Somos demasiado jóvenes para dejarnos morir

Capitulo 15

Capítulo 15

Primera entrevista de trabajo

Hace 4 años

Los retos son esas grietas en el camino que nos obligan a detenernos y preguntarnos cómo, con qué fuerzas, hemos llegado tan lejos. Nos recuerdan todo lo que dejamos atrás, lo que dimos por perdido, lo que callamos para seguir. Y sin embargo, también son los que otorgan sentido a la marcha. Nos exigen, nos empujan, y cuando los enfrentamos de frente, hacen que incluso el dolor haya valido la pena.

Hoy es uno de esos días.

He terminado la universidad. Con honores, con desvelos, con la presión constante de hacerlo bien, de no fallar. Y ahora, casi sin darme cuenta, estoy a punto de cruzar otra puerta: he sido convocada a una entrevista en una de las empresas más reconocidas del país en el ámbito financiero.
Envié mi postulación apenas egresé, a unos de los comparativos de finanzas y analisis economico, nada mejor para un primer intento.

Ahora estoy de pie frente al espejo. El reflejo me resulta ajeno y familiar a la vez.
Llevo puesto un traje azul marino que se ajusta con precisión a mis hombros, una blusa blanca de cuello alto, un chaleco gris que suaviza el conjunto, y el saco del mismo tono profundo que el pantalón. Es el primer atuendo formal que me regaló mi hermana, para mi cumpleaños número veintidós. Hoy más que nunca, siento su gesto acompañándome.

Me recogí el cabello en una coleta que cae hasta la mitad de la espalda; la raya al medio aporta una sobriedad que intento hacer mía.
He pasado más de una hora ensayando respuestas frente al espejo, como una actriz que se prepara para su primera gran escena. No sé qué me preguntarán, pero casi todos los videos que vi repiten la misma fórmula:

Mara Galas, es un gusto contar con una profesional tan prometedora... Sí, me considero resiliente, activa, orientada a resultados... Mis metas a corto plazo son crecer, tanto a nivel personal como profesional...

—Mara, salimos en cinco minutos —dice mi padre, golpeando suavemente la puerta.
—¿Estás lista? —pregunta mientras asoma la cabeza y luego entra por completo en la habitación.

Su mirada me encuentra. Tiene los ojos algo cansados, marcados por los años, pero hay en ellos una chispa viva, como si todo su esfuerzo, su historia, su fe silenciosa, se concentrara hoy en mí.

—Como nunca —respondo, deslizando mis apuntes dentro del bolsillo del pantalón.
—¿Y bien? —le pregunto, girando sobre mis pies—. ¿No es demasiado?

—Para nada —dice, acercándose. Me toma de los hombros con una ternura que conozco desde niña—. Pase lo que pase, estaré ahí. No importa el resultado, lo importante es que estés bien...

Su voz, tan cálida, podría suavizar hasta el alma más endurecida.
Asiento. Me siento en paz. Me siento capaz.

—Vamos —dice con una sonrisa leve—. Tienes que dejar a esos reclutadores sin palabras.

Subo al auto y mi padre enciende el motor con suavidad. El silencio entre nosotros es cómodo, casi ritual. En el asiento del copiloto, respondo algunos mensajes de mis amigos, intentando distraer la ansiedad que me aprieta el estómago como un puño cerrado.

Apenas el coche se pone en marcha, esa presión se intensifica. El nudo que creía haber domado vuelve con más fuerza, más espeso, como si fuera a romperme desde dentro.
Desde que recibí la llamada, no he podido sacudirme esta mezcla de nervios y una incertidumbre punzante que me acompaña como una sombra.

Es mi primer trabajo. Estoy en territorio desconocido, en esa etapa de ensayo y error donde todo parece demasiado. Demasiado importante. Demasiado nuevo.

—¿Tu madre no ha llamado aún? —pregunta mi padre, sacándome de mis pensamientos.

Instintivamente reviso el teléfono. Nada.
—No...

Él me lanza una mirada por el rabillo del ojo y, sin decir más, aprieta mi mano con fuerza.
—Ya llamará...

—Creo que aún no asimila que su primera hija no haya estudiado medicina —digo, con un tono más triste de lo que pretendía.

Mi madre siempre tuvo todo planeado: las mejores escuelas, los cursos, los internados... Todo diseñado para que entrara con ventaja a la universidad. Hasta ese momento compartíamos un pacto silencioso. Pero todo se rompió el día que le dije que no quería ser médica.

—Y si no lo hace... si no llama —añado, casi en un susurro.

—Lo hará —responde mi padre, con una confianza que me hace querer creerle.

En ese instante, mi teléfono vibra. Por un segundo, el corazón se me acelera. ¿Es ella?
Pero no. Solo es un mensaje del grupo con Alan y Amelia:
Alan, Mara y Amelia ❤️🛠️🎓

Alan: Suerte, chicas.
Amelia: Estoy que me muero de los nervios.
Alan: Suerte que ya pasé por eso… solo dejen que fluya.

¿Qué? ¿Cómo demonios se supone que se deja que algo “fluya”? Tecleo al instante:

Yo: ¿Qué demonios significa “que fluya”?
Amelia: ¡Vaya forma de alentarnos, Alan!
Alan: Vale, vale, lo siento. Chicas, son las mejores. Les irá bien. Dénlo por hecho.
Amelia: Guarda silencio, Alan. Claro que creo en mí.
Alan: Suerte, no lo olviden. Nos vemos en el mismo lugar.




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