Capitulo 11
"Mi hija muy capaz…"
Hace dos años.
Tengo las manos hechas puño desde hace no sé cuánto tiempo. Siento que mis uñas podrían clavarse en las palmas. Trato de regular la respiración, de mantenerme en calma, de seguir consciente.
Solo aguanta un poco más, Mara.
Con esta, ya van seis llamadas de atención. Y honestamente, no sé qué estoy haciendo mal. Siempre hay un pero, un minúsculo error, una excusa para tenerme frente al escritorio del manager.
Mientras lo observo, puedo gritar mentalmente una infinidad de maldiciones. ¿Qué demonios quiere? ¿Si no le gusta, por qué no lo hace él mismo?
Pero ahí estoy, escuchando. Su odio y despotismo caen sobre mí como cascada, solo porque soy mujer… o tal vez porque avancé demasiado rápido en las evaluaciones de la empresa.
No lo sé.
Pero sí sé que me odia.
—¿Qué tienes que decir, Mara? —pregunta, sacándome de mi burbuja mental.
Lo miro por primera vez.
Dios, realmente lo detesto.
Lleva puesto, como todos los días, su saco gris deslavado y esa corbata negra mal hecha.
Tiene los ojos puestos en mí. Exige una respuesta.
—No entiendo qué está mal… el flujo de efe… —empiezo a explicar, pero me interrumpe. Por décima primera vez.
—No entiendes, nunca entiendes nada, Mara —grita, azotando los papeles sobre el escritorio de cristal.
Menos mal que la oficina está cerrada. Si no, todo el mundo allá afuera escucharía sus gritos. Aunque la humillación no se detiene: las persianas no están abajo. Todos mis compañeros me ven, en primera fila, como si esto fuera un maldito espectáculo.
—Esto, esto... —señala la carpeta sobre el escritorio con su dedo índice— ¡esto es una porquería!
Está rojo del enojo. Y esto… esto pinta mal.
Estoy pagando los platos rotos. El último cliente abandonó el proyecto y perdimos millones. Era uno de los proyectos más grandes de la empresa. Y ahora, este imbécil quiere que sea yo quien dé la cara, que me trague su error como si fuera mío. Como si mi equipo y yo no llevaramos más de dos meses trabajando en esto.
—Quiero soluciones, Mara. En una hora. No más —dice, enfurecido.
Respiro hondo. Me cuesta mantenerme firme. Lo que realmente quiero es gritarle, romperle esa corbata torcida y decirle en su cara que es un incompetente. Pero no lo hago. Me trago la rabia.
—Una… una hora es muy poco tiempo —titubeo al hablar, pero cuido que no se note mi miedo.
—Dije una hora, Mara… o ese equipo —da un par de pasos hacia mí y, con un gesto lento, señala a mi equipo de trabajo, allá afuera, a pocos cubículos de distancia—. Terminará sin trabajo.
Suelto el aire de golpe.
Qué fácil es para él amenazar. Qué fácil para mí tener que elegir entre mi dignidad y las vidas que dependen de este maldito puesto.
Tomó la carpeta que está sobre el escritorio y salgo de ahí. Todo recae sobre mis hombros.
El peso de cada mirada, de cada palabra, es como un golpe a mi espalda. Salgo de la oficina, y la oleada de aire acondicionado me recibe, fría, cortante.
Me siento roja, sudada, tensa y enojada. Mis palmas están rojas, me duelen.
—Mara… — la voz del manager me detiene antes de que salga por completo de la oficina.
—¿Si? — mi tono es frío, pero lo mantengo controlado.
—Sé buena y trae un café… ya sabes cómo me gusta. Negro. Y cierra la puerta al salir.
No digo nada. Me lo dice con esa voz de superioridad, como si se creyera dueño de todo. Quiere recordarme mis inicios en esta empresa, pero yo lo tengo bien claro. Sé cuál es mi lugar, pero también sé que no me voy a quedar en él mucho tiempo.
Dejo caer la carpeta de golpe sobre el escritorio de mi equipo, sobresaltado a todos. Estoy al límite. Esto me rebasa, pero no puedo dejar que me vean así.
Tengo que ser la mejor. Mi equipo tiene que ser el mejor.
—¿Todo bien, Mara? —pregunta Anna, desde su lugar a dos cubículos de distancia.
La miro, tratando de formular lo que voy a decir. ¿Cómo demonios se los voy a contar? ¿Cómo les explico lo que acaba de pasar?
—¿Cuánto tiempo te dio esta vez? —pregunta Daniel, a mi lado.
—Una hora. —mi voz suena más seca de lo que me gustaría.
—Una hora… Esta vez batió su propio récord —dice Melany, siempre tan astuta, como si todo estuviera bajo control. Ella lleva un estilo sofisticado, con su traje blanco impecable. Pero no importa cuán tranquila parezca, todos sabemos que está tan asfixiada como los demás.
—El cabrón nos está mirando —dice Anna, señalando con su mirada hacia la oficina del manager—. ¿Qué quiere ahora?
—Su absurdo café negro —respondo, sin ganas de seguirle el juego.
—No, Mara, otra vez no. Déjame a mí —dice Daniel, con una sonrisa que no esconde el cansancio en sus ojos. Sabe perfectamente que Christopher no es el tipo de manager que uno quisiera tener como jefe. Un tipo que juega con las personas, que te lanza las amenazas como si no importara.