Somos demasiado jóvenes para dejarnos morir

Capitulo 12

Capítulo 12

Lo siento mucho...

Ser un ejemplo a seguir.

Ser la motivación de alguien.

Ser la inspiración de alguien.

Suena noble, casi heroico. Pero en realidad… puede sentirse aterrador.

Es uno de los mayores retos en los que uno puede convertirse sin buscarlo, sin quererlo, sin entenderlo.

Y duele.

Duele darte cuenta de que alguien te mira con ojos admirados mientras tú solo tratas de sobrevivir a ti misma. Durante mucho tiempo creí que pasaría por esta vida sin dejar una huella, sin cargar con nada más que mis propias decisiones, hasta que vi a Lily.

La vi como quien se ve en un espejo retrovisor: pequeña, pero claramente siguiendo mi camino y eso me asustó.

Encontrarme con ese frasco no fue solo un tropiezo. Fue una revelación. Me mostró que, en el intento de convertirme en alguien digna de admiración, tal vez me fui perdiendo por dentro.

No fui un buen ejemplo, no tomé las mejores decisiones solo me esforcé por construir una imagen.Una fachada de éxito a temprana edad, la egresada brillante, el currículum impecable y el empleo soñado. Todo enmarcado en sonrisas y metas cumplidas.

Pero detrás de esa vitrina… yo me rompía, a trozos pequeños y silenciosos.

¿Para qué? ¿Para demostrar que se puede ser perfecta en todo?

Demonios, ¿en qué estaba pensando?

Lily me vio así. Me vio desde su inocencia. Y creyó que ese era el camino correcto. Pero no lo es. No si te cuesta la paz. No si te exige perderte a ti misma. El verdadero reto no es llegar a la cima, es no caer por dentro mientras subes. Es no convertirse en prisionera de tu propia excelencia.

Lo que Lily aún no sabe…Es que ella ya es perfecta. Tal como es. Con sus errores, con sus dudas, con sus pausas.

Y estoy aquí hablando, tratando de encontrar las palabras correctas…
Porque sí, los detalles importan, pero son los defectos —nuestros defectos— los que nos enseñan a vivir, a sentir… y a seguir adelante.

La observo desde el pasillo. Está absorta, con toda su atención metida en ese enorme libro que ya va por más de la mitad. Se ha acomodado como siempre lo hace cuando estudia en serio: shorts negros, una camisa oversize rosa, los lentes bien puestos y un chongo mal hecho que amenaza con caerse.

Verla así me devuelve años atrás. Me veo a mí misma, Mara, sentada de esa misma forma, luchando contra el sueño y los nervios de los exámenes finales.

Toco la puerta con cuidado, sin querer asustarla. Por un instante, me la imagino bajando en la madrugada, en silencio, por un vaso de agua… para tragar una píldora.

Una de esas.

Para aguantar un par de horas más. ¿Cómo no lo noté antes?

—Hey, Mara, ¿en dónde te metiste? —dice alzando la vista del libro—. Te llamé, pero iba directo al buzón. ¿Estás bien? —pregunta con el ceño fruncido, notoriamente preocupada.

Intento mantener la compostura. No quiero exigirle respuestas. No serviría de nada.
Debo acercarme con calma.

—Salí a caminar… perdí la noción del tiempo —respondo mientras entro a su habitación.
Llevo una mano dentro de la sudadera. Aprieto el frasco con tanta fuerza que casi lo siento fundirse en mi palma. Como si pudiera descargar todo sobre él.

—¿Has practicado tus suturas? —pregunto, sentándome en el borde de la cama. Me cuesta. La herida se ha vuelto a abrir.

Ella se levanta de inmediato. Sus ojos se agrandan. El labio inferior tiembla ligeramente.
Puedo leer su expresión. Es preocupación pura.

—Mara… dime que no estuviste corriendo —dice, ahora con enojo. Más que enojo: miedo disfrazado de regaño.

Levanto la sudadera con cuidado. La herida está inflamada, mal cuidada.
—Se me olvidó... ¿puedes hacer algo? Me duele —admito, con voz baja—. No le digas a mamá. Ya sabes cómo se pone.

Lily asiente, conteniendo palabras. Se dirige a su escritorio, donde tiene sus instrumentos perfectamente limpios y ordenados.

Regresa a mí, con las manos lavadas, se ajusta el cubrebocas y los guantes con precisión. Todo en silencio.

—En serio, Mara… así nunca va a sanar. ¿Cuántas veces más voy a tener que cerrarte la herida? —murmura mientras prepara lo necesario.

—Puedes practicar conmigo… admítelo, he sido una gran paciente —bromeo, intentando aligerar el ambiente.

—No se han salido todos los puntos. Solo haré tres —responde con tono profesional—. Voy a preparar la anestesia o te vas a desmayar del dolor.

Confío en ella. Completamente.

La primera vez que la herida se abrió, mamá estaba presente. Recuerdo cómo ambas hablaban y tomaban notas mientras yo apenas podía moverme del dolor. Pude haber ido al médico, claro. Pero tengo una madre doctora y una hermana estudiante de medicina, ya en el área de cirugía. Entre ellas, soy conejillo de indias y paciente a la vez.

Lily hace su magia. Yo me mantengo en silencio con el cuerpo tenso y aun con la ropa húmeda; no tuve tiempo de cambiarme. La herida ya me estaba molestando demasiado.




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