Somos demasiado jóvenes para dejarnos morir

Capitulo 8

Capítulo 8

“Mi cuerpo habla por sí solo”

Hace dos años...

—¡Salud! —grita un compañero de trabajo, levantando su vaso.

—¡Salud! —responden todos al unísono, alzando nuestras bebidas en un brindis.

Es increíble que finalmente el proyecto que nos habían asignado haya sido aprobado. Mi equipo y yo nos encontramos reunidos en un bar cerca de la oficina, y aunque suelo ser algo reservada, hoy confieso que salir se siente bien.

—¡Mesero! —grita uno de mis compañeros, ya un poco borracho—. ¡Trae un trago para la lider de equipo!

Todos se giran hacia mí con una sonrisa traviesa, y me alientan con entusiasmo.

—¡Vamos, Mara, ¡haznos el honor! —me anima Daniel, el compañero que más conoce mi personalidad.

Dudo por un momento, pero al ver sus rostros llenos de euforia, levanto el vaso. Al instante, el alcohol recorre mi garganta, ardiendo, quemando, y casi me ahogo. Puedo imaginar la expresión de desagrado en mi cara, pero con un esfuerzo, coloco el vaso con firmeza sobre la mesa.

Todos aplauden de manera exagerada, provocando risas y gritos de “¡Bravo!” entre ellos. Es la segunda vez que acepto tomar con mis compañeros un viernes por la noche. Somos casi de la misma edad, lo que hace que la camaradería sea casi instantánea. Nos sentimos en casa juntos.

Platicamos de anécdotas del trabajo, recordamos historias de cuando éramos pequeños, contamos chistes, nos reímos a carcajadas y comimos hasta quedar satisfechos.

Justo cuando estábamos por entrar en una ronda de “bebidas locas”, el sonido de los móviles interrumpe el ambiente festivo. Todos los teléfonos vibran al mismo tiempo. Miramos las pantallas.

—¿Es en serio? No lo puedo creer... —se queja mi compañera, mirando su móvil con cara de molestia.

—¡Cómo odio a este señor! —se une otro compañero.

—Chicos, no lo hagan. Dejen en visto ese estúpido mensaje —aconseja otro miembro del equipo, con tono resignado.

Era un mensaje del gerente. No era de felicitación, sino el nuevo cronograma de actividades asignadas para el siguiente mes. A diferencia de mis compañeros, no me sorprendí. Conozco bien esos mensajes, siempre tan… inoportunos.

—¿Mara? —me llama Daniel, acercándose con una sonrisa—. Vamos, deja el móvil. ¡Sigamos celebrando!

Vuelvo la mirada hacia ellos, sintiendo cómo la presión aumenta en mi pecho. Si no respondo rápido, sé que mañana tendré una sanción. Soy la líder del equipo; no puedo permitir que mi gente se quede atrás.

—Solo respondo rápido, y ya regreso —les digo mientras me levanto y me alejo hacia una esquina, sin hacer ruido.

Mis compañeros se quejan, pero me conocen. Saben que, pase lo que pase, siempre respondo. Contesto el mensaje con rapidez y suelto un pequeño suspiro de alivio. En lugar de regresar a la mesa, voy al baño.

Necesito ver qué tengo en el cuello. Me ha estado molestando toda la noche. Desabotono los primeros dos botones de mi blusa gris. Las manchas rojas se han extendido por casi todo el cuello. Está muy irritado. Tal vez fue el alcohol que tomé hace un momento.

Con la mano aplico un poco de agua fría para reducir la intensidad del enrojecimiento y evitar que alguien lo note. Me abotono de nuevo y regreso a la mesa.

Dos de mis compañeros están completamente ebrios, al punto de que resulta gracioso verlos así. ¿Quién diría que en la oficina son tan formales y profesionales? Aquí muestran el otro lado de la moneda: la diversión brota por sus poros, todos desalineados, diciendo cualquier cosa que se les cruza por la mente.

Después de un rato más, pago la cuenta y salimos del bar. Me aseguro de que todos tomen un taxi que los lleve a casa sanos y salvos. La mayoría va un poco ebria, pero aún consciente de que debe llegar bien.

Daniel me ayuda a meter al taxi a la última compañera. Me quedo tranquila al saber que él se va con ella; la ruta pasa por ambos destinos. Le entrego su bolso y se despide.

—No olviden enviar un mensaje cuando lleguen a casa, por favor —les pido a Daniel y al resto del equipo.

—Enterado, líder de equipo —dice el más borracho del grupo, con voz arrastrada.

—Gracias por pagar la cena, Mara. Eres la mejor.

Hago un gesto con la mano; no hay nada que agradecer. Es lo menos que puedo hacer por ellos. Todos se van a casa, mientras yo me quedo ahí, de pie, en medio de la acera. Miro la hora. Aún es temprano y es viernes por la noche. Las calles están llenas de movimiento, así que decido irme caminando.

Antes de llegar a casa, paso por un Seven Eleven por algunas cosas que necesito. Compro un par de botanas y algo para el desayuno. Unos minutos después estoy en mi apartamento, dejo todo en la cocina y voy a la habitación a ponerme cómoda.

Tomo una ducha rápida. Las manchas rojas arden con el contacto del agua, ya sea fría o caliente. No sé cuánto más podré seguir así. Sin pensarlo dos veces, decido que mañana por la mañana iré al doctor. Podría evitarme el gasto y preguntarle a mi madre, pero la conozco bien: sería un desastre. Me hará mil preguntas, querrá saber lo último que comí, insistirá en que vaya a su casa o en que le mande fotos o videos. Todo eso me agobia en este momento.

Me miro al espejo.

—¡Demonios! ¿Por qué no desaparecen de una vez? —murmuro con rabia contenida.

Definitivamente tengo que ir al médico mañana —me digo a mí misma.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.