directora Lim se adentró en el interior del recinto y la pareja, junto a la niña, tomaron asiento en una banca cercana.

—¿No son adorables?— interrogó la señora Klein.

—Realmente lo son, será una decisión realmente difícil.

—¿Qué opinas, Shira?— interrogó la mujer a la niña.

—No me agrada ninguno— respondió con cierta molestia.

La niña se cruzó de brazos mientras observaba a los niños con desagradado.

—Como si no fuera suficiente conmigo— se quejó.

La mujer sonrió con diversión y rodeó a la pequeña entre sus brazos.

—Siempre serás nuestra pequeña y jamás te cambiaríamos por nadie en el mundo, pero ellos no cuentan con la misma suerte que tú, de tener unos padres increíbles— bromeó con diversión mientras depositaba un beso en el rostro de su pequeña.

La pequeña Shira sonrió en respuesta.

—¿No crees que sería lindo que pudiéramos brindarle, aunque sea a uno de ellos, la oportunidad de darle una familia?

Y ambas llevaron la mirada hacia los pequeños, quienes se divertían en las atracciones del patio.

Un balón de futbol llego a los pies de la pequeña Shira y un niño de ojos en color miel se acercó hasta ella.

—¿Quieres jugar con nosotros?— preguntó el niño con una amplia sonrisa dibujada en su rostro.

—Las niñas no juegan a la pelota— respondió Shira con fastidio.

—¿Y eso?— intercedió la mujer— Si te encanta jugarlo con tu padre.

—Tal vez lo recuerdo mal, pero creo haberte oído decir que no hay nada que un niño no pueda hacer y no hay nada que una niña no pueda hacer, que eso de que los niños deben hacer ciertas cosas y las niñas otras en específico, era una tontería— se sumó el señor Klein mientras rodeaba con uno de sus brazos a la señora Klein.

La señora Klein observó detenidamente al pequeño para seguidamente agacharse a su altura.

—¿Cuál es tu nombre, pequeño?— interrogó con una serena sonrisa.

El pequeño la observó con desconfianza.

—No tienes que decirlo si no quieres, pero puedo decirte el mío, mi nombre es Olivia y él es mi esposo Silas, en cuanto a ella, su nombre es Shira.

—Entonces, ¿cuál es tu nombre?— interrogó Shira aun con sus brazos cruzados—Si me lo dices, puede que juegue con ustedes.

Las pupilas del pequeño se iluminaron por completo.

—Mi nombre es Asher.

—¿Asher?— repitió la mujer— Que nombre más bonito tienes.

—¿Cuántos años tienes, Asher?— preguntó el señor Silas.

Y Asher extendió sus dos manos para seguidamente estirar todos sus dedos.

—¿Diez años?

El pequeño asintió.

—Tienen casi la misma edad— respondió Olivia con ilusión.

—Soy tres años mayor— corrigió Shira— Vamos a jugar.

Y la molestia iba a desapareciendo del rostro de Shira a medida que pasaban tiempo jugando.

—¿Qué dices?— interrogó el señor Klein en referencia a Asher.

—Sabes, cuando lo vi, sentí algo muy dentro de mi corazón, algo que solo había sentido una vez y eso fue cuando nació nuestra pequeña Shira.

—¿Entonces es el elegido?— interrogó eufórico.

—No es solo mi decisión, cariño. También quiero saber que es lo que sientes tú.




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