Somos demasiado jóvenes para dejarnos morir

Capitulo 16

Capítulo 16

Llama de desconocido

Me encantaría recuperar la confianza que solía tener, aquella Mara llena de ganas de mejorar cada día, que encontraba una nueva oportunidad de creer en donde otros no lo veían. Pero no puedo.

He intentado prepararme para este momento, ese que he esperado y anhelado por tanto tiempo. Podría decirse que llevo años esperando, pero no es que no quiera avanzar… es que el solo hecho de pensar que las cosas puedan repetirse, como antes, me da un temor profundo.

Vivir toda la vida en la casa de mis padres no es una opción. Sé que debo dejar atrás los miedos que una vez me atormentaron. Me repito que allá afuera no existen personas como mi ex jefe, pero no descarto la posibilidad de que, en tantos lugares donde me gustaría trabajar, exista un lugar tan tóxico como aquel que dejé atrás.

La sensación es distinta ahora. No es como aquella primera vez. Esta vez estoy sola. Nadie me acompaña: ni mi madre, ni Lily, ni mi padre, quien me dijo que este camino lo debía recorrer por mí misma, que esta vez solo yo debía enfrentar lo que viene.

Ahora estoy aquí, sentada en esta sala de espera. Y esta vez, no miro alrededor. Ya no hay un ventanal enorme que deje entrar la luz, ni una botella de agua, ni la amabilidad fingida de una sonrisa. No hay un evento fuera de lugar, ni caídas terribles que me arrodillen, ni un largo pasillo que recorrer. Y mucho menos, un padre esperando afuera, ofreciéndome su apoyo incondicional.

Es diferente. En el fondo, quiero ser esa joven llena de energía, con planes a futuro, con un trabajo estable, un sueldo que me permita vivir, con compañeros de trabajo con los que compartir ideas. Quiero hablar de finanzas, de nuevas estrategias, quiero mi propio auto, y quiero recuperar mi pequeño apartamento en el centro de la ciudad. Pero sé que eso fue mi sentencia. Porque, al final, no me sentí viva con todo eso.

—Mara Galas, por aquí, por favor —menciona una señorita con voz firme.
He perdido la cuenta de cuántas veces han pronunciado mi nombre y apellido hoy.

Alzo la vista, como si alguna fuerza invisible me llamara desde arriba. Cierro los ojos por un instante y, en un susurro apenas audible, me digo:

Si alguien me escucha… solo quiero decir que lo estoy intentando. Por favor, no me dejes sola.

Nada es como la primera vez. No me siento segura. Me falta esa confianza impetuosa que solía tener a los dieciocho. Hoy, solo tengo preguntas sin respuesta y una ansiedad que me traga los pensamientos.

¿De qué voy a vivir? ¿Qué le voy a decir a mi familia que he logrado? Solo podré hablarles de esfuerzo, de intentos.

Pero al menos lo estoy intentando.

Camino erguida, como si tuviera todo bajo control. La seguridad que aparento está cuidadosamente ensayada. Al cruzar la puerta de cristal, me recibe un silencio frío y funcional. Todo está perfectamente ordenado. Los sillones, las luces, el aire. Nada sobra. Todo impone.

Me anuncian con un breve asentimiento. Me hacen pasar.

En el centro de la sala, una mesa de vidrio. Frente a ella, una mujer impecable, con un traje sutil pero elegante, el cabello recogido con precisión. Tiene una carpeta en la mano y un bolígrafo ya abierto. Su expresión no da lugar a cordialidades innecesarias.

—Mara Galas —dice, sin sonreír—. Siéntate, por favor.

Obedezco.

—Soy Jessica. Reclutadora senior del área de Finanzas Corporativas. Antes de comenzar, quiero que sepas que esta es una entrevista estructurada. Evaluaremos competencias técnicas, criterio y manejo de presión. ¿Estás lista?

Asiento. No confío en mi voz.

—Cuéntame brevemente quién eres y qué puedes aportar a esta empresa.

La pregunta es sencilla en apariencia, pero sé que se trata de una prueba de síntesis, claridad y enfoque. Respiro hondo.

—Soy economista. Me he especializado en análisis financiero y consultoría para micronegocios. Tengo experiencia elaborando proyecciones, presupuestos y modelos de riesgo a corto y largo plazo. Considero que puedo aportar visión estratégica y precisión en la toma de decisiones.

Jessica anota algo, sin mirarme.

—¿Cuáles son tus indicadores clave cuando evalúas un negocio en etapa temprana?

La pregunta es técnica. Debo ser concreta.

—Margen bruto, punto de equilibrio, tasa de crecimiento mensual y retorno sobre la inversión inicial. También analizo la liquidez operativa y la estructura de costos fijos.

Por fin me mira, evaluando si lo que acabo de decir tiene peso.

—¿Has trabajado bajo presión real?

—Sí —respondo de inmediato—. Proyectos simultáneos, entregas urgentes, revisiones de madrugada. Estoy acostumbrada.

—¿Renunciaste a tu último trabajo?

La pregunta llega sin adornos.

—Sí —respondo, manteniendo la calma.

—¿Por qué?

Pausa. Ella no baja la mirada. Espero un momento. El silencio es exacto. Está esperando que diga más.

¿Qué digo? ¿La verdad? ¿Una empresa con un gran potencial pero con jefes sin ética? ¿O la que se espera?

—Por razones éticas y personales —digo finalmente—. El entorno laboral no era compatible con mis principios profesionales.

Jessica no se inmuta. Parece que eso no la impresiona ni decepciona. Solo escribe.

—Bien. Supón que estás manejando un portafolio con pérdidas consecutivas en los últimos tres meses. El cliente exige resultados inmediatos. ¿Qué haces?

Siento la tensión en la espalda, pero contesto sin titubear.

—Revisaría la composición del portafolio, detectaría los activos con peor rendimiento y evaluaría su comportamiento en contexto. Replantearía la estrategia a corto plazo con base en análisis técnico y fundamental. Pero también tendría una conversación clara con el cliente: resultados inmediatos sin análisis generan más pérdidas.




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